Pasos hacia el Destino

Capítulo 61, Transmisión con Fuego

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A medida que las alarmas y disparos comienzan, los parlantes de las radios dibujan una batalla en las mentes de quienes aún no aceptan que los demonios son parte del imperio. Esa imagen, para algunos les eriza la piel, pues los muchos gritos distantes le daban a esta guerra un tono muy real y trágico. En cada Casa, los amos y sus familiares se reúnen con la clara comprensión de que este momento es crítico.

—¡La batalla ha comenzado! —anuncia Riyi, con urgencia en la voz y el sonido de metales tintineando a cada paso apresurado—. A todos nuestros oyentes, estamos transmitiendo en vivo la toma del campamento. Nuestro valiente general Yanos está al mando, dirigiendo la operación “Liberación”. ¡Cuidado! ¡Agáchense!
Un estruendo interrumpe la transmisión; la explosión es tan fuerte que hace temblar las paredes de quienes escuchan, apenas conteniendo el impacto del sonido sin mencionar el dolor de los oídos. El silencio ocupa su lugar mientras los rostros de los oyentes reflejan una tensión latente, esperando que el reportero retome la palabra.

―Probando, uno, dos, tres… hemos sido testigos de un sangriento ataque ―retoma Riyi, su voz teñida de gravedad―. El gran barco “Cielos” ha reducido a escombros el barranco donde algunos de nuestros guerreros intentaban refugiarse. Lamento decir que muchos de ellos… han perecido. Hasta el bosque de “Qurza” arde en llamas. Puedo afirmar que la caída de nuestros combatientes ha encendido la furia del resto.

La transmisión vibra con la intensidad de la guerra: explosiones continuas y cientos de disparos de rifles resuenan como martillazos en los corazones de los oyentes. Cada detonación amplifica la tensión en la feroz batalla entre magos y demonios.

Desde lejos, Miguel y Ana observan junto con otros jóvenes y ancianos, con el temor visible en sus rostros. Miguel jamás imaginó que la guerra podría ser tan devastadora. Los rugidos de las explosiones y los ecos de los disparos le hacen pensar en su amigo, preguntándose si aún sigue con vida. Entonces se recuerda así mismo que no es un simple demonio, sino uno que fue capaz de capturar dos barcos llenos de magos. Sosteniendo a su hermana, alza la mirada, pidiendo a los Dioses a que lo protejan.

La transmisión también se escuchaba en los otros campamentos, donde los demonios, ocultos y con el volumen bajo, esperan con ansias que sus compañeros logren lo que parecía ser imposible.

―Hermanos y hermanas, estamos cerca de la acción y vemos cómo otro barco se une al ataque en el bosque, donde nuestras fuerzas defienden su posición ―explica Riyi, con preocupación en la voz.

Casi cuatrocientos demonios disparan sus rifles desde la protección de los árboles. Los magos de los Planos confiaban en que sería fácil vencerlos, creyendo que bastaría con la fuerza de uno de sus barcos. Pero los minutos demuestran lo contrario, ni siquiera con doscientos magos logran quebrar el espíritu de los demonios.

Los guerreros de Anvaz mantienen el plan de atraer a los magos a una guerra de desgaste. Cada vez que un mago localiza a un grupo de demonios, estos se dispersan, frustrando cada intento de ataque. Aunque partes del bosque arden en llamas, ninguno se atreve a rendirse.
Una nueva ráfaga de cañonazos comienza, esta vez alcanzando a un grupo de cuatro demonios que intentaban escapar de un mago. La explosión los lanza en direcciones opuestas; dos quedan inconscientes. Uno, gritando de dolor, trata de levantarse, horrorizado al ver las llamas mientras sostiene el brazo izquierdo que le faltaba. Una maga se le aproxima, y al comprender que no alcanzará su rifle a tiempo, saca su daga, dispuesto a resistir hasta el final. Antes de caer, el demonio lanza un último grito, no de dolor, sino de advertencia para que los demás huyan. La maga lo atraviesa en el corazón con su espada, poniendo fin a su vida.
No muy lejos, la maga encuentra a otro demonio que, arrastrándose, intenta huir. Sin dudar, le clava su arma en la espalda y observa cómo sus ojos se apagan lentamente. Se prepara para atacar a otro cuando uno emerge entre las llamas de los arbustos, lanzando un grito y descargando el cartucho de su arma para dar tiempo a sus compañeros. La maga alza su escudo, bloqueando los disparos, y nota que este demonio es diferente: más grande y claramente hábil en combate. Cuando el arma se queda sin balas, ella se lanza contra él. Para su sorpresa, el demonio la intercepta con la bayoneta y la empuja con una fuerza inesperada, casi haciéndola tropezar. Recuperando el equilibrio, responde con un empujón reforzado por su poder, devolviendo la fuerza con igual intensidad.

En los ojos negros del demonio, rodeados de aros rojos, distingue una ferocidad, una chispa de determinación que debe extinguir. Cuando dos de sus compañeros magos descienden para unirse a la lucha, ella le sonríe, asegurándole que su tiempo se ha acabado.

―Nuestros guerreros luchan con todo su poder, pero los rebeldes han enviado casi todos sus barcos de guerra y un gran número de refuerzos ―comenta la voz en la radio―. No creo que puedan resistir mucho más; otros dos barcos se aproximan. En cuestión de minutos, desatarán toda su artillería.

Anvaz, mientras tanto, se encuentra rodeado por tres magos. Si enfrentarse a uno era un desafío, enfrentarse a tres iba a ser casi imposible. Recordando a su gente, deja caer su rifle y desenvaina la espada, consciente de que este día llegaría, pero decidido a no entregar su vida sin pelear. Baja la visera de su casco, listo para aceptar su destino.
Los tres magos sacan sus espadas, indicando que aceptan el duelo. Antes de comenzar, la maga alerta a sus amigos sobre la fortaleza de este demonio.
Con los músculos tensos y sus ojos encendidos, Anvaz evoca su entrenamiento bajo la guía del gran maestro “Fu'Shan”, el legendario espadachín de la “Escuela de Lutao”.
Uno de los magos se lanza por la espalda de Anvaz, intentando clavarle su espada. Él lo esquiva y, con una patada, lo estrella contra un árbol cercano. Una cascada de hojas cae, iluminadas como confeti bajo las brillantes luces de las explosiones. Sin pausa, el segundo mago arremete con un tajo vertical, buscando partirle el cráneo. Anvaz bloquea el golpe con su espada; su fuerza y resistencia impresionan a su adversario, que sale volando en dirección opuesta.
Al girarse para enfrentar a la maga, ve su espada ya en trayectoria directa hacia su pecho. Rápido, detiene el ataque con la mano izquierda, que, al absorber el impacto, comienza a desgarrarse, penetrando el metal de su guante.
La maga, aprovechando el impulso, sigue en atravesar las placas del metal de su mano, empujándolo hacia los escombros de los árboles. Sin tiempo para defenderse, Anvaz siente el dolor. Decidido a seguir luchando, sacrifica su mano, permitiendo que sus dedos se corten hasta el hueso para desviar la espada. Justo cuando se prepara para contraatacar, ella lo empuja con una descarga de truenos que brotan de su brazo.
Los otros dos magos se suman a la pelea, y Anvaz apenas logra lanzar un golpe contra uno antes de que el otro le perfore el costado derecho, cerca del riñón. El dolor es insoportable; un gruñido profundo escapa de su boca, acompañado por un hilo de sangre de la herida. Aun así, su fuerza de voluntad le permite empujar al mago. Con la espada en mano, retrocede, presionando la herida en un intento desesperado de detener la hemorragia.
Agotado, Anvaz siente cómo su cuerpo clama por caer. Sin embargo, el recuerdo de su promesa a Eucalis lo sostiene; no permite que sus rodillas se doblen. Se mantiene firme, decidido a resistir hasta el último segundo.
Los tres magos se acercan para darle el golpe de gracia. Pero antes de que puedan, una ráfaga de balas corta el aire, seguida de una lluvia de bombas de humo que rápidamente llena el campo. En la espesa neblina, los magos pierden al demonio, obligados a retroceder mientras las balas intentan encontrar algún punto débil en sus armaduras.
Anvaz, sostenido por sus camaradas y apenas consciente, avanza como puede. Su cuerpo roza el borde de la muerte, pero su esperanza sigue viva. Las palabras de sus compañeros le llegan como ecos lejanos, y con las pocas fuerzas que le quedan, les agradece por no haberlo abandonado. Al adentrarse en el bosque, observan cómo los barcos de guerra los sobrepasan, con sus luces barriendo el terreno. De pronto, una luz intensa, como un amanecer, se extiende en el horizonte, seguida de un fuerte viento cálido; comprenden lo que es: una gran explosión.




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