El anciano se pregunta si alguna vez ha visto tanta comida. Sus ojos brillan con anticipación por el sabor que debe de tener, gracias al exquisito olor que lo invita a salivar. Cuando colocan el plato en la mesa, esta hace saltar ligeramente los cubiertos por lo pesado que está.
Pasando su lengua por los labios, alza la mano para agarrar el trozo de carne con hueso, pero justo antes de tocarlo, su anfitriona lo detiene con una amable sonrisa y le ofrece un tenedor y un cuchillo. Se sonroja al ver que todos comen con cubiertos, imitando a su bella amiga, los toma en sus manos.
Lo primero que corta es la carne de res, que casi no requiere esfuerzo alguno. Atraviesa el pedazo con el tenedor y se lo lleva a la boca de inmediato. Su boca estalla con los diferentes condimentos que trae, perdiéndose en su sabroso sabor con una textura tan suave y salada, llena de jugo, que termina desapareciendo en su estómago. Iba a tomar otro pedazo cuando de nuevo Zachin le avisa que tome su tiempo y lo disfrute, a lo que él asiente.
—¿Dónde estaba? —continúa el anciano, tomando esta vez un pedazo grande de carne, juntándolo con arroz y frijoles.
—Me dijiste que los dioses lo iban a dejar atrás.
—Ah, sí. Qué delicia. Disculpa, pero esta carne es la mejor que he probado. Los dioses no iban a poder llevárselo con ellos, y tampoco les fue fácil hacerlo. Aunque sea difícil de creerlo, los dioses le habían tomado cariño por el largo tiempo que vivieron juntos. Se convirtieron en buenos amigos, podrías decir que lo aceptaron entre ellos, en homenaje a todos los mortales que cayeron durante la guerra.
—Dime, ¿por qué necesitaban huir? —inquiere Zachin, acompañándolo a comer el mismo plato y disfrutando de la conversación.
—La razón era que los monstruos con quienes luchaban no se iban a rendir, y también se les agotaba el tiempo. Su campeona, que los había protegido durante toda su vida, había llegado a su límite; además, muchos simplemente querían irse a otro sitio. Imagina un lugar donde los dioses no podían usar sus poderes de creación ni siquiera mantener la esperanza de un buen final. La desesperación los obligó a escapar.
—Ya veo, no tenían otra salida. Creo que también hubiera tomado la misma decisión. Si ese era el último día, ¿a dónde se iban a ir? ¿A otro universo? —comenta Zachin, pensando en su propio futuro y lo que le pueda suceder.
—La historia dice que se dirigían a un nuevo comienzo, o al menos eso es lo que esperaban encontrar. Los dioses realmente extrañaban los días cuando vivían con los mortales.
—¿Era ese humano el último en todo el universo? —pregunta Zachin, abriendo un vino para que comiencen a beberlo.
—Sí, en toda la existencia. Lo que los dioses no sabían en ese momento era que ese humano estaba por desafiar el fin de su destino. Parece que la vida misma puso en él las gotas de esperanza que le restaban. Durante doscientos mil años, ese hombre había acumulado las historias de muchas personas, y pudo vivirlas en sus sueños. No solo las de los humanos, también las de los demonios, ángeles, magos y dioses.
Ella casi deja de comer al ver sus ojos que sueltan lo siguiente:
—Se convirtió en un milagro y pudo entrar a un nuevo mundo, al mundo de las palabras.
—¿Mundo de las palabras? ¿Qué es eso? —pregunta, callándose de inmediato para no interrumpirlo.
—Un mundo que él mismo creó. Allí los puso a todos. Estaba a punto de convertirse en un universo, uno que los invasores no iban a poder destruir fácilmente, mucho más complejo que este en el que vivimos. ¿Puedes creer que un humano pudo hacer tal cosa? Ni el mismo destino esperaba tal hazaña. Cuando todo parecía perdido, cuando las grandes paredes de la existencia se derrumbaban, él encontró una salida.
Para la sorpresa de muchos que voltean, el viejo se ríe, mirando a la distancia, como si pudiera verlo entre ellos, al hombre al que se refería.
Zachin se pregunta si se estaba volviendo loco. Sin embargo, la forma en que se ríe era de alguien con aprecio por aquella persona, una risa de orgullo.
—¿Qué pasó después? —le pregunta después que el viejo para de reírse—. ¿Qué le pasó?
—Él todavía está allí, con vida. Viajando con todos los que se llevó consigo. Ese hombre fue el primero en llegar a ese punto, pero no fue el último. La vida pudo aprender y comenzó a crear a otros como él. Ese fue su regalo.
—Dijiste que el destino no se lo esperaba. ¿Dices que el destino está vivo?
—No como nosotros, y no creo que se le pueda considerar vivo. Sea lo que es, tiene infinitas posibilidades que nos atrae a todos en forma de sentimientos, sonidos, observación, esfuerzo y a veces hasta nos rechaza. En ese sentido puedes decir que tiene un sierto deseo, y cuando dije que no se lo esperaba, significa que aquel humano pudo crear nuevas puertas, nuevas posibilidades que el destino comenzó a utilizar. A eso me refiero. Ese hombre se convirtió en la primera palabra.
—¿Y cómo lo logró? ¿Cómo lo hizo?
El viejo seguía mirando al ser que parecía estar a su frente, que ella o nadie, podía ver.
—Con esperanza, con una inquebrantable fuerza de voluntad. Corrió sin detenerse, corrió mirando hacia adelante hasta llegar a las nubes. ¿Podrás hacerlo otra vez? —termina el viejo preguntándole a la persona que se encontraba al lado de otra persona y un amigo en el otro.
Con eso el viejo devuelve su mirada hacia Zachin, que se encontraba fascinada. Los dos siguen disfrutando de más comida hasta que ella le informa que no lo va a poder ver de entre unos meses, que tiene algo muy importante que hacer.
—Entiendo, todos tenemos que seguir nuestros propios pasos. Espero que hagas lo correcto, aun si eso es muy difícil. Te voy a esperar y te deseo suerte.
Los dos terminan y, afuera del restaurante se dan un abrazo y se despiden. Antes de que ella parta, voltea a ver una marca en la olla que reconoce: el símbolo era el del quinto, o el de un quinto lugar. De la misma forma ella le desea suerte y lo mira perderse en la noche de la calle.