Los estruendos no cesaban, y aunque los relámpagos iluminan el cielo mostrando la feroz batalla entre los magos más poderosos, el humo impedía ver claramente la superficie del barco. De pronto, una gran explosión sacude la nave, como si hubiera chocado contra algo en su camino.
Los niños, adentro de sus camarotes, hacen lo posible por mantenerse quietos. Sin embargo, una nueva explosión apaga las luces. Todos se aferran a lo que tienen cerca, comenzando a llorar o a gritar por ayuda. En medio de todo eso, algunos aún guardaban la esperanza de ser rescatados, aferrándose tanto de las baras de hierro como de la idea de ver a sus padres otra vez. Esos pocos siguen mirando por las ventanas, atentos, intentando avisar al resto que pronto saldrán libres.
Eucalis se prepara para dar la señal de avance hacia la entrada del barco situada a unos 30 metros, custodiada por tres magos que ya los esperaban. Sus guerreros y él permanecían protegidos detrás de una elevación, y gracias a la oscuridad y el humo, están a salvo por ahora, de los ataques enemigos.
Eucalis se asoma una vez más, asegurándose de que no haya más magos.
—Nuestras armaduras no van a resistir mucho, y las armas no podrán penetrar sus puntos más fuertes. Concéntrense en atacarlos por la espalda, las piernas o cualquier parte que necesite doblarse. Yo me encargaré del mago del centro. Lunima y Klasgal, vayan por el de la izquierda; Arandi y Jaqo, por el de la derecha. ¡Vamos!
Eucalis es el primero en lanzarse, saltando por encima de la elevación mientras los tres magos disparan a su alrededor. Aunque ha perdido gran parte de sus poderes, sigue siendo increíblemente rápido. Con cada ataque que se intensifica, él se desplaza de un lado a otro, esquivando bolas de energía y fuego. Ante la siguiente ráfaga, da un salto, evadiendo dos rayos que rozan peligrosamente su pecho, que lo consigue al doblar su cuerpo en el aire hasta aterrizar sobre sus pies. Sin perder un segundo, continúa corriendo, su mirada fija en el mago.
Los otros demonios avanzan hacia los magos de los lados, pero Jaqo es alcanzado en el rostro por un rayo que lo lanza por el aire. Nadie puede ir por él, y mientras intenta levantarse con la cara ensangrentada y el casco enrojecido, más rayos descienden a su dirección. Hace lo que puede por huir, arrastrándose, buscando un lugar donde esconderse, sin embargo los ataques de los magos iluminan su espalda con luz y chispas, haciendo que su ropa se queme sobre su piel. Antes de que pueda gritar, sus ojos expresan todo el dolor que siente, hasta que finalmente un rugido emerge de su boca por las explosiones que lo envuelven.
Al ver que los demás demonios no se detienen, los magos se preparan para el combate de mano a mano. Desenvainan sus grandes espadas e infunden magia en ellas, en sus armaduras y en sus cuerpos. Los tres bajan sus visores y los esperan.
Eucalis intenta atraer su atención y se lanza al aire con un grito, listo para descargar su arma contra el mago del centro. Los otros magos intentan ayudarlo, y antes de que puedan hacerlo, los demás demonios los atacan.
Eucalis no esperaba que estos magos fueran tan fuertes. Cuando el mago mueve su brazo con la espada, lo hace con tanta fuerza que lo regresa al aire, en el momento en que sus armas se cruzan. Otros ataques como ese podrían romperle la espada, así que cuando cae al suelo, extiende la pierna y se impulsa con todas las fuerzas de su pantorrilla. En los tres largos pasos que da, se mantiene agachado, ocultando su siguiente ataque hasta el último segundo.
El mago hace lo posible por seguir sus movimientos, pero con tantas explosiones y el humo, le resulta difícil ver el ataque que se avecina, así que decide lanzar una ráfaga de bolas de fuego. Lo que ve a continuación lo deja sorprendido: Eucalis corta las bolas de fuego con su espada y termina cortándole el brazo. El dolor es tan intenso que el mago cae sobre su trasero.
Eucalis ve su oportunidad y, en lugar de atravesarlo, le da una patada en la cara para dejarlo inconsciente. Levanta la vista y nota que Narandi necesita ayuda, justo cuando el mago le rompe el arma de un solo ataque.
Narandi hace todo lo posible por esquivar los siguientes dos ataques, moviéndose a un lado y luego saltando hacia atrás, sin poder evitar el tercero. El mago, con una mueca de satisfacción, se prepara para decapitarlo cuando de repente siente una extraña sensación detrás de su cabeza. Lo que ve después, es una explosión de luces adentro de sus ojos y luego, nada. Su cuerpo se desploma, con una expresión de total sorpresa que se borra al golpear el suelo.
Eucalis iba a ayudar a los demás, pero al ver que ya han derrotado al mago, les ordena que solo lo golpeen para que pierda la conciencia. Luego le pide a Narandi que ayude a Jaqo.
Los tres avanzan adentro de los pasadizos de las cabinas. Eucalis se enfrenta a los magos restantes, logrando derrotarlos sin quitarles la vida. Mientras tanto, Lunima y Klasgal hacen lo mejor por protegerlo de los rayos con sus armas.
A medida que más y más magos caen al suelo, Lunima se pregunta por qué no simplemente acababan con ellos. ¿No sería mejor, ya que si se recuperan podrían atacarlos de nuevo? Iba a preguntarle, y al ver a Eucalis luchar con todo lo que tiene, decide seguir su ejemplo y no les quita la vida a ninguno.
Están a punto de entrar en la cabina de mando cuando la batalla afuera parece estar llegando a su fin. Eucalis derrota al último mago y toma el control del barco.
Mas’yid, Perla y Oto han gastado casi todas sus fuerzas, cuando finalmente ven que el barco cambia de dirección. Se alegran al ver que el otro barco también comienza a virar con ellos; los demonios lo han logrado. Ante esto, uno de los magos de los Planos comienza a regresar para detenerlos.
Eucalis, viendo que todos estaban demasiado cansados, le pide a Lunima que tome el mando del timón, a Narandi que siga ayudando a Jaqo que todavía seguía vivo, y al resto que se preparen en caso logren superarlo. Antes de salir, toma unos fuertes respiros y les dice que lo van a lograr, entonces sale al exterior para enfrentarse a los últimos magos.