Mil años atrás.
Un grupo de niños cargando diferentes juguetes, como un soldado de madera, una colorada muñeca princesa y animales de peluche, se acercan hacia una niña que no quería jugar con ellos.
—Cálida, vamos a jugar. Ven, ven con nosotros. Tenemos muchos juegos divertidos —dicen las voces que la invitan a ir al parque.
La pequeña Cálida, de apariencia de unos cinco años, con el cabello trenzado en una cola, no tiene ganas de escucharlos más y se apresura a escapar. A cada rincón que corre, a cada salida, se encuentra con alguien que le extiende la mano para sujetarla. En sus sonrisas perfectas, en sus ojos amigables, en sus dulces voces, ellos esconden siniestras intenciones.
—¡Déjenme en paz! Quiero que me dejen en paz, ya no quiero jugar más. ¡Suéltenme! ¡Ayuda, alguien! —exclama, tratando de liberarse cuando uno de ellos la atrapa de la mano.
Durante la lucha de jaloneos, esas voces comienzan a disiparse en la distancia, y logra abrir sus verdaderos ojos, que se sentían muy pesados. El mundo de juegos desaparece, y ya no es capaz de ver lo que tiene frente a ella ni tampoco puede escuchar; solo siente que su alrededor se movía constantemente. Se pregunta dónde está y qué lugar es este que no la deja moverse. Entonces, usando sus manos, aparta los obstáculos de su camino, que al tacto son suaves y calientes, y al igual que el resto de su entorno, están cubiertos de un líquido que constantemente se mete en su boca y nariz.
Hace un poquito de progreso y se topa con una pared que parecía ser una especie de gruesa fibra, que sus diminutas manos no van a poder romper. Sin rendirse, estira su boca y usa sus dientes. Ella mastica y mastica hasta que corta un pedazo, lo suficiente para sacar primero sus dedos y luego su mano.
Ansiosa por ver lo que hay detrás, saca la otra mano y fuerza su cabeza hacia afuera. El frío de ese sitio la detiene y comienza a limpiarse la cara. Sus ojos son capaces de ver el exterior: un lugar vasto, oscuro, con pocos rayos de luz en la distancia.
Ajustando su vista, se da cuenta de que su mano, su brazo y toda su cara están cubiertos de sangre que se corre desde su cabello hasta su cuello. Con la mitad de su cuerpo afuera se apresura a liberar el resto. Sin embargo, antes de que pueda, un objeto duro la detiene, uno que sus dientes no iban a poder romper. Decidida a salir, usa toda su fuerza y lo quiebra, produciendo un sonido que el eco lo multiplica seis veces.
Se empuja moviendo su cuerpo del agujero y esta vez logra salir para terminar en el piso, dejando escapar aún más sangre. Sus piernas, que tocan el suelo por primera vez, no tienen las fuerzas para moverse. Después de tomar un buen descanso, estudia el sitio donde se encuentra, que parece ser una oscura caverna. “¿De dónde salí?”, se pregunta.
Al voltear, lo ve. Un gigante con un hueco en su costilla, de donde la sangre no dejaba de fluir. No puede ver su rostro, que está contra el otro lado de la pared, y sus enormes pies poseían grandes garras. A pesar de sangrar mucho, esto no parece molestarlo y continúa durmiendo, tomando profundos respiros y soltándolos, llenando el lugar con un olor extraño.
Antes que se de cuenta, se pone a temblar de frío y, al ver la abertura de donde salió, apenas iluminado, empieza a anhelar su calor, con las voces en su cabeza que la invitan a regresar.
Trata de hablar o decir cualquier cosa, pero en su lugar vomita toda la sangre que tiene en el estómago. Con su débil cuerpo, se arrastra por el suelo, alejándose de su prisión. Por fortuna, los rayos de luz la ayudan a distinguir las paredes, que usa para seguir adelante, esperando encontrar un nuevo destino o a alguien que pueda ayudarla. A medida que avanza, la sangre se escurre de su cuerpo, revelando a una niña de cabello negro y piel con relucientes escamas semitransparentes.
La luz se hace más fuerte y se apresura. En su mente, solo quiere ver más, descubrir lo que ese nuevo mundo le pueda mostrar. Sus piernas comienzan a moverse y se levanta con rodillas temblorosas para seguir. Ya está en la entrada, con la intensa luz que la invita a salir. Su rostro forma una sonrisa y estira la mano para tocar los rayos y sentir su calor. A solo unos pasos, unas sombras la detienen.
Cálida los observa sin moverse, viendo cómo entran uno por uno. Parecía que estaban huyendo de algo y, al verla, se asustan. Son un poco más grandes que ella y tienen bastante pelo por todo el cuerpo, con ojos negros que solo pueden expresar el profundo terror que llevan adentro. La que parece ser una madre, sosteniendo una bola de pelos que se cuelga de su pecho, se le acerca primero, tratando de ver si ella es peligrosa.
Ella no hace nada cuando la extraña criatura comienza a tocarla y, al ver que es solo una pequeña niña, la abraza para sostenerla. Los otros rápidamente se juntan y se abrazan entre todos. Cálida los observa sin mostrar ninguna expresión, pero con todos ellos a su alrededor se siente mucho mejor y su sonrisa regresa a su rostro en el momento que les devuelve el abrazo.
Pensaba que esto debía ser lo que estaba buscando, cuando algo comienza a resonar. Afuera de la caverna parece que otro ser se estaba acercando, estremeciendo el suelo, haciendo que las piedras y tierra caigan del techo. Sus nuevos amigos no pueden dejar de respirar rápido y todos cierran sus ojos para temblar juntos. Ella no podía ver muy bien lo que está ocurriendo y empuja la mano de su vista. Los rayos de luz se oscurecen por la silueta de algo enorme, tan grande como la abertura de la caverna.
Los intensos ojos verdes del ser entran y al verlos, extiende sus diez manos a lo largo de la boca de la entrada para asegurarse de que nadie pueda escapar.
—Los encontré, es hora —anuncian las tres bocas alegres del monstruo, jalando los tendones y músculos que rodean su cabeza.
Sus amigos comienzan a llorar al ver que no tienen a dónde correr y se sujetan con más fuerza. El ser está a punto de agarrar a uno de ellos cuando se percata de ella.