Pasos hacia el Destino

Capítulo 56, Asalto

Después de atravesar el espeso bosque y exigir el máximo de sus cuerpos, los diez se detienen. Uno de los demonios cae de rodillas, aferrándose del pecho, luchando por llenar sus pulmones con el aire que tanto necesitaba. Ninguno lo tuvo fácil después de correr durante más de cuatro agotadoras horas; incluso Eucalis está cubierto de sudor, con la ropa adherida a su piel.

Sentado, bebiendo agua, Eucalis nota que ya son las seis de la madrugada. A lo lejos, distingue uno de los postes. Según el mapa de Balerio, ese árbol en la colina guarda provisiones: alimentos, agua, medicinas e incluso armas. Es un salvavidas para aquellos que, en medio de su viaje, se hayan quedado sin recursos. Postes como ese están siendo erigidos por todas partes en los Planos, funcionando como puntos de descanso y reabastecimiento. Por fortuna, el tramo que les queda por recorrer no presenta demasiados obstáculos, y los zapatos que llevan, diseñados para este tipo de transcurso, han evitado que sus pies terminen en peor estado. Además, el agua que cargaban ya se ha agotado. Balerio, sin duda, ha hecho un excelente trabajo al proponer e implementar estos puntos de apoyo.

Mientras avanzan a buen ritmo, los demás demonios se esfuerzan por seguir el paso de su líder, orgullosos de formar parte de esta misión. Todos han aceptado los peligros que conlleva este rescate, y si mueren en el intento, saben que sus sacrificios será una chispa de esperanza para los demás demonios.

Anvaz, confía en que todo saldrá bien, y como el resto, está preparado para lo que venga. Sin embargo, anhela ver el día en que la emperatriz conceda la libertad a todos los demonios. Por ahora, su única misión es seguir adelante y ayudar hasta el último momento.

De los ocho demonios, cuatro son hombres y cuatro mujeres. Al igual que Letala y Tomás, todos rondan los cuarenta años. Antes de reclutarlos, Anvaz se aseguró de poder confiar en cada uno de ellos. La ventaja de haber vivido tanto tiempo es que ha aprendido a detectar cuándo alguien le oculta la verdad, incluso cuando ellos mismos no lo saben.

Tras tres horas más de agotadora marcha, los diez finalmente llegan a su destino.

El poste parecía un árbol común, algo imponente, pero si no fuera por el mapa, jamás lo habrían distinguido de los demás. Se aproximan con precaución, con Anvaz al frente, y después de asegurarse de que el área está segura, comienzan a inspeccionar el árbol. No solo es robusto, sino que sus amplias ramas se extienden protegiéndolos desde arriba.

Eucalis lo examina con atención y, al pie de las raíces, descubre una compuerta oculta. Llama a los demás para que lo ayuden y, entre cuatro, logran abrirla. La arena y las hojas que la cubrían se deslizan, revelando su contenido: comida, medicinas, brújulas, cuerdas, armas, ropa, agua y otras provisiones esenciales para continuar el viaje al sur. Entre los objetos, encuentran una nota escrita en un gran trozo de papel, en la que les informan que no deben detenerse, que la corte de la emperatriz está de su lado y preparándose para luchar por los demonios. Eucalis sonríe, orgulloso de que su equipo, incluido Balerio, se haya convertido en un grupo de expertos.

Solo queda esperar, pero antes de que Eucalis pueda dar instrucciones, Anvaz y el resto ya están sacando lo que necesitan.

—Primero lo primero: desayunemos bien. ¿Alguien sabe cocinar? —pregunta Eucalis, satisfecho de verlos trabajando.

Uno de los demonios se adelanta, y al ver las provisiones, anuncia que preparará un buen plato de carne, huevos con frijoles, y un café bien cargado.

No pasa mucho tiempo antes de que el delicioso aroma de la comida despierte el apetito de todos. Incluso Eucalis, que estaba escribiendo, no puede resistir el sonido y el olor de la carne cocinándose. Está anotando los pasos a seguir y cómo, junto a los ocho guerreros y Anvaz, tomarán el control de los barcos. La prioridad es la seguridad de los pasajeros; el segundo objetivo, escapar hacia el sur; y el tercero, aunque igual de crucial, la supervivencia de cada uno de sus combatientes. En caso de que todos cayeran, sus nombres ya estaban escritos para que el resto conociera quiénes fueron.

No sabe lo que el destino les depara, pero al ver el cielo despejado, Eucalis está convencido de una cosa: los demonios algún día vivirán en paz. Está a punto de arrancar las hojas de su cuaderno para guardarlas en un sobre y dejarlas en el almacén, cuando escucha a alguien cantar. Se gira y descubre que es Anvaz, quien comienza a invitar a los demás a unirse. Uno a uno, todos empiezan a entonar melodías, creando una armonía maravillosa. Eucalis los observa desde su sitio, contento, y mientras los escucha disfrutar de la canción, añade en su nota que se siente orgulloso de ellos.

Le resulta increíble que, en medio de una misión que podría costarles la vida, aún encuentren un momento de tranquilidad. Verlos felices le da más ánimo.

De pronto, siente que alguien lo toma del brazo. Es una de las chicas, una demonio de piel morena, con numerosas trenzas y ojos claros rodeados por aros rojos.

—¿Qué haces ahí? Ven a disfrutar con nosotros —le dice Lunima, arrastrándolo hacia el grupo.

Los demás se alegran de verlo unirse y continúan cantando.

—¿Sabes cantar? —pregunta Lunima, y al escuchar que no, añade—. No es difícil.

Lo anima a seguirla con unos versos sencillos, y cuando la melodía se lo permite, Eucalis empieza a cantar. Tras unos intentos, ambos ajustan sus voces, y cuando el resto se une, todos entonan “El festival de Cosecha”, una canción que celebra la familia, el honor y el placer de un merecido descanso tras un arduo trabajo.

Al finalizar la canción, Lunima le da un beso en la mejilla a Eucalis, para sorpresa de las otras chicas, quienes se ríen.

Los nueve se sientan en el suelo, listos para disfrutar de la comida: jugosa carne asada y huevos fritos sobre un lecho de frijoles cremosos. Mientras todos empiezan a comer, Eucalis recuerda a Miguel y Ana, pensando en que estarán haciendo. Pero antes de que la tristeza lo invada, Anvaz se le acerca para tomar asiento a su lado y decirle que disfrute de la comida, que se lo ha ganado. Eucalis asiente y da un buen mordisco a la carne.




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