Pasos en confrontación

Capitulo 20

Marianne vaciló un instante antes de aceptar la mano que Andrew le ofrecía. Esta vez, solo él llevaba guantes, y el contacto fue breve, pero lo suficiente para que sintiera un leve calor y, al mismo tiempo, una punzada de incomodidad al encontrarse con su mirada seria. Retiró su mano rápidamente, recuperando su compostura habitual, y se apresuró a ponerse los guantes nuevamente, aunque no lo deseaba. Sabía que debía evitar cualquier malentendido.

—Señor Blackwood —dijo al fin, inclinando ligeramente la cabeza.

Andrew esbozó una leve sonrisa, apenas perceptible, mientras sus ojos permanecían serios. Luego, se hizo a un lado, cediéndole el paso. Fue un gesto caballeroso, aunque tan inesperado que Marianne no pudo evitar sentir cierta inquietud, preguntándose qué podía significar en ese momento.

Lo observó con desconfianza, pero antes de que pudiera decir algo, la señora Stanley apareció frente a ella con su habitual energía.

—¡Querida Marianne! Qué alegría verte aquí. Por un momento pensé que habías cambiado de parecer.

—Mis disculpas. Un pequeño contratiempo retrasó mi llegada, pero espero no haberme demorado demasiado.

Los ojos de la señora Stanley brillaban de entusiasmo, aunque no estaban puestos en Marianne, sino en Andrew, que permanecía detrás de ella, guardando una distancia prudente y adoptando un aire reservado.

—Lo importante es que estás aquí —dijo, volviendo a concentrarse en Marianne—. Ven, acompáñame al jardín; los demás ya están esperando para empezar el juego.

Sin dejarle tiempo a replicar, la anfitriona tomó a Marianne del brazo y la condujo hacia el amplio jardín, donde el césped, impecablemente cuidado, estaba listo para el croquet. Sin embargo, antes de avanzar demasiado, pareció recordar que Andrew seguía en el vestíbulo.

—¡Señor Blackwood! Por favor, acompáñenos al jardín.

Andrew asintió con un movimiento leve y comenzó a seguirlas, manteniendo unos pasos de distancia, con un andar pausado y las manos entrelazadas a la espalda.

Mientras cruzaban hacia el jardín, la señora Stanley aprovechó para mencionar a Marianne quiénes estaban presentes esa tarde. Estaban allí tanto los Blackwood como los Stanley, lo que hacía de Marianne la única invitada sin compañía familiar. No pudo evitar lamentar que Minnie May no hubiera podido acompañarla.

En un momento, la anfitriona giró ligeramente hacia Andrew y luego, inclinándose hacia Marianne, susurró con preocupación:

—Espero que el joven Blackwood no esté encontrando nuestra reunión aburrida. ¿Y si decide que Rosalie y mi hijo no deberían seguir juntos?

Marianne, tras meditarlo un instante, respondió con calma:

—Señora Stanley, si me permite opinar, no creo que tenga motivos para preocuparse por eso.

— Bueno, si así lo piensas, te haré caso. Ese hombre es tan inexpresivo que resulta difícil discernir si se halla indispuesto o satisfecho. Aun así, querida, confiaré en tu juicio, pues, entre todos, tú eres la que mejor conoce a la familia Blackwood. —Tomó nuevamente a Marianne del brazo y comenzó a caminar—. Por cierto, Marianne, hay algo que me inquieta respecto al joven Blackwood. ¿Acaso conoces a su esposa? Me parece extraño que aún no la hayan presentado, y un hombre de su condición ya debería tener compañía. O, acaso… ¿es que no tiene esposa?

Marianne se giró rápidamente hacia la señora Stanley, comprendiendo al fin por qué había mostrado tanto interés en ella. Se limitó a sonreír y respondió en un tono mesurado.

— Lamento decirle que no soy tan cercana a ellos como para saber tales detalles.

— No me mientas, querida. Tu madre mencionó que la señora Blackwood y tú han tenido varias conversaciones. Debes ser comprensiva conmigo, pues aún tengo una sobrina que no ha logrado casarse, y alguien como Andrew le vendría maravillosamente.

— Eh… Tiene usted razón, señora Stanley, pero creo que es un asunto estrictamente familiar sobre el que no tengo derecho a indagar. Además, mi madre es amiga de la señora Blackwood. Si ella no se lo dijo, ¿por qué habría de decírmelo a mí?

La señora Stanley guardó silencio, pero Marianne sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que retomara el tema. Cuando llegaron al jardín, las canastas ya estaban dispuestas, y un grupo de invitados conversaba animadamente mientras sostenían los mazos. El ambiente era cálido y acogedor, con una carpa erigida para protegerse del sol y mesas colmadas de deliciosos postres, además de un rincón dispuesto para el té.

Marianne sintió una mezcla de alivio y tensión. Aunque el evento se presentaba como una ocasión amistosa, no dejaba de ser una distracción incómoda en un momento en que su mente estaba abrumada por preocupaciones.

— ¿Jugaremos en equipos? —preguntó, intentando sonar despreocupada y dejar atrás el tema de Andrew.

— ¡Por supuesto! —exclamó la señora Stanley—. Formaremos los equipos, será sumamente divertido. Espero que elijas a mi sobrina como tu compañera.

Marianne se tensó. Sabía que no podía negarse sin parecer descortés, así que simplemente asintió. Antes de que pudiera decir más, Rosalie apareció y, con suma amabilidad, pidió un momento a solas con la mayor de las Seymour, lo que provocó que la señora Stanley se dirigiera hacia su esposo.

— ¡Marianne! —dijo la joven con entusiasmo, abrazándola—. Qué bien que has venido, estoy algo nerviosa. No soy muy diestra en el croquet y temo decepcionar a Edward.

La mayor de las Seymour se sorprendió al escuchar el nombre de Edward en boca de Rosalie y no pudo evitar comentarlo.

— Vaya, ¿Rosalie Blackwood nerviosa? —dijo, arrancando una risita a la joven—. No es propio de ti. Sin embargo, te sugiero que esta vez seas tú misma con él. Es un momento para relajarte y pensar en ti. Además, debes ganar.

Entonces me divertiré. Muchas gracias. —Le sonrió y agregó—: ¿No ha venido Minnie May contigo?

— Lo siento, se quedó estudiando; tiene que perfeccionar su francés. Pero quería venir, te lo aseguro. —Rosalie suspiró.




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