Pasos hacia el Destino

Capítulo 20, El arte del Destino, (3)

Liyul no estaba segura de lo que ocurría; la pelea era intensa, pero no sabía si su amiga estaba ganando o perdiendo. Sin embargo, cada vez que veía los ojos de La Maestra en los espejos, no podía evitar quedar maravillada por su increíble destreza. Al igual que el maestro, A’iana la había ayudado a descubrir algo adentro de sí misma.

Acepta que nunca va a ser fuerte como ella o poder usar magia; lo que sabe, lo que siente, es que su corazón le sigue diciendo que aún así va a poder lograr algo especial. Esa inspiración la lleva a gritar con más fuerza y a saltar más alto. "¡No te rindas!", lo exclama con toda la pasión que inundaba su ser. No le importa lo que los demás digan o piensen. Está decidida a creer en ella, a mantener su fe; no va a cometer el mismo error de antes. Les agradece, y de igual manera que ellos, lo va a dar todo.

En cuanto continuaba su apoyo, la persona a su lado comenzaba a igualar su intensidad, poniéndola más contenta. Y antes que lo haga primero, Eali le agarra de la mano para entrelazar sus dedos con los suyos, en lo que los dos alzan sus brazos al unísono. Llena de amor, voltea hacia él, descubriendo en su mirada una conexión perpetua y trascendente. Lo que experimenta allí era algo peligroso, por desatar un impulso irresistible de entregársele por completo, y se sumerge en un sueño de poder compartir su vida con su amado, en donde se van a casar en una gran boda, llena de todos sus amigos.

Sin olvidarse de su madre, le expresa gratitud por haberla amado hasta el último momento de su vida, deseando que pudiera estar aquí. Planea plasmar cada momento de este día en su diario, con la esperanza de que algún día se lo pueda leer. Siente que no está lejos, que la sigue cuidando. En medio de su alegría y los gritos de la gente, pide un deseo: anhela reunirse con ella para que pueda ver a Eali, a sus futuros nietos y, por supuesto, a Melenas también.

 

En medio de la multitud que vitoreaba por su discípulo, el maestro Lutao reflexiona en que siempre ha esperado grandes cosas de ella.

Presenció su dedicación y logros, así como su perseverancia y pasión por la justicia. Deja que su profundo orgullo se exprese en los gritos que lanza a la persona a la que ocasionalmente llama hija. Con ella lleva no solo todas sus enseñanzas, también una gran parte de su cariño. Le insta a seguir peleando, a darlo todo, agotar todas las posibilidades; solo así podrá encontrar su lugar en el destino de la vida.

Enseñarles las técnicas a sus estudiantes no era solo para que los siguieran, sino para impulsarlos a convertirse en sus propios maestros. Esta tarea lo obliga a levantarse temprano, a trabajar arduamente y a mantener su paciencia en todo momento. Con esto, la anima a seguir adelante, a no detenerse, asegurándole que es mucho más fuerte y que puede alcanzar el arte del destino.

 

Bastantes árboles y casi todas las flores en el jardín estaban hechos pedazos, con grandes huecos que revelaban el inmenso poder de las combatientes.

 

Los ojos grises de Visión siguen cada movimiento de La Maestra. A solo 3 pies de distancia, con su escudo, detiene los cientos de ataques que lanza en segundos, preparándose para contraatacar. Aunque ha logrado contrarrestar sus vibraciones-cortadoras, no podrá escaparse por mucho tiempo. En un movimiento audaz, antes de que esa mujer salte como una cobarde, utiliza el poder del hielo en su arma y estira su brazo con la rapidez de un resorte.

Su oponente no lo anticipa y usa su vaina sin haber aplicado mucha magia de protección. Lo que sucede a continuación es que el poder del hielo toma efecto, congelando su arma y haciéndola quebrar en un polvo translúcido. Con satisfacción, observa cómo su adversaria suelta la parte restante.

Intenta lo mismo con su espada, pero esta está más protegida. Ambas chocan; La Maestra persiste en atacarla de la misma forma con sus predecibles embates. No importa si son cientos o miles, si no puede cambiarlos, no va a infligir ningún daño. Está a punto de ganar, ve que la arma de La Maestra comienza a congelarse y, en vez de presenciar su destrucción, sus ojos no pueden creer lo que sucede a continuación: de manera inesperada, su escudo se parte en dos.

No podía ser cierto; su confusión la traiciona y, por primera vez en este campeonato, recibe un golpe. Trata de usar su espada para protegerse mientras su escudo cae al suelo.

La Maestra inicia una serie de ataques desde diferentes ángulos, afortunadamente, ya no son tan rápidos como antes, dándole tiempo para esquivarlos y escapar.

«¿Cómo pudo pasar esto?», se pregunta mientras la mira. Sabe que su magia se va a agotar pronto, de que este momento es crucial para acabar con ella. Lo malo es que no puede hacerlo; no puede lanzarse así nomás, acaba de perder una parte muy importante de su estrategia. «¿Pero cómo lo hizo?», entonces observa el resto de su escudo ante los pies de esa desgraciada. Nota que casi toda su superficie se encuentra sin daño, continúa recorriendo cada centímetro para hallar algo, una pista. Finalmente lo ve, y es obvio; la marca es profunda y consecutiva. Esa mujer pudo atacar su escudo en el mismo punto. «¡Inaudito!», pudo destruir algo casi indestructible con un simple ataque. Al menos le ha costado, y a estas alturas se puede decir que ya ha perdido; su velocidad, su fuerza y su espada no van a ser suficientes. Se calma al ver su estado, «Mírala, mira su espada, ya no queda mucho de ellas».

 

A’iana se encuentra ante una formidable adversaria, con su espada media congelada, señal de que su magia está en declive. En sus ojos se refleja un notorio cansancio y su desafío; sus músculos se contraen sin cesar y su corazón late con dolor. Con la imperiosa necesidad de conservar su magia hasta el último momento, le resulta imposible salvar el resto de su arma. Antes de que el hielo la consuma por completo, decide cortarla a la mitad. Levanta lo que queda y esboza una sonrisa al ver de que apenas le sobra un pie y medio. Al inicio del campeonato su espada medía 3 pies y medio, ahora apenas queda la tercera parte.




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