A medida que el banquete avanza, algunos comienzan a cantar. Cuando Esalva entona su voz, las magas de Yudaxi y los demonios de Zachin se le unen. Las magas y los demonios se empujan y arañan, desesperados por ser quienes reciban las letras de amor de la canción.
Mariana, una de las más altas, aparta a sus rivales con la cadera y, sin perder el tono de la melodía, se acerca al ángel. Ambos continúan con el siguiente verso, mientras ella aparta los mechones de su rostro. Las otras mujeres en la audiencia, con ojos de arpía, la marcan para vengarse más tarde.
Él y ella, ambos de 6,2 pies de estatura, comienzan a abrazarse. Mariana no puede dejar de mirar sus ojos grises, decorados con largas pestañas. Las otras cantantes se apresuran a apartarla de él, pues pronto iba a declarar su amor.
Las chicas se aferran a Mariana, deseando arrancarle la ropa; en lugar de golpes, sus ataques son manotazos disfrazados de simples movimientos de baile. Una de las demonios lanza su mano hacia la cara de Mariana con tanta fuerza que todas las cortinas se mueven y algunas copas caen. Afortunadamente, la maga logra evadir el golpe con una expresión de "¿qué demonios está pasando?".
Esalva, ignorando lo que ocurre y sin dejar de mirar el rostro de Mariana, sigue cantando mientras las demás logran apartarla. Ella no piensa en rendirse, pues las letras están a punto de llegar, cuando una de sus supuestas compañeras le da un codazo en el vientre. Antes de que puedan pensar que le han quitado su lugar, saca unas píldoras de su cinturón. Una de las otras magas corre para ser quien reciba el verso, mientras otra demonio hace lo mismo. Sin embargo, antes de que puedan hacerlo, dos manos las agarran por la boca y, tras tragar las pastillas, caen al suelo junto con otras tres mujeres.
La última contrincante era una ángel morena de cabello plateado. Mariana intenta hacer lo mismo que antes, pero el ángel le golpea la mano con tal fuerza que la obliga a soltar todas sus píldoras. Quedaban 5 segundos. Lo más impresionante era que, durante todo este tiempo, ninguna de ellas había perdido el tono o la melodía de la canción para el entretenimiento de todos los presentes.
Ambas se agarran de las manos, midiendo fuerzas para ver quién ganaría. Sin retroceder ni un centímetro, utilizan toda su energía. Quedaban 4 segundos. Sus vestidos se desgarran a medida que sus músculos crecen. Tres segundos. El ángel no iba a permitir que Mariana ganara; prefería que ambas perdieran. Usando toda su fuerza, la hace retroceder, alejándola de Esalva. Dos segundos. Lo iba a lograr. Inspirada por los gritos de las otras mujeres, que la alentaban a no rendirse, tenía a Mariana atrapada.
La sorpresa de la noche llega cuando Mariana, en un movimiento inesperado, le escupe su última píldora, que había mantenido oculta bajo la lengua. La expresión del ángel es una mezcla de asco y sorpresa mientras se agarra la garganta, intentando escupirla; sin embargo, ya era tarde. Todo el cuarto se le oscurece y termina uniéndose al grupo de seis mujeres desmayadas.
Mariana se voltea y corre hacia Esalva, quien seguía mirándola intensamente. Los dos se abrazan nuevamente, y él procede a inclinarla mientras recita el verso: “Mi bella doncella, nuestra historia no termina aquí. Aun cuando tu padre se oponga, te prometo que nos casaremos y siempre estaremos juntos. Mariana, te amo”. Ambos terminan dándose un beso.
Yudaxi se siente feliz por ella; de alguna manera, esto le recuerda cómo las demás la trataron. Frente a ella, sobre la mesa, está el regalo que Esalva trajo para ambos: una fruta que, según una antigua tradición matrimonial, los magos debían conseguir, ya que solo maduraba cada 100 años. En otras palabras, una prueba de amor. Qué tonta tradición, piensa, pero la verdad es que le hubiera hecho muy feliz recibir una de Ámilis. No pudieron invitar a muchos a su boda por diversas razones, y una de ellas fue ella misma. No quería recordarlo, y si pudiera borrarlo de su mente, lo haría. Voltea a ver a todos los invitados, preguntándose cuántos de ellos todavía la juzgan. Mientras se pierde en sus pensamientos, una mano la interrumpe.
—¿Me das el placer de bailar conmigo? —pide Ámilis, tomándola de su cintura y mano—. No habría llegado hasta aquí sin tu ayuda, espero que al final de todo esto, seamos felices.
Mientras bailan con los aplausos de sus amigos, Yudaxi observa ese rostro que quería contarle muchas cosas y que, al mismo tiempo, no confiaba en ella.
—Mi madre me pidió que te protegiera. Debes saberlo, ¿verdad? —dice, inclinando su cabeza sobre su hombro.
—Sí, desde ese día que regresaste por mí. Lo vi todo, vi la verdad —responde Ámilis, sosteniéndola con más fuerza.
—Siempre fue mi destino ayudarte, y lo haré hasta el final. Solo prométeme una cosa.
—Lo que sea —responde arreglando el cabello de su esposa.
—Promete que me vas a esperar —pide Yudaxi, con sus ojos turquesas al borde de las lágrimas—. Como ese día en que vine por ti, lo volveré a hacer. No importa cuánto tiempo me tome o lo largo que sea el camino. Prométemelo.
—Sí, por siempre. Te voy a esperar.
Todos en el banquete terminan de comer y, mientras charlan y beben, un ángel los interrumpe para que presten atención; Bemmatiz se levanta.
—Queridos guerreros, primero les agradezco por haber venido. Han pasado cinco años, que para algunos es un corto tiempo, pero para nosotros han sido cinco largos años, al borde de la vida y la muerte. Sé que este banquete no es suficiente para agradecerles por todo lo que han hecho. Desde lo más profundo de mi corazón, les pido que no se rindan —dice Bemmatiz, volviendo la mirada hacia Condarkelas—. Quisiera recompensarlos a cada uno de ustedes, darles una mejor vida, pero sé que eso no es posible. Mi querida familia, tengo fe en que vamos a ganar, y ese día se acerca. Ámilis, maestro Condarkelas, te lo debemos todo a ti; mis armadas y mis universos, desde hoy en adelante, están a tu disposición.