“Recuerda que el destino no juzga o toma lados, sino que destruye a los que se atreven a detenerlo, aun así, lucha hasta el final. Mi querido amigo, si caes, levántate y sigue adelante, y cuando nadie más quede, yo voy a estar allí, no te voy abandonar".
Prólogo
“Duele, duele demasiado. Siento que ya no puedo respirar… pero qué pasará si me rindo. Debo pensar en ellos, en ellas… en ti Roza,” se repite, buscando las fuerzas para seguir luchando.
La exhalación que sale de su boca, es un pesado vapor de cansancio, visible en la inmensidad del espacio, como una máquina al borde de estallar. Si tan solo pudiera pedir a alguien que tome su lugar por unos minutos, solo unos cuantos. Pero en este punto de la batalla, pedir un descanso, aunque fuera breve, era un lujo que no podía tomar.
Frente a él está un monstruo que no debería existir, una criatura ajena a su universo, a esta realidad. La manera en que lo observa, en que se comunica, en que piensa, no tiene fundamento en nada que él comprenda de esta vida.
Los ojos de la bestia resplandecen, decenas de ellos abriéndose y cerrándose, iluminando su cuerpo como si una luz cegadora ardiera adentro de su cráneo.
El monstruo no le da tiempo para más pensamientos. Con un aullido que sacude hasta la misma oscuridad, se mueve con una velocidad aterradora, logrando asestar un golpe cerca de su corazón. La grotesca garra de la criatura se hunde en el metal de su pecho, dejando pequeños agujeros por las incontables espinas que cubren su brazo deforme. Afortunadamente, su armadura lo protege una vez más.
Aferrándose a su espada con toda su fuerza, corta el brazo izquierdo del monstruo antes de que pueda retirarlo. Sin embargo, la criatura, en lugar de mostrar miedo o incluso dolor, lo observa con esa sonrisa típica de ellos y, de inmediato, le deja claro que aún le quedan otros cuatro brazos de ese mismo lado.
Acercarse lo suficiente para atravesar su corazón era una tarea monumental. No solo es más rápido y fuerte que los demás, también es más feroz. Usando una gran parte de su complejidad, supera los límites de su velocidad para hundirle la espada. Está a punto de lograrlo cuando el monstruo sacude uno de sus largos brazos, obligándolo a retroceder. El movimiento de esa extremidad le recuerda más a un tentáculo de pulpo que a un brazo, con sus múltiples codos retorcidos.
Mirarlo directamente tampoco resulta fácil; su rostro es una abominación. Donde debería haber una cabeza, hay quince ojos de distintos tamaños, cada uno mirando en direcciones opuestas. Sus cinco bocas, llenas de largos dientes, se distribuyen de forma caótica, como si alguien o algo hubiera fusionado cinco cabezas diferentes sin preocuparse por la simetría o la normalidad de la naturaleza.
Sus compañeros lo alcanzan y, con su ayuda, lo atacan desde todos los ángulos posibles, desgarrando su carne y quebrando sus huesos. Ya debilitado, él le hunde la espada en el centro del pecho. Entre los gritos que emiten sus cinco bocas, el monstruo lanza maldiciones y promete que ninguno de ellos saldrá con vida hoy.
La agotada expresión del “Gran Guerrero del Norte” se torna en tristeza al darse cuenta de que aún quedan muchos más. Esas criaturas avanzan hacia ellos como una marea de odio y sed de sangre, pero eso no es lo peor. Ni él ni sus compañeros pueden encontrar palabras para describir lo que sienten al ver los portales. Tal vez estén demasiado cansados, o quizás ya han perdido toda esperanza: observan cómo cientos de miles cruzan cada segundo, sumándose a los millones que ya están listos para atacarlos.
Si tuviera un poco más de tiempo, les agradecería por todos sus sacrificios, les diría lo orgulloso que está de luchar junto a ellos. Ojalá que su breve sonrisa sea suficiente; después de todo, son sus queridos amigos, sus hermanos de arma.
Esta guerra no se limita a este universo. En incontables reinos, conocidos como las "Casas de los Dioses", legiones de dioses guerreros y ángeles combaten contra los "Sextos". Nadie sabe de dónde provienen ni quién los creó; lo único claro es que buscan destruir nuestra existencia. Además de querer erradicar millones de universos, se ven a sí mismos como los jueces de todo lo que ha sido creado, y ahora su mirada está puesta en nosotros.
Es el tercer día de la batalla en el universo de "Los Ríos Sin Fin", un cosmos creado por la Diosa Bemmatiz Deiozintris. Como soberana de su casa, ella se preparó lo mejor que pudo, convocando a innumerables dioses y forjando millones de poderosos ángeles, decidida a proteger su hogar: el epicentro de todas sus creaciones. Aunque intentó evacuar a gran parte de los habitantes, muchos decidieron quedarse para pelear a su lado.
Desde el inicio de la guerra, los Sextos lograron neutralizar los poderes de sus magos, como lo hacen en cada lugar que atacan. Aun así, entre los mortales circulan historias sobre los magos de la armada del "Guerrero-Imbatible", quienes, según dicen, aún pueden usar sus habilidades, aunque ella duda que esto sea cierto.
Aún le quedan muchos legados, incluido su hijo Rocemi, quien comanda la mayor legión en el norte, y sobre todo, mantiene la esperanza de que los refuerzos llegarán pronto.
Cyntia Deiozintris, la tercera hija de Bemmatiz, se encuentra en el "Mundo-Corazón". Protegida adentro de las imponentes murallas del castillo, camina de un lado a otro, atrapada en una angustia que se niega a liberarla. Incapaz de pensar en otra cosa más que en lo peor, decide despachar a todos sus ángeles fuera de la habitación.
Antes de sentarse y mirarse al espejo, deja escapar un suspiro pesado, lleno de ansiedad, deseando con todas sus fuerzas que su madre logre exterminar a esos monstruos. «Madre, Roza, hermano… por favor, deténganlos», suplica mientras su rostro se arruga al imaginar su propia muerte.
En el reflejo, algo ha cambiado: sus cansados ojos púrpuras y su desaliñado cabello dorado le devuelven una imagen desconocida. Ya no ve a una hermosa diosa, sino a alguien agotada, al borde de rendirse ante el miedo.