—Disculpe, señor, no puede pasar por aquí.—Isabela extendió el brazo, bloqueando al joven que intentaba entrar sigilosamente por la puerta trasera del teatro.
—Oh, lo lamento. Vi a algunas personas entrar y pensé que estaba abierto al público.—respondió el joven, con una sonrisa apacible que no logró disimular su atrevimiento.
Isabela lo examinó detenidamente. Notó que sostenía un gran ramo de flores entre sus manos, y aunque su atuendo mostraba cierta distinción, carecía del lujo ostentoso propio de la aristocracia.
—No, lo siento... Este teatro se usa para clases privadas de ballet, y los ensayos no son accesibles al público. Si insiste en entrar, se llevará un fuerte regaño que no olvidará.—le advirtió con firmeza, sin dejar lugar a dudas.
—Gracias por la advertencia.—dijo él, retrocediendo con pasos lentos. Pero antes de girarse por completo, se detuvo y, con una sonrisa inquietante, añadió—. Antes de irme, ¿le haría el favor de decirle a la señorita Seymour que esto es de parte de su admirador secreto?— el joven extiende el ramo de flores, hacia Isabela.
Isabela acepto las flores algo confundida. Quiso responder, pero el joven ya se había dado la vuelta y se fue sin decir nada, desapareciendo entre la gente.
Se quedó parada tratando de entender lo que estaba pasando, ¿Qué pretendía ese joven con Marianne?, entonces recordó cuando comenzó el debut de su amiga ¿Era ese el joven que le mandaba las cartas a Marianne cuando eran más jóvenes?
Con el ceño fruncido, Isabela se apresuró a entrar en la sala de ensayo. Marianne estaba allí, como siempre, sentada en su rincón habitual, revisando distraídamente las puntas de sus zapatillas. Al sentir la mirada de Isabela sobre ella, levantó la cabeza y sus ojos se encontraron. Sin necesidad de palabras, Isabela le lanzó una sonrisa traviesa que demostraba complicidad.
Marianne frunció ligeramente el ceño, percibiendo la energía animada en su amiga.
Isabela, finalmente acercándose cuando logró calmarse un poco, soltó la pregunta, que la había estado carcomiendo desde que el joven se marchó:
—¿Por qué no me dijiste de esto antes?—dijo, con un tono alegre que era imposible ignorar.
—¿Perdón? No entiendo de qué me estás hablando.—Marianne parecía genuinamente desconcertada. Sus finas cejas se arquearon en un gesto de confusión cuando observo el ramo de flores—¿Quién te hizo llegar eso? —
—No te hagas la tonta. Algo pasó en la puerta, un joven dijo que eran para ti, de...—Isabela ni siquiera pudo terminar su frase cuando una voz familiar la interrumpió desde detrás de ella.
—¡Hola! ¡Cuánto tiempo sin ver esos dulces rostros!—exclamó la recién llegada con alegría.
Marianne, con una sonrisa que iluminó su rostro, se levantó de inmediato y corrió hacia la joven que acababa de entrar.
—¡Emily, has vuelto!—Marianne la envolvió en un cálido abrazo.
—Así es, y esta vez no me iré de nuevo.—Emily le devolvió el abrazo, luego dirigió su mirada hacia Isabela, quien aún estaba de pie, sorprendida.—¿Y tú, Isabela? ¿No me darás un abrazo?—preguntó con tono travieso.
A pesar de su sorpresa, Isabela esbozó una pequeña sonrisa y, tras un momento de duda, se acercó para abrazar a Emily. El reencuentro fue tan cálido como inesperado. Tras algunos minutos, las tres se posicionaron en el rincón de siempre y comenzaron a conversar mientras esperaban el inicio del ensayo.
—Pero que flores tan hermosas, mi querida Isabela— Emily, se fijo en el ramo que Isabela cargaba.
— ¡De eso estábamos hablando! Un joven me las dio para Marianne.— cuando Emily escucho eso, comenzó a saltar de la emoción junto a Isabela.
—¿Quién se las mando? ¡Están preciosas!—
Las examinó por un momento, tratando de buscar una nota, la cual nunca encontró.
— Eso es lo más emocionante, Marianne creo que tú admirador secreto de cuando éramos niñas regreso.— Cuando Marianne escucho eso se quedó paralizada.
— ¿Que has dicho?— esto no podía estar pasando, ¿Por qué seguía el aquí?.
—El joven ha dicho que te las mandaba tú admirador secreto. Que cosa tan divertida! Es como si volviéramos al pasado cuando tenías diecisiete y recibías todas esas cartas de admiración.—Dijo Isabela recordando los buenos momentos de la juventud. Por su parte Marianne no estaba muy contenta con la situación y su expresión la delataba.
— Es verdad, siempre nos dabas una de las rosas, de tus ramos.— dijo Emily, recordando aquellos días, donde Isabela y ella salían emocionadas de los ensayos por su rosa.
—Yo... Si lo recuerdo pero, no creo que sea el... Nunca lo conocí entonces no sabré decirles.— Marianne tomo el ramo que Isabela le extendía, algo incomoda decidió cambiar el tema de conversación —¿Dónde has estado todo este tiempo, Emily?—preguntó Marianne intrigada.
Claramente sus amigas notaron que Marianne no se encontraba para nada feliz con el suceso y que trataba de evitar el tema, por lo que decidieron dejarlo para después.
—Ah, ya sabes, princesa... Mi abuelo ya es muy mayor y mi padre me envió a la granja familiar a las afueras de la ciudad para cuidarlo.—explicó Emily con un tono afectuoso.
Emily, una joven de clase media, había logrado unirse al grupo de bailarinas del teatro gracias a un favor que el maestro Dupont le debía a su padre. Aunque al principio fue recibida con escepticismo por algunas compañeras, había demostrado su valía con talento y perseverancia, ganándose el respeto de todos, incluida Marianne.
A lo largo de los meses, Emily, con su carácter afable, natural y simpatía, había forjado una sólida amistad con Marianne e Isabela. Siempre las llamaba "princesitas" o "muñequitas" en tono de broma, pero con un afecto genuino que las había unido de gran manera.
—Si estás aquí, ¿significa que tu abuelo se encuentra mejor o falleció?— Isabela soltó su pregunta, sin pensarlo mucho.
—¡¡Isabela!! Piensa mejor tus palabras— Marianne reprendió rápidamente a su amiga.