La ira crecía en el rostro de la maga, sus ojos fijos en el hombre que acaba de interponerse en su camino. Su cuerpo alcanza los 6,4 pies, mientras que su oponente, apenas rebasaba los cinco, hasta se parecía a un niño frente a ella. Sin embargo, él no retrocede; mantiene su postura, empuñando su lanza. Fue pura suerte, piensa Noera, ya que en su tierra jamás ha habido alguien que pudiera igualar su poder.
Sus compañeros comienzan a llegar y rodean al hombre, pero ella los detiene con un gesto rápido.
—No se metan, esta pelea es entre él y yo —declara Noera, impidiendo que los otros cinco magos, cubiertos de pesadas armaduras, le quiten la persona al que tenía que hacer pagar.
El maestro, con su lanza en alto, gira con cautela listo para enfrentarse contra todos ellos, esperando que su estudiante haya logrado vencer a los otros magos.
Eali, aún mareado, se incorpora, observando cómo los magos parecen prepararse para atacar a su amigo. No podía dejar que luche solo, así que se alista, pero alguien más llega. Desde el cielo, una figura desciende armada con una lanza similar a la del maestro, portando el mismo uniforme de su escuela.
—Los demás están a salvo —anuncia Jaquelin a su maestro.
Al oírla, los magos de los Planos dirigen su atención hacia ella, sin saber lo peligrosa que es.
Jaquelin se acerca a Eali.
—¿Estás bien? —le pregunta, colocándose frente a él para protegerlo.
—Sí, ¿eres una de sus estudiantes? —responde Eali, bajando su arma.
—Así es, me llamo Jaquelin Freincin —contesta “Paliana Persia”.
—¿Está mi amigo bien?
Jaquelin toma una pausa, pensando por quién se refería. Al darse cuenta de que hablaba del caballo, le asegura que está a salvo. Eali le agradece y ofrece su ayuda, y antes que alce su arma nuevamente, ella le avisa que no es necesario. Aunque tiene que protegerlo, su atención está en la batalla entre el maestro y la maga. Desea comprobar si ese poder del destino puede superar la fuerza de los magos.
Sin más dilación, Noera se lanza al ataque. El maestro, vestido apenas con una ligera armadura y sin casco, la enfrenta. En cambio, ella luce imponente con su armadura blanca, con gruesas trenzas que salen de su casco. A pocos pies de distancia, la maga gira sobre sí misma, extendiendo su brazo con la espada en alto. Lo hace con tal rapidez que el viento ruge, empujando a Eali y a los demás magos. Aun así, su arma no halla el cuerpo de aquel hombre. Totalmente frustrada, alza la vista y lo encuentra en el cielo, su lanza preparada para contraatacar. Noera dobla las piernas y se impulsa hacia él con tanta potencia que el aire estalla en un trueno ensordecedor. Sosteniendo su arma con ambas manos, ve la apertura en el pecho de su enemigo y grita mientras intenta clavarle su espada.
Lo siguiente que los demás presencian es un destello cegador de luz, seguido por el estruendoso impacto de Noera contra el suelo, arrastrándose en una estela de escombros.
Con respiraciones entrecortadas y el cuerpo lleno de dolor, Noera siente que casi no puede respirar, expulsando el aire entre toses. Apretando la tierra, mira como aquel hombre desciende, avanzando hacia ella con pasos lentos. La furia arde su interior, tanto que sus ojos comienzan a darle un tono rojo a todas las cosas.
Se obliga así misma por ponerse de pie, ignorando sus heridas.
—Ríndete —ordena el maestro con voz firme.
Al escuchar esas palabras, Noera escupe para hacerle saber lo que piensa de él, prosiguiendo en curar todo su cuerpo. No va a perder ante un hombre, uno pequeńo, y mucho menos ante un guerrero de la corte.
Hasta el momento, Jaquelin no ha visto nada extraordinario en el maestro Lutao, nada que sugiera un poder superior al de los magos. Es cierto que su habilidad y magia son impresionantes, sobre todo teniendo en cuenta que ha ganado tanto poder en apenas unos días. Pero en este preciso momento está lejos de ser capaz de derrotarla. Aunque, según le han contado, ya usó el poder del destino días atrás contra un formidable guerrero. Lamentablemente, en esa ocasión no pudo presenciarlo.
Está harta de estudiar solo técnicas básicas y filosofías que le parecen absurdas. Cada vez que lo sigue, la imagen de su daga clavándose en su espalda cruza su mente. Se pregunta si ese supuesto “poder del destino” podría salvarlo de su propia muerte. Sus ojos marrones brillan con una luz ominosa, anticipando el día en que lo asesine con sus propias manos.
Mientras tanto, Noera se debate entre si necesita más velocidad o más fuerza. Opta por la velocidad. Canaliza una mayor cantidad de poder mágico a través de su cuerpo, tanto que las placas de su armadura en las piernas comienzan a brillar al rojo vivo por el calor. En el próximo ataque lo dará todo.
Se lanza como una flecha. En un instante, está a diez metros del maestro, y al siguiente, ya está a su lado creyendo que lo ha tomado por sorpresa. Pero sucede lo contrario. En el momento en que levanta su espada para asestar el golpe final, la lanza ya había atravesado su lado derecho, perforando su armadura, con la punta saliéndose por el otro lado de su cuerpo.
Lutao retira su arma del cuerpo de la maga, observando cómo ella tambalea hacia atrás, cayendo de rodillas sin poder sostener su espada que se le escapa de las manos. La sangre brota del agujero en su hombro, lo asombroso es que no se permite emitir siquiera un grito. Ve cómo sus compañeros se preparan para atacarlo, y cuando otros magos de la corte comienzan a llegar, deciden retroceder. La levantan rápidamente y se la llevan con ellos.
Eali, aliviado de haber sobrevivido, se mueve hacia el maestro Lutao.
—Gracias, amigo… maestro Lutao.
—Suerte que llegué a tiempo —responde Lutao con una sonrisa—. Cuando vi la carreta, supe que eras tú.
Eali le cuenta lo ocurrido, y el maestro, impresionado, lo escucha con atención, admirando el valor de alguien que, sin saber pelear, arriesgó su vida por los demás.
—Siempre supe que eras un buen hombre —afirma Lutao, con una mirada de respeto.
—Hice lo que pude… pero soy muy débil —admite Eali, con la mirada perdida, pensando en todo lo que podría haber salido mal si el maestro no hubiera llegado a tiempo.
—Eso no es cierto, eres un hombre fuerte —le asegura Lutao, con una voz amigable.
Eali le mira los ojos y ve que el maestro realmente cree en lo que dice.
—Desde la primera vez que te vi, lo supe. Vas a llegar lejos —confirma el maestro—. Esos dos muchachos saben perfectamente quién los salvó hoy: un humano con un gran corazón.
—Me gustaría invitarte y a tu estudiante a comer en mi casa —pide Eali, sacudiéndose el polvo de la ropa con golpes rápidos.
Lutao acepta la invitación con gratitud, y Jaquelin también.
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