Pasos hacia el Destino

Capítulo 52, Máscara de la Noche

Lucero avanza hacia el trono de Iris, protegida por su armadura plateada llamada “Clara-Venganza”, lista para entregarle sus buenas noticias. A su tras, sus siete guerreras muestran la misma firmeza y resolución; todas provenientes de distintos universos.

Ella se ha convertido en una de las magas más leales de Yudax, ascendiendo rápidamente entre los rangos. Aún le queda un largo trayecto por recorrer, y si sigue a ese ritmo, alcanzará uno de los puestos más elevados de la tercera casa, bajo el mando de una Diosa que no solo ama a todas sus magas, sino que también anhela que superen a los mismos dioses.

La entrada al cuarto interior está custodiada por un poderoso Dios, Yainz “El Cazador”.

—Vengo a hablar con nuestra ama, tengo noticias sobre mi campaña.

El Cazador la observa, lee su mente, y le permite pasar; solo a ella.

El interior no es lo que uno se lo esperaría, ni siquiera es un cuarto. En su lugar, se extiende un vasto espacio donde Iris puede concentrarse en crear nuevos universos y destruirlos si lo deseara.

Cuando la puerta se cierra, Lucero termina en un paraje que lo único que es visible son nubes y un suelo cubierto de arena, tan suave que se desliza como agua fresca al tacto.

A lo lejos, Iris está sentada sobre una roca sencilla, vestida con una túnica blanca y larga. Aparte de ellas dos, no hay nadie más.

Lucero escudriña a su alrededor, tratando de ubicar a su Diosa. Parece que no está cerca; de hecho, Iris se encuentra a una distancia imposible de medir. Una persona normal jamás la alcanzaría. Al principio, intenta localizarla con sus ojos dotados de magia, pero es inútil, pues su magia no va a ser suficiente.

Ella asciende entre las nubes cerrando los ojos para concentrarse, empleando toda su complejidad hasta que la percibe a su derecha. Hace unos años, habría pensado en usar su velocidad para alcanzarla, sin saber que nunca lo lograría, ni con la rapidez de la luz ni con una vida eterna. Pero ahora es diferente; ahora puede emplear algo más poderoso que su magia: su propia complejidad. Ha superado lo que muchas magas han intentado alcanzar durante toda su vida. Esa complejidad le ha otorgado un nuevo sentido, uno que le permite desplazarse a cualquier lugar, siempre y cuando sea capaz de analizar el universo en el que se encuentra. Una vez que lo hace, no es distinto a abrir los ojos para ver su objetivo. La distancia y la velocidad no afectan sus pensamientos ni su cuerpo, ni tampoco el espacio por el que transita a tal velocidad.

Atraviesa lo que parecen ser dos universos, hasta que finalmente llega sobre Iris, quien voltea a mirarla.

—Mi amor es para ti, Lucero, mi querida hija —la saluda Iris en el idioma de los Dioses.

Lucero contempla a la Diosa a la que sirve, tan inmensa y hermosa que le cuesta imaginar que alguna vez hubiera deseado regresar a su familia. Al descender y acercarse, comienza a sentirse fatigada, tanto que se detiene por un momento.

—No te detengas, ven aquí, puedes descansar en mis brazos —le sugiere Iris levantando sus manos.

A solo unos pasos, Lucero cae ante las piernas de su ama, quien la sostiene y la acomoda en su regazo. Su Diosa procede a quitarle la armadura, dejándola solo con su vestido interior, como si fuera una niña pequeña. Aunque Lucero mide más de 7 pies, en comparación, Iris sobrepasa los 20. La diferencia de poder entre las dos es tan vasta que su cuerpo mortal simplemente no puede controlar lo que siente.

Lucero parpadea, luchando por mantener la vista en su ama, quien parece tener su atención, y antes de que pueda decirle algo, Iris la detiene para acariciarle la frente.

—Solo descansa, has hecho un buen trabajo —dice Iris con melodiosa voz.

Lucero cierra los ojos y se deleita con las caricias. La sensación es tan placentera que resulta indescriptible, como si cada átomo de su ser estuviera siendo bañado en amor. Se siente orgullosa de ser una de las magas predilectas de su Diosa, y ser tocada por ella es el mayor privilegio que hay. Desearía que este momento no terminara nunca y poder servirla por el resto de su vida. Su hermosa Diosa continúa acariciándola con sus largos dedos, los mismos que seguramente han dado forma a muchos universos hoy.

Lucero lucha por no dormirse, y a medida que los segundos se convierten en minutos, no puede evitarlo. La expresión que se dibuja en su rostro es la de una mujer feliz y satisfecha.

Iris permite que su maga descanse en sus piernas, y levantando sus ojos dorados, continúa creando un nuevo universo, guiada por sus manos que tejen los hilos de la creación. Su cabello negro, envuelto en un aura dorada, se mueve con el viento, proyectando una sombra sobre su preciada maga, que comienza a aferrarse a su brazo de piel oscura. Iris espera con paciencia, y cuando Lucero la suelta, prosigue. Al terminar de crear el mundo corazón, sopla para infundirle vida; de repente, el cielo se llena de un nuevo universo que ella envía a otro rincón de la existencia para que engendre más magas. El cielo se abre y el universo, que comienza a expandirse a una velocidad impresionante, entra y desaparece.

—Tienes mi bendición, mi nuevo universo —susurra, mientras vuelve a acariciar a Lucero, quien sigue durmiendo con una sonrisa.

Después de un buen descanso, Lucero abre los ojos, sorprendida de seguir en el regazo de su Diosa, quien observa algo en la distancia, concentrada en sus universos. Al moverse, Iris la mira y le pregunta si ya se ha recuperado. Lucero, un poco nerviosa por su mirada y su imponente tamaño, se incorpora lentamente.

—Espero no haberte molestado —responde Lucero, sin poder mirarla directamente—, lo siento.

—No tienes que disculparte, después de todo eres una de mis hijas —le dice Iris, levantando su rostro hacia ella—. Ustedes, mis magas, son el fruto de mi dedicación y voluntad, y tú eres una de las mejores. Tengo la esperanza de que llegarás muy lejos. ¿Me traes buenas noticias?




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