—¡Damas y caballeros, niños y niñas, es hora! Den un fuerte aplauso para la estrella principal, el caballo maravilla —invita la princesa que se veia tan hermosa y radiante con su vestido azul que atrapaba la admiración de los presentes.
Como parte del programa, las luces se posicionan sobre ella, guiándolos a todos en el circo hacia el gran espectáculo.
Una vez completa su introducción, Melenas salta desde detrás de una explosión de chispas y humo para entrar a la arena de hielo. Con solo verlo, muchos se levantan de sus asientos, y sueltan un aullido de vítores y aplausos. Las enormes pancartas que se encontraban por todos lados del inmenso circo no le hacían justicia; el caballo maravilla se veía realmente hermoso. Tan blanco y bien cuidado que parecía uno de esos caballos que pertenecieran a los dioses.
Al tirar de sus patas posteriores, levanta su cuerpo para soltar un fuerte rebuzno de orgullo y desafío. A su lado se encontraban Aguila y Dulce, los bailarines, quienes comienzan a patinar, soltando estrellas de luces y burbujas con sus magias.
Entre los que lo miraban por detrás de las cortinas, se encontraba Eali, que no podía dejar de observarlos, deseando compartir ese momento con Melenas.
—¿Es verdad que Fasto va a comprar otro circo más grande? —pregunta uno de los ingenieros de luces.
—He escuchado que quiere que Melenas haga sus patinajes más seguido.
—¿No es eso demasiado? No creo que su padre lo permita.
—El viejo anda enfermo estos días. De todas formas, es más dinero para todos.
—Es verdad.
Eali sabía muy bien de lo que hablaban, y él era uno de los que se oponía a tal cosa, no solo porque es quien mantiene a Melenas y conoce lo difícil que es para su salud física y mental, sino también porque fue él quien se lo robó de su dueña, y nunca ha dejado de sentirse responsable. El viejo le prometió que nunca lo trataría mal, pero ellos dicen la verdad; a su hijo no le importa eso, solo quiere dinero y su padre anda débil de salud por su avanzada edad.
Si no es capaz de convencerlos de que esto va a ser demasiado para Melenas, entonces se lo va a robar. No importa lo que le cueste, lo va a sacar de este sitio.
Eali deja de escuchar la música, los aplausos, incluso deja de mirar a su amada, porque solo se puede verse así mismo en esos dias.
—No puedes dejar que tu hijo siga maltratando a Melenas —pide Eali.
—Te prometo que voy a hablar con Fasto, yo también amo a ese caballo…
—Entonces, ¿por qué permites que lo trate de esa forma? Todos los días entrenando, sin un día de descanso. ¿Qué clase de vida es esa? Su cuerpo ya no quiere hacer esto, lo estamos matando… —dice, cayendo de rodillas—. Déjame llevarmelo.
—Qué tontería es esa —responde, caminando hacia su cama.
—Te he considerado como un padre, pero él es mi responsabilidad. Si no me permites que me lo lleve, te juro por la Diosa que voy a destruir este circo.
El viejo voltea al escuchar esas palabras; esa amenaza era la de un hombre dispuesto a hacer todo por un amigo, no por un caballo. Se ríe por un momento, hasta que la tos lo detiene.
—Tienes razón. Quería ver si eras lo suficientemente fuerte para tomar esa responsabilidad —le confiesa, dirigiéndose a su escritorio para sacar un papel.
El viejo Leov se le acerca lentamente y le entrega un papel de propiedad.
—Te he visto crecer, de un muchacho ignorante e incrédulo del que me aproveché, a uno capaz de pelear, sin rendirse. No quiero llevar esto a mi tumba, no quiero llevar conmigo la vida de Melenas y la tuya. Lo siento, por todo. Dile que lo siento.
Eali lee el papel que recibe, donde dice que Eali Coniris es el propietario del caballo maravilla llamado Melenas por el precio de 500 monedas de oro. Eso significaba que todos sus ahorros en el circo, un trabajo de casi 10 años, los ha perdido, pero solo siente felicidad. Al alzar su cabeza, se levanta y lo abraza.
—Te he visto tantas noches cuidándolo, siempre animándolo sin rendirte. Te ganaste mi respeto —admite, recordando las historias de cómo unas gotas de agua pueden romper hasta las más fuertes piedras.
—Gracias… gracias —repite, apretando el papel.
—Llévatelo. No vuelvas a regresar y buena suerte…
Los dos se miran por última vez, y Eali sale de su cuarto en medio de la noche para irse del circo sin despedirse de ninguna persona.
Melenas se encontraba triste y cansado cuando escucha que alguien se acerca; era su amigo Eali, que abre la puerta y lo saca de su prisión.
—Vámonos, es hora de irnos.
Quitándole su cobertura que protegía su pelo, la tira al suelo. También saca una tijera y comienza a cortarle su largo cabello. Melenas no podía creerlo, ¿podría ser que este es el momento de su libertad? Cuando comienza a pintarlo de otro color, parecía que su tormento ha acabado. En minutos, se encontraban escapando del circo, hacia un futuro incierto, pero finalmente, libres.
Con una alegre sonrisa, regresa para ver a su familia, a Liyul, que va a llegar hasta el cielo al lado de su mejor amigo.
Todo el mundo se encontraba mirando el evento: la ciudad, el país entero, y entre ellos también Fanos, que ahora se dedica a otras cosas. Se alegra al ver a Melenas y, recordando las últimas palabras de su padre, acepta que cometió muchos errores. Con su propia familia, mira el evento, deseándoles suerte.
En otros imperios, los reyes y las emperatrices observan a la maga con la maldición junto a un caballo muy peculiar, que parece ser capaz de bailar sobre hielo.
Con las luces centradas en ellos, apagan al resto del mundo, iluminándolos con colores y música. Liyul, montada sobre Melenas, lo abraza para dar comienzo a la segunda parte del desfile. Baja su visera para proteger sus ojos y, de igual manera, baja la de su compañero. Con la canción que invita a todos a poner atención, Melenas comienza a moverse, deslizando sus patas como un gran profesional.