Pasos en confrontación

Capitulo 12

En efecto, era uno de los bailes más esperados del año: el baile de los Radcliffe, quienes eran una familia muy apreciada y cercana a la corona, además de ser unos increíbles anfitriones. Si se trata de conocer gente nueva, los Radcliffe podrían presentarte ante toda la ciudad si tú lo quisieras. Por supuesto, Marianne tenía una relación muy agradable con ellos, aunque a su vez era una relación cautelosa; todo siempre con moderación por obvias razones.

Cuando se acercaba la fecha, las mejores boutiques se llenaban de pedidos para esta noche especial, pues estar a la altura de tan elegante baile era una necesidad.

El baile era tan importante para la alta sociedad que incluso los aristócratas que no estaban en el país volvían solo para no faltar.

Sin embargo, todo esto le parecía a Marianne más presión de la que acostumbraba, y ahora con otra hermana en debut, iba a ser el doble de presión. No obstante con la ayuda de sus demás hermanas podría lograr que esta fuera una noche exitosa.

Divagando por toda su casa se dirigió la mayor de las Seymour a su habitación donde una mucama le había dejado una carta para ella. Cerrando la puerta tras ella, tomo la carta y dirigiéndose a la ventana se sentó a leerla.

"Querida señorita Seymour:

Espero que esté gozando de buena salud estos días. He querido ir a visitarlas a usted y a Minnie May durante este tiempo, mas no he tenido el placer de hacerlo.

Mi madre y yo hemos estado ocupadas con los caballeros que se presentan en mi puerta. Y debo agradecerlo, porque hemos escuchado que usted habla tan bien de nosotros que hace que buenos caballeros me pretendan. Mas quiero pedir su ayuda con urgencia, pues mi madre y yo no conocemos muy bien las intenciones de todos los caballeros, y aunque alguien ha llamado mi atención, me gustaría que usted lo aprobara primero en señal de su importante opinión, que para nosotros significa mucho. Por favor, no se sienta presionada y espero que podamos vernos pronto; estaré atenta a su respuesta.

Atentamente,
Rosalie Blackwood"

Al terminar de leer la carta Marianne sonrió y le pareció adorable toda esta situación, también se preguntó cómo un niña tan dulce podría ser hermana de un frívolo hombre.

Al atardecer, las cinco hermanas estaban dispersas por la amplia alcoba de la mayor, entre risas y murmullos, arreglándose para la gran velada de esta noche.

Marianne, siempre de porte impecable, ajustaba con esmero los cordones de su corsé frente al tocador de madera oscura. A través del espejo ovalado podía observar a sus hermanas, ocupadas en sus propios preparativos, ayudándose mutuamente entre sonrisas cómplices.

—¿Podrías ayudar con mi corsé, Marianne?— preguntó Marie, acercándose con una ligera inclinación.

—Por supuesto, acércate —respondió Marianne, comenzando a atar con delicadeza los finos cordones de la prenda.

Al otro lado de la habitación, Margarita, la más tranquila de las hermanas, acomodaba los rizos dorados de Miranda, mientras esta abrochaba los botones de perlas en el vestido de Minnie May.

—Mañana partiremos de regreso —comentó Marie con un suspiro melancólico—. Es extraño pensar que este será nuestro último baile juntas por un largo tiempo.—

—No hables como si fuéramos a irnos para siempre — replicó Margarita con una sonrisa traviesa.

—No será para siempre —murmuró Miranda con su voz suave—, pero todo cambia cuando te casas. Las responsabilidades son otras.—

Marianne conocía esas palabras demasiado bien. Las tres del medio ya eran esposas y madres, cada una inmersa en la vida que les correspondía. Al mirarse en el espejo, Marianne se preguntaba si ella compartiría el mismo destino. Minnie May, a su lado, seguía siendo una niña, con sueños aún intactos, mientras que Marianne sentía que el reloj avanzaba demasiado rápido para su gusto.

—¿En qué estás pensando? —preguntó Marie, alzando una ceja con picardía al notar el silencio de su hermana mayor

— No tiene importancia, ¿Quieres que te ayude con tu cabello?— Marianne cambio rápidamente de tema.

—¡Lo agradecería mucho!— sentada frente al tocador, Marie se sintió como aquella niña que no quería salir a ningún lado si su hermana mayor no la peinaba, eran bonitos recuerdos.

Por su parte Marianne trataba de atesorar cada momento con sus pequeñas hermanas, deseando internamente que todo volviera a hacer como cuando su única preocupación era jugar con ellas.

Las hermanas siguieron arreglándose entre risas y cotilleos, todas tenían que admitir que tener una hermana que se enteraba de todo era lo mejor cuando se trataba de novedades en la alta sociedad.

El cielo comenzaba a teñirse con tonalidades rojizas cuando las cinco hermanas, vestidas con sus mejores galas, descendieron las amplias escaleras de la casa familiar. Sus pasos resonaban con suavidad sobre los escalones de mármol, mientras los murmullos de la conversación se mezclaban con el crepitar de las velas encendidas en los candelabros dorados.

Abajo, en el gran salón, los padres aguardaban junto a los esposos de sus hijas. El señor Seymour, con su rostro severo pero orgulloso, observaba a sus hijas con satisfacción, mientras su esposa, elegantemente vestida en un satén de color marfil, las miraba con una sonrisa nostálgica. Sabía que los tiempos estaban cambiando, y que cada reunión familiar sería más rara y especial.

—Están radiantes, mis queridas —comentó la madre, levantándose con gracia para ajustar el broche de encaje en el cuello de Minnie May.

—Es tiempo de partir —dijo el señor Seymour, sacando su reloj de bolsillo de oro y consultando la hora con precisión.—Marianne, ven aquí hija, acompaña a tu padre.— detuvo a su hija mayor al verla con intenciones de irse.

Marianne lo miro con intriga, pues el siempre salía de casa acompañado de su esposa sin excepción. Finalmente se acercó y cuando su padre le ofreció su brazo para comenzar a caminar, ella sin pensarlo se agarró firmemente de el.




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