Laxaro, se encontraba nuevamente en el mando de la ciudad, y se había reunido con los descendientes adentro del castillo, quienes, por su parte, se estaban arriesgando demasiado en este juego de revivir el imperio de Quinton. No todos compartían sus sentimientos, pero han sido miembros por tanto tiempo que es difícil renunciar a aquella visión, y a ese deber que le tienen a la antigua emperatriz.
—Quiero que sepan algo, mis queridos hermanos —comienza Laxaro—. No podemos permitir que la emperatriz contamine nuestras sangres puras. Somos magos, somos los herederos de la historia, somos los descendientes de los generales de la Emperatriz Yudax’luna. Nunca se olviden de eso.
Los cuarenta y tres que se encontraban allí eran los más prestigiosos miembros de sus casas. Cada uno tenía una armada de mil magos dispuestos a dar sus vidas por sus amos.
—Tengo las malas noticias de que la emperatriz ya ha dividido la nación y, de forma silenciosa, ha declarado la guerra contra nosotros. Los tontos que firmaron su lealtad fueron los más débiles de Quinton; aun así, va a ser difícil controlarla ahora. Si no hacemos nada, ella va a comenzar a deshacer lo que tanto hemos trabajado. Con eso, se nos ha dado una oportunidad. Como ustedes saben, el imperio de Pumas va a lanzar una campaña contra las otras naciones y su emperatriz misma nos ha hecho una promesa.
Todos muestran rostros de sorpresa, ¿podría ser cierto lo que acaba de decir? Le preguntan qué promesas ella hizo. Les responde que va a devolver las tierras perdidas por el tiempo, pero a cambio de qué. Continúa diciendo que lo único que ella desea son los demonios de sus tierras. Entre muchos de ellos, tal pedido era algo simple que todos podían hacer, entonces les pide que escuchen al representante de Pumas, Niash Ranko.
Niash se levanta con un atuendo simple, un uniforme de dos piezas de color negro y un sombrero que ocultaba sus ojos.
—Antes de todo, quiero decirles que Pumas respeta este imperio y a sus fuertes magos. Sol’yudax sabe muy bien lo que ustedes quieren lograr, y no es necesario que nuestros intereses entren en conflicto, sino que se ayuden para compartir un mutuo beneficio. Lo que Laxaro acaba de mencionar es verdad: mi emperatriz está dispuesta a devolver las tierras conquistadas por el tiempo y, para demostrar esa amistad, está dispuesta a dividir parte de Encan.
Muchas voces cuchichean en cada rincón del cuarto, porque Encan es más grande que Quinton. Le preguntan si realmente lo único que Sol quería era los demonios, y él les responde que sí. Ahora la pregunta es, ¿por qué?
—El conflicto entre las naciones del oeste está por estallar, las fuerzas de Encan e Imas contra Pumas, y es probable que Xhaln termine uniéndose con ellos, pero nosotros tenemos planes para detenerlos. El problema es que nuestros demonios guerreros puedan decidir irse de nuestras tierras, ya que su emperatriz ha decidido abrirles las puertas, pero si ustedes los expulsaran de sus tierras diciéndoles que fue la decisión de Ansaidifel, nosotros podríamos usarlos en una campaña para llenar nuestros rangos de fuerzas. En otras palabras, los vamos a enlistar en nuestra causa.
A muchos de los descendientes no les gustaba ver a los demonios en sus tierras; la única razón por la que han aguantado tenerlos es porque muchos de ellos son buenos en ciertas cosas y también porque poseen buena apariencia, que usan para el placer y el chantaje.
Laxaro pide que se pongan de pie los que aceptan el acuerdo y que, cuando llegue el momento, los beneficiarios van a ser ellos, los descendientes. Casi todos terminan levantándose y así deciden expulsar a los demonios de Quinton.
Ya era tarde y Mia visita a las demonios en el refugio. Cuando la ven desde el patio, todas corren hacia ella. La más pequeña le entrega algo que había creado. No podía hablar bien, pero Mia lo recibe con mucha gratitud.
—Gracias —dice, abriendo la caja para encontrar una flauta hecha de madera—. ¡Qué bonito! ¿Es para mí?
Su regalo era bien bonito y de buena calidad, hasta había grabado su nombre en ella. Las otras chicas le querían preguntar cómo podía ocultar sus ojos, y les muestra que era gracias a los anteojos. Se los pone en la pequeña Usina, que tenía trece años. Las otras mujeres se impresionan de que pudiera haber algo que ocultara los aros rojos. De pronto, Usina se veía como cualquier otra persona, no diferente de un mago o un humano. Cada una se los pone y se miran en el espejo con una reacción de sorpresa que ninguna puede detener.
Prosigue a preguntarles si todo estaba bien, si necesitaban algo. Le responden que las han tratado bien. Aun así, tenía ganas de llevárselas de una vez, lo malo es que no tiene una casa lo suficientemente grande que pueda albergarlas; otra opción era llevárselas a su tierra, por ahora decide dejarlas allí. Con eso, se despide y antes que se vaya cada una le da un abrazo para decir adiós.
Sosteniendo su regalo, sale del refugio más contenta de lo que se lo esperaba. A unas cuadras, se encuentra con la persona que hizo esto posible.
—¿Cómo están? —pregunta Eucalis.
Con una sonrisa media triste, pero feliz, le responde que se encuentran bien. Él le sigue preguntando si está lista, y ella le dice que sí.
Los dos han trabajado bastante sin descansar para terminar las nuevas guías, y con ellas, ella va a poder crear los centros de inteligencia. Cada libro que él escribió contiene formas de llevar a cabo misiones y de mantener la información compartimentada, para que si alguno de los agentes, en caso de ser capturados, no divulguen toda la misión. También incluyen reglas de promoción, procedimientos para evaluar candidatos y formas de entrenar a los reclutas. Mia prestó mucha atención a cada una de sus palabras; aun así, en el fondo de su mente sabe que él se va a convertir en su enemigo.
—Creo que vamos a terminar a tiempo —menciona Eucalis mientras caminan rumbo al castillo.