-Lo sentencio a usted, Brais Hernández, por homicidio simple cometido contra Elizabeth Garza. Es condenado a cumplir 5 años de cárcel sin acceso a visitas y en constante observación.
¡Clap!.... jamás olvidaré ese sonido. El sonido que definió mi futuro por los próximos 5 años. Encerrado y llamado criminal por haber estado en el lugar equivocado, en el momento equivocado y de la manera equivocada.
Lunes 26 de julio 3:45 pm
Es hora del té, con la vecina la cual me brinda las mejores experiencias. Ella se llama Elizabeth. Es maestra de artes. Cada uno de sus rasgos, son simplemente arte. Nos conocemos hace 3 años y puedo decir que han sido los mejores. Su compañía ha sido de gran ayuda desde entonces. Todos los días nos juntamos luego del almuerzo, nos contamos nuestro día, compartimos el té y las anécdotas no faltan. Escucharla reír es uno de mis pasatiempos favoritos, y su sonrisa... no la cambiaría por nada.
- Y yo dije: ¿están listos chicos? Y una alumna respondió: ¡Sí capitán, estamos listos!
Nos echamos a reír por la entretenida anécdota de su día en la escuela.
- Me hubiese gustado haber visto eso. Creo que te ha ido de maravilla en tu trabajo –dije admirando la hermosa sonrisa que dibujaban sus labios.
- Deberías haber visto la lluvia de carcajadas en el salón. Cada día amo más mi trabajo. Es increíble que me haya tomado tanto tiempo darme cuenta que era esto lo que debía y quería hacer –dice mientras juega con sus dedos.
- Ve el lado positivo, estás haciendo lo que te gusta y eres perfecta en ello.
- Sí, es fantástico. Los chicos alegran mis días, al igual que tú.
Una sonrisa boba se hizo presente en mi rostro y dirigí mi vista hacia ella. Nuestras miradas se mantuvieron por un momento y el espacio entre nosotros era cada vez menor. Jamás la había visto con tanta cercanía, pero era cada vez más hermosa. Acomodé su mechón de cabello por detrás de su oreja.
- ¿Te había dicho lo bella que eres?
- Creo que lo recordaría -dijo con cierto coqueteo en su voz.
- Pues lo eres. Tu cabello como el atardecer, tus ojos como la miel más dulce. Delicada como una flor. La más hermosa de todas.
Cada vez más cerca el uno de otro, pidiendo a gritos más cercanía y terminar con la distancia.
- ¿Me permites?
- A ti, siempre.
Tomé su mano, y deposité un cálido beso en ella. Acaricié sus mejillas, acunándolas entre mis manos. Estaba dispuesto a probar dichos labios color cereza. A tan solo unos centímetros de ella y sintiendo la mezcla de nuestras respiraciones fue cuando los golpes en su puerta nos interrumpieron.
- Aguarda un momento, iré a ver quién llama a la puerta –dijo con un hermoso color rojo en sus mejillas que hizo acelerar mi corazón.
- Salvada por la campana. Tranquila, no iré a ningún lado -mostrando mi más sincera sonrisa y un poco nervioso por lo que iba a suceder hace unos segundos.
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Editado: 03.04.2022