En solo un mes, Ansaidifel ha terminado de construir ocho grandes ciudades a lo largo de su territorio. Por su lado, sus magos continúan atrayendo talento y gente para llenar los pueblos que se están levantando cada día. Las noticias de Quinton siguen propagándose por los once continentes; después de 130 años, la nación finalmente resurge de las cenizas. Una nación que no pudo producir una emperatriz durante mucho tiempo y donde millones de sus habitantes se fueron a otros reinos; ahora una nueva luz relumbra y sus descendientes están por regresar.
Las otras emperatrices de Astra no tienen ganas de enemistarse con Ansaidifel. Han escuchado muchas cosas de ella: que su madre no es de este continente, que a los 7 años perdió a ambos padres y que a los 15 obtuvo la bendición, algo insólito; por lo general, uno lo recibe después de los 21. Dicen que es bella, inteligente y poderosa. Lo extraño es que está permitiendo que todos los demonios entren a su país, parece que no le importa si son fuertes o débiles.
Mia recibe las noticias y corre al cuarto de Fel. En la nota se ve que dice: "La Diosa ha llegado".
—Levántate, despierta —exclama quitándole la cubrecama, le da un par de cachetadas al ver que no responde.
—¡Au!, ¿qué haces?
—Es la Diosa, la Diosa ha llegado.
Le advirtieron que las Emperatrices tarde o temprano iban a interferirse en los asuntos de su territorio, pero cuando recibe las noticias de que un Dios se dirige a su capital, no sabía qué hacer. Hay varios de ellos en el planeta, que por lo general sirven a la Diosa Iris, la creadora del universo. Se supone que no deben entrometerse, ¿qué hace aquí?, ¿podría ser que la va a castigar? Este día iba a llegar de cualquier forma, al menos sabe que lo que está haciendo es lo correcto, no los va a abandonar.
Afuera, el día se ve hermoso, el sol relumbra sobre las incontables casas a lo largo de su capital. Los magos le traen un espejo y con él puede ver a la Diosa que se encuentra caminando por la calle. Su ángel y ella llevan capuchas, evaden a todos sus guardianes con tanta facilidad que sería mejor dejarlos entrar. Esto sí que es una desgracia; no saben casi nada de ella, ¿de dónde viene o qué quiere?
Sus sirvientas le maquillan los ojos y pestañas con máscaras doradas, la decoran con joyas, perlas y una corona de oro. La Diosa ya está cerca, todos se apresuran y salen. Fel acomoda su vestido real y toma asiento.
—¿Cómo me veo? —pregunta Fel con las piernas cruzadas.
—Te ves como un pavo real, y uno bien gracioso —bromea Mia.
—Te puedo mandar al calabozo por decir tal cosa.
—Perdón, pero hay unos cuantos y ya están llenos.
—Entonces recuérdame cuando se construyan más.
Las puertas se abren y la Diosa junto a su ángel entran.
—Bienvenidos, es un orgullo recibir a la Diosa de la Flor, y tú debes ser Eucalis —saluda Fel.
Sabari estudia a Fel detenidamente. La Emperatriz de Quinton es media alta, posee una elegante figura con una delgada cintura. Esperaba que hubiera manipulado su cuerpo de alguna forma, pero resulta ser un producto natural. No solo eso, sino que también emana un alto grado de determinación y poder, con ganas de desafiar el destino. Es la primera vez que ve a alguien como ella.
—Gracias, Emperatriz Ansaidifel Yudax'yian Quinton —responde Sabari quitándose la capucha—. Escuché que me estabas esperando.
Hasta ahora, la Diosa medía 5 pies y 11 pulgadas, pero al quitarse la capucha, su estatura alcanza los 8 pies, dejando a todos en la habitación boquiabiertos.
Mia agarra la empuñadura de su espada al ver que la Diosa no se detiene. Sin embargo, Fel le hace un gesto de que todo está bien y permite que se acerque. A medida que se acerca más, Fel puede apreciar su imponente presencia. Nunca en su vida había visto a un Dios. Si bien había visto muchas estatuas que los representaban y había leído muchas descripciones, verla de cerca era algo completamente diferente. No podía dejar de contemplarla.
—¿Cómo te podemos servir...? —pregunta Fel, tratando de no sonar nerviosa, y se sorprende al lograrlo.
Antes de que Fel termine de hablar, Mia nota que la Diosa está a punto de hacer algo y le grita que se detenga, pero tanto ella como el resto de la habitación quedan inmóviles.
Ansaidifel se levanta rápidamente y mira a su alrededor. Sus guerreros y Mia no pueden moverse. «¿Qué es esto?», se pregunta asustada al ver que incluso la luz se ha detenido. Intenta preguntar qué ha sucedido, pero su boca no logra producir ninguna palabra. De alguna manera, ha quedado muda y, para empeorar las cosas, tampoco puede respirar. La Diosa tiene una sonrisa en su rostro y unos ojos que parecen haber encontrado algo preciado. Decidiendo no darle la satisfacción, Fel empuja el miedo y la incertidumbre que se agolpan en su interior.
—Increíble, casi no puedo creerlo —comenta la Diosa fascinada de la mortal—. Debes de ser alguien importante.
Fel cae al suelo, agarrándose el cuello. No le quedaba mucho tiempo y hace todo lo posible por recuperar el aliento. La imponente figura de la Diosa se inclina hacia ella y sopla en su rostro. ¿Por qué le está haciendo esto? ¿Acaso todos los Dioses son malos? La Diosa sopla nuevamente y Fel se da cuenta de algo; el aire está allí, pero no puede utilizarlo en su estado. Con su poder, se toca la nariz y comienza a respirar, luego se toca los labios y sonidos empiezan a salir.
—¿Qué… qué es esto? —pregunta con dificultad.
Sabari le acaricia el cabello por un momento y la ayuda a levantarse.
—Sabía que lo lograrías. Detuve el tiempo… y al parecer eres inmune.
Fel mira por las ventanas y ve que todos están inmóviles, como si fueran parte de un gran cuadro: la gente, las aves, incluso las nubes no pueden moverse.
—¿En toda la capital?
—En todo el universo.
—Imposible…
—Eso no importa, ya que parece que no puedo manipular tu mente, tengo una propuesta para ti —dice, empujándola a que se siente y atrapándola—. Estoy buscando a alguien llamado el Quinto.