Pasos en la habitación de al lado

-24-

Desde la prisión... 

- ¡No pueden tenerme aquí para siempre! -dijo Deva mientras soltaba una risa esplendorosa. 

- Cállate si no quieres que te reduzca. 

De pronto una persona se acerca apresuradamente al oficial 

- Capitán, ya tenemos las muestras de la prisionera.  

¿Qué? ¿Muestras? ¿Cuándo tomaron muestras mías? Además, ¿cómo? Siempre traigo guantes y nunca me los quité. El oficial tomo la carpeta de documentos, leyó los papeles y se asombró de los resultados 

- Brais tenía razón. Él es inocente.  

El policía se aproximó a mí y sacó las esposas. Las puso en mis manos y dijo.  

- Señorita Deva Larson, queda usted arrestada por el homicidio en contra de Elizabeth Garza y por el delito de fingir su muerte durante más de 15 años. Tiene derecho a un abogado... 

- Sí, sí. Ya me sé el discurso. Solo le digo una cosa, no estuve sola. Tuve cómplices. 

- Todo lo que diga puede y será usado en su contra... 

(…) 

Muchas preguntas y pocas respuestas... 

No... se supone que esto no debía suceder. Él tenía que estar a salvo. 

Me aproximé hacia las puertas del hospital donde se encontraba Brais, estaba dispuesta a conversar con él sobre toda esta situación. Al estar en frente de ellas solo pude detenerme, no podía hacerlo... ¿qué pensaría él? ¿Qué estoy loca? ¿Qué por qué lo hice?  

Ni yo misma tengo la respuesta a esas preguntas, pero solo sé una cosa. Lo amo y siempre lo hice. Debo solucionar este embrollo en el que él nunca debió estar. Tomé el valor de donde no sabía que lo tenía y crucé esas puertas. Me acerqué al mostrador y consulté por el nombre de “Brais Hernández”  

- ¿Qué relación tiene con el paciente? -preguntó la enfermera que estaba detrás del mesón. 

- Soy una amiga cercana.  

- Piso 3, habitación 206. El horario de visitas termina en 20 minutos.

Con cada paso que daba, mi corazón se aceleraba más y más ¿Qué le diría? Solo yo soy loca de llegar y venir a presentarse frente a él sin saber qué decir.  

Y ahí estaba, frente a la puerta de su habitación. Me había cuestionado más veces de las que ya puedo contar si girar el picaporte o no. Cuando iba dispuesta a hacerlo, titubeaba y retrocedía. Hasta que escuché una voz detrás de mí.  

- ¿Quién eres?  

La reconocí al instante, era imposible confundirla. Era igual que la de él. Bueno... claro que lo era, es su madre. 

- ¡Ah! Hola señora Hernández. 

Aún no me daba vuelta, por lo que ella preguntó de nuevo.  

- ¿Quién eres y cómo me conoces? 

Estaba muda, ¿qué se supone que tengo que decir? “Hola señora Hernández, soy Elizabeth Garza. ¡Sí! La que se supone que está muerta. Esa misma” ¡Claro que no! 

Solo pude darme la vuelta y tratar de mirarla decentemente.  

- Tú... ¿cómo es que...? No, tú estás muerta. Esto no... esto no es posible. 

Perdió el equilibrio y solo pude sostenerla para evitar que cayera. Hicimos un contacto visual que comenzó por ser algo normal y terminó siendo el momento más incómodo. Iba a formular una palabra cuando ella se adelantó.  

- Se supone que estás muerta ¿cómo...? 

- Yo... es difícil de explicar. Solo puedo decir que sabía a lo que iba y me preparé. Jamás creí que Brais fuera a... 

- ¿Interferir? -me interrumpió -mira... no te tengo ningún rencor ni nada, solo que sepas que Brais estuvo a punto de pasar un tiempo en la cárcel porque creyeron que él te había matado. Estaba devastado y ahora herido. La chica loca esa le disparó. Está estable, pero el doctor no aseguró nada para las horas que vienen. 

- Yo... ¿puedo pasar a verlo? -esperaba que su respuesta no fuera un “no” rotundo. 

- Sí, puedes pasar, pero solo unos minutos. El horario de visitas ya terminará.  

- Gracias. 

Me animé a entrar y al verlo, mi corazón se detuvo. Estaba lleno de tubos y máquinas que lo ayudaban a poder respirar de manera correcta. De a poco me acerqué y puse mi mano sobre su mejilla.  

- Oh mi querido retoño ¿por qué hiciste algo como eso? Tu debías estar bien. Y lo peor es que no podía ayudarte. 

El verlo en ese estado hizo que todos mis sentidos se encogieran. Mi corazón dolía, y más por saber que había sido mi culpa. Tomé su mano y comencé a entonar nuestra melodía especial.  

Tarareaba cada una de las notas mientras daba suaves caricias en el dorso de su mano. Me detuve porque sentí lágrimas caer por mis mejillas ¿Cuándo comencé a llorar? Su rostro estaba un poco pálido, debe ser por la falta de sol.  

Todo estaba “bien”, cuando de pronto Brais comenzó a tener convulsiones y en el monitor se pudo ver como su pulso incrementaba de una manera muy preocupante.  

- ¡Enfermera, ayuda! ¡Alguien por favor! -grité con todas mis fuerzas por el solitario pasillo. 




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