Después de discutir y exponer las razones por las que Bemmatiz se vio obligada a leer la mente de Condarkelas, el ambiente se serena lo suficiente para que la conversación se torne más tranquila. Sin embargo, Yudaxi, con el ceño fruncido y las manos cruzadas, nota los constantes gestos que las hermanas se hacen entre sí; está casi segura de que traman algo.
Apenas unos minutos atrás, frente a su amado, la obligaron a aceptar sus despreciables disculpas, sabiendo muy bien que no tenía otra alternativa que sonreír y quedarse callada. Le dijeron que era indispensable hacerlo, que los dioses los estaban observando muy de cerca para comprobar que la información obtenida fuera real y que en ningún momento estaban en peligro.
Qué chiste. Lo que más le dolió no fue cuando le rompieron la cara o le cortaron el brazo, sino el momento en que esa maldita diosa posó sus labios sobre los de su esposo. ¡Es mío!, lo grita en su mente, casi dejando escapar las palabras de su boca.
—Debo irme con ellos, nos vemos en el banquete —informa Ámilis de manera repentina.
—¡Qué! Espera, déjame acompañarte —pide Yudaxi, convencida de que era crucial seguirlo.
Cyntia le lanza una mirada a su hermana.
—Yudaxi, necesitas revisar tu nuevo distrito de magos, tus brigadieres te están esperando —interviene Roza con una amigable sonrisa.
—Hay algo importante que Condarkelas necesita escuchar, no va a tomar mucho tiempo —agrega Lelfid.
Yudaxi se siente atacada por todos lados. ¿Cómo era posible que hace unas horas estaba tan feliz en sus brazos? ¿Qué le está pasando?, se pregunta con ganas de gritar.
—No se entrometan, esto es entre él y yo —dice Yudaxi, sin importarle lo que el resto piense de ella, porque necesita estar con él; su corazón se lo pide.
—¿Y tu armada? ¿No son ellos importantes? Eres su general, y te están esperando —le reprocha Lelfid. No debería hablarle así, pero Bemmatiz le indicó que de alguna manera convenciera a su nieta de que no viniera con ellos. Está claro que están siguiendo los deseos de Cyntia.
Zachin, cansada del teatro, ya no quería permanecer en aquel lugar. Tras despedirse de todos, se retira a su nuevo distrito.
En realidad, Ámilis no tenía ganas de separarse de su esposa; sin embargo, le informaron que había algo de suma importancia exclusivamente para sus oídos. Mientras tanto, su querida seguía discutiendo, comportándose de manera infantil.
—Cariño, te tengo esto —le avisa, extrayendo un tubo de su espalda que, al abrirse, revela algo envuelto en cintas rojas—. Es el regalo que te prometí.
En un giro de 180 grados, Yudaxi se llena de felicidad; sus dudas se desvanecen y, sin esperar, desenvuelve el regalo, dejando caer las cintas y la caja al suelo. Lo que queda en sus manos es un vestido de color verde-dorado, la prueba que ella necesitaba. No había más que decir: él la amaba, y con pequeñas lágrimas, le da un beso en la boca, tratando de borrar el de la diosa. Ni los dioses, ni los Sextos, ni el mismo destino podrán separarlos, se dice mientras lo sujeta de la cabeza para que no se escape. Como si fueran el centro de atención, todos los presentes los observan. Solo una persona tenía ganas de separarlos, y esa persona era la única que podía hacerlo. En sus ojos púrpuras, ella ocultaba un gran secreto, uno que Cyntia iba a usar contra el destino.
Los dioses y ángeles se retiran junto con el guerrero imbatible, pero antes de irse, él se vuelve para mirar a su esposa. «Eres engreída, caprichosa, orgullosa… pero amo todo acerca de ti. Eres una de las mejores personas que he conocido: fuerte, valiente, acogedora y, aunque no lo aceptes, siempre vas a hacer lo correcto. Te amo».
Sosteniendo su vestido, Yudaxi alza la mano para despedirse. Los dos han compartido buenos y malos momentos, enfrentando muchas adversidades. Él se ha convertido en su esperanza, en sus sueños, y en su corazón la idea de cortarle las alas ha tomado forma. Le resulta difícil aceptar que, después de perder a tantos, pudiera considerar sacrificarlos por aquel amor. Ojalá no tenga que ser ella quien decida, porque no puede vivir sin él; lo que no sabe es que el destino ya ha elegido, y no hay nada que pueda hacer para detenerlo.
A su lado, volando, la acompañan un ángel y dos magos dispuestos a servirla de cualquier manera. Aunque usualmente conversaría con ellos, es obvio que quieren estar al tanto de todas sus acciones. Antes de dirigirse al banquete, debe reunirse con sus nueve brigadistas, sus mejores magos, que son su familia de guerra y en quienes confiaría su vida. Procede a cambiarse a un atuendo formal que representa a la armada de los magos. También se prepara mentalmente, anticipando una discusión cuando les informe que va a abandonar su posición de general.
Su nuevo distrito de magos se encuentra demasiado lejos del castillo, lo suficiente como para que no pueda ver a su amado con su poder. Si esto no es paranoia, entonces, ¿por qué todo está diseñado en su contra?
Al acercarse más, observa cómo sus nueve brigadistas se alinean para recibirla frente a una gran mansión: Osos, Mariana, Milio, Kesseh, Plata, Tusa, Joss, Yudka y Lágata la esperaban en fila, el más alto a la izquierda y la más baja a la derecha.
Cientos de magos volaban dentro y fuera, arreglando la gran plaza del distrito; solo tuvieron un par de horas, pero todo se veía impecable. A los que se cruzan en su camino, ella los saluda por su nombre, agradeciéndoles por su buen trabajo.
Entran a la mansión y sus brigadistas proceden a informarle de los nuevos sucesos en los universos aliados, así como del estado de la armada. Ella absorbe la información con una nueva actitud; finalmente, se siente en control. Al llegar al cuarto de información, toman asiento para escucharla. Todos estaban alegres de verla, porque Yudaxi es una líder en quien pueden depender, hábil para manejar las situaciones y con una fortaleza inquebrantable. Gracias a Tusa y Lágata, pudieron manejar las fuerzas en ausencia de su general, pero no era lo mismo; ella es la imagen de los magos, un símbolo al que incluso los dioses temen.