Pasos hacia el Destino

Capítulo 41, Ante la sombra

Al día siguiente, con las luces que penetran el cuarto desde la ventana y los ruidos distantes de la ciudad, Liyul se despierta acurrucada en los brazos de Eali. Su príncipe la tenía envuelta, sin ninguna intención de dejarla ir. Ella trata de no moverse demasiado, respirando lentamente para mantenerse así. Quisiera estar acostada a su lado por un largo tiempo.

De pronto, una de las manos de Eali comienza a moverse desde su vientre hasta su seno izquierdo, que lo envuelve por completo. No lo detiene y solo suelta silenciosos gemidos cuando se lo masajea. Luego, coloca su pierna sobre la suya con el fin de atraerla más hacia él. No solo siente cómo la huele con los labios tocando su cuello, sino también cómo su cuerpo la deseaba, tratando de unirse al suyo. Lo mejor de todo esto es lo que escucha salir de su boca, al llamarla en sus sueños una y otra vez. La satisfacción de que él no pueda encontrar a otra mujer mejor que ella la hace sentir muy feliz, deseando que los dos puedan vivir juntos por siempre.

Ella sigue mirando la ventana con un cuerpo que se está calentando hasta que Eali se detiene y la suelta, porque al parecer sus manos habían terminado haciendo algo terrible. Le va a decir que no se preocupe, que lo había disfrutado, pero al pensarlo mejor, decide solo decirle que no se preocupe. Y antes de que lo haga, él habla primero.

—Buenos días. ¿Hambre, tienes hambre? —pregunta Eali, pensando que no lo habían atrapado con las manos en la masa, literalmente.

—Buenos días —dice Liyul, arreglándose la blusa donde él la había tenido por un buen tiempo—. Sí, tengo hambre. ¿Tuviste un buen sueño?

—El mejor… —le responde con una alegre sonrisa que la invita a reír con él.

Los dos se miran y se dan un tierno beso para comenzar el día.

 

Después de un buen desayuno y con las bolsas listas, los dos dicen adiós al dueño del establecimiento, al igual que a las meseras, quienes le piden a Liyul que se tome una foto con ellas. Una vez afuera, salen con Melenas y miran una última vez el sitio donde parece que han vivido por un largo tiempo.

En menos de cinco minutos, se encuentran con el resto del grupo.

Todas las mujeres, Rox, A’iana, la gemela, la princesa, Shi’el y las discípulas del maestro, se tiran hacia Liyul con tristeza. Eali se reúne con sus amigos y el maestro para despedirse.

Aguila lo agarra y le da un fuerte abrazo.

—Esto terminó de la mejor manera, todavía nos falta limpiar el lago, pero preferiría que no vengas. Déjanos hacer esto por ti y Melenas. No te olvides de nosotros cuando te cases… —le pide, agarrando la cara de Melenas.

Eali lo interrumpe.

—¿Por qué no me haces el favor de ser mi padrino de boda?

Aguila casi se pone a llorar y le da otro abrazo, reconociendo que los dos siempre van a ser buenos amigos.

El maestro es el siguiente en hablar con él.

—Eres uno de los mejores hombres que he tenido la fortuna de conocer. Y si algún día nuestros caminos se cruzan, quisiera enseñarte defensa personal.

Eali acepta y le pide que venga a su boda, lo que el maestro acepta con un fuerte apretón de manos. Luego, Eali continúa invitando a todos: al gemelo, los ingenieros y los discípulos de Lutao.

Con lágrimas, las chicas se prometen seguir en contacto, especialmente A’iana y Shi’el. Ella las invita a todas a que vengan cuando se case y promete que les dará uno de los mejores bocadillos. Antes de irse, les reparte los que le sobran y, cuando A’iana le pide uno más para alguien especial, ella le da el mejor que había guardado.

La última en hablar con ella es Roxana.

—Lo siento, pero va a ser muy difícil venir a tu matrimonio. Tengo que regresar a mi país, pero si ves estrellas fugaces antes de casarte, guárdame un sitio.

Liyul le dice que es una promesa y se dan un fuerte abrazo.

Todos juntos se dicen adiós y siguen su propio rumbo.

 

Ya eran las once de la mañana, y los tres, Eali, Liyul y Melenas, salen de Nazar saludando a muchos que los reconocen. Después de unos quince minutos, la ciudad ya casi no se ve y los dos le dicen adiós también. Liyul mira atrás, en la parte trasera de Melenas, para ver sus bolsas llenas de sus preciadas cosas: el pendiente de Eali, su vestido de concurso y muchos otros regalos de sus amigos.

Era un poco triste pensar que todo eso ya ha terminado, pero sabe que serán parte de ella y que de vez en cuando, cuando cierre los ojos, podrá revivir cada momento. Desde la sorpresa de su participación, el baile con Eali, hasta el desfile con las grandes magas y ese momento cuando estuvo encima de las nubes junto con Melenas. No tenía que ser muy triste, aun así, su corazón se aflige al reconocer que eso ya es parte del pasado.

Al voltear hacia adelante, hacia Eali, se da cuenta de que esto es solo el comienzo de un largo viaje. Tal vez no todo sea solo felicidad, pero junto a él, de seguro será la mejor vida que pueda tener. De repente, se agarra el estómago por un dolor que la asusta por ser fuerte y agudo.

—¿Pasa algo mi amor? —pregunta Eali al ver que Liyul se veía preocupada.

Le responde que no, aliviada de que ese dolor se va tan rápido como vino, y los tres siguen, camino a su pueblo.

 

Son las 12 de la tarde cuando Ansaidifel finalmente se levanta. Solo ha podido dormir unas cuantas horas, pero al menos era algo, y comienza a ponerse un vestido con la ayuda de sus sirvientas. Arka es su sirvienta más fuerte, con cabello negro y piel tan blanca que parece maquillaje, lo que le daba un aspecto temeroso en la forma en que miraba a la gente con esos ojos rojos. Fel es una de las pocas personas que puede percatarse de sus emociones, que son rápidas y leves. Depende bastante de ella para su protección cuando duerme. Daij tiene un cabello bien rizado que cada vez que da un paso, estos se resortean. También tiene ojos rojos, y ella se encarga de tareas más personales, cosas difíciles de pedir a otra persona, ya que es buena en la magia de curación y en masajes, que lo va a necesitar muy pronto. Y la nueva guerrera que se encuentra no muy lejos protegiendo su puerta es su nueva amiga llamada A’iana, la maestra.




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