Pasos hacia el Destino

Capítulo 62, Hasta que pudo

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Unos ocho años atrás en los primeros días del otoño. Balerio, el tercer hijo de la "Casa Som”, es un niño mago de doce años, de cabello castaño y ojos claros. Después de su entrenamiento de magia, montado en su caballo, se encuentra de regreso acompañado por su cuidador. En cuanto se acercan a la mansión, de proporciones tan grandes como una manzana de ciudad, observa a varios apresurarse para atender a un nuevo huésped. Al principio, esto no le atrae la atención, aunque la cantidad de personas moviéndose con urgencia sugiere la llegada de alguien muy importante. Apenas lo ven, las criadas corren a informar a Doña Clementina, la "ama de las sirvientas," quien se aproxima rápidamente con el vestido en alto, dejando ver sus gruesas piernas.
—¿Dónde has estado, muchachito? Tu madre te ha estado buscando —informa, posando sus manos sobre sus rodillas para recuperar el aliento—. Vamos, rápido.

Balerio intenta preguntar qué ocurre, pero su "nera" (niñera) lo sujeta por los costados, lo baja del caballo y lo arrastra hacia la mansión.

Adentro, él, sus dos hermanos y dos hermanas se visten con sus trajes más elegantes. En el salón principal, se acercan a un grupo de personas que rodean a una niña de cabello negro, vestida con pantalones y una blusa blanca. Antes de presentarse, su nera se aproxima, y con peines y tijeras que los lleva en su falda, les arregla el cabello y con pañuelos les limpia las narices y las orejas. Cuando están listos, su madre, Paola, les indica que se formen en una fila para que la futura emperatriz los salude. Solo al escuchar ese título, Balerio se queda sorprendido, al igual que sus hermanos, quienes se miran entre sí antes de girarse hacia la niña que se les acerca.
En que llega su turno, Balerio se queda cautivado por lo hermosa que es, con esos grandes ojos. Se postra con respeto y, tomando su pequeña mano, se introduce.
—Mi nombre es Balerio Som, el tercer hijo de la familia Som —dice, besándole la mano en señal de lealtad.
Ella se inclina y le dice su nombre, agradeciendo su lealtad. Le expresa su deseo de que se convierta en un fuerte aliado y en uno de sus mejores amigos.

Sus hermanos hacen lo mismo y, al terminar, todos toman asiento para conversar con los guardianes de Ansaidifel y su consejero, Gabriel. Durante la reunión, las familias forjan una alianza para proteger a la futura emperatriz. Balerio, mientras tanto, nota a alguien más: una sirvienta personal, una demonio con el mismo color de cabello castaño que él, pero con ojos marrones rodeados de aros rojos, que le dan un aire casi salvaje. En su casa no suelen tener demonios como sirvientes; en esa región prefieren emplear a humanos, como su propia nera.

Con el paso de los días, aunque Balerio encuentra bonita a Ansaidifel, su corazón deja de sentirse atraído por ella, y los dos se vuelven en buenos amigos. Sin embargo, algo lo incomoda: aquella demonio que siempre permanece a su lado. En lugar de simpatizar con ella, comienza a tratarla mal, burlándose de sus ojos y de su apariencia. Cada día le juega distintas travesuras, usando su magia para pintarle el cabello, disfrazarla de animales o forzarla a que haga sus deberes. Ignora sus sentimientos con el fin de apartarla para poder pasar tiempo con su amiga.

Un día, sus hermanos planean una cruel broma: le dicen a la demonio que la emperatriz ya no la necesita y que debería irse. Incluso usan magia para que una de las hermanas se disfrace de Ansaidifel y le entregue unas monedas, indicándole que se marche a otro lugar. No esperaban que funcionara, pero cuando lo hace, deciden esperar y ver cuánto tiempo le tomará venir corriendo de regreso. Apenas pueden contener las ganas de burlarse aún más y decirle que fue fácil engañarla. Sin embargo, pasan más de seis horas y la demonio no regresa. Para encubrir lo que hicieron, mienten a sus padres, asegurando que no tienen idea de adónde se fue.
Cuando Ansaidifel regresa a la mansión, pregunta por su amiga, y ellos hacen lo mismo con ella, diciéndole que se fue por su cuenta. Sus hermanos añaden que no debería preocuparse, ya que los demonios no suelen querer vivir con magos y probablemente decidió regresar con su gente. Al escuchar esto, Ansaidifel finalmente les revela que esa demonio es su hermana.

Por primera vez, Balerio escucha a alguien considerar a un demonio como familia, un vínculo parecido al que él siente por su nera, la niñera que lo ha cuidado desde su nacimiento. Aun así, ninguno de ellos asume responsabilidad por lo sucedido. En el fondo, Balerio se siente mal por no haber detenido a sus hermanos. Todo cambia cuando Ansaidifel les advierte que, si algo le pasa a su hermana, les hará pagar. Ante esta amenaza, sus padres ordenan a sus guerreros que la busquen, movilizando a todos para encontrarla.

Esa noche, Balerio, consumido por la culpa decide buscarla por su cuenta. Volando por los alrededores del “Valle de Loros”, al norte de sus tierras, la ve caminando, cargando las pocas pertenencias que tiene. Se apresura a aterrizar frente a ella.
—Qué bueno que te encontré, todos te están buscando. Vamos de regreso —avisa, irritado por su ingenuidad al marcharse de esa forma y molesto consigo mismo por no haber considerado las consecuencias.
—No —responde ella, firme—. No quiero seguir viviendo con ustedes. Es mejor que me vaya. Cuida de mi… la Emperatriz.
—Ella es la razón por la que te estamos buscando. Deja de hablar y vamos —insiste Balerio, tomándola de la mano para llevarla de vuelta.
Ella hace todo lo posible para liberar su mano, hasta que ambos terminan en una pelea. Balerio no esperaba que su intento de hacer lo correcto fracasara y se convirtiera en una lucha contra una obstinada demonio. Aun así, está decidido a llevarla de regreso, aunque pronto termina con la mano mordida, la cara arañada y recibiendo cachetadas.
La gente del pueblo empieza a notar la escena y se acercan, pero antes de que alguien intervenga, Balerio y la demonio deciden escapar.
Después de un rato, los dos se detienen frente a un río con un puente.
—¿No vas a regresar? —pregunta Balerio, notando que ella, de su misma edad y tamaño, parece decidida a marcharse—. Si decides irte, entonces tendré que ir contigo.
Ella se detiene y voltea su cuerpo, evitando mirarlo directamente.
—Tú tienes un hogar al que volver; yo no tengo nada. Eres un mago de una gran familia, y yo soy solo un demonio. Es mejor que me vaya… y que Ansaidifel se olvide de mí.
Ella termina de expresar lo que realmente siente, confesando lo que siempre ha tenido adentro, y empieza a caminar, esperando no oír nada más de él.
—Ella te llamó hermana. Eso es lo que tienes: su amor —le confiesa Balerio mientras la sigue—. Vamos de regreso a nuestra casa.
En ese momento, Balerio ve en ella algo nuevo: aunque fue breve, los aros rojos en los ojos de Mirit se transforman, volviéndose dorados, resplandeciendo con pureza y belleza.




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