A medida que el día avanza y el calor del sol disipa las nubes, las noticias sobre la captura del campamento de los demonios se propagan. Más y más informes llegan a las manos de Mia, quien se encuentra en su camarote, leyéndolos adentro del buque real, “La Emperadoratriz”. Las horas transcurren y se entera de que siete casas han comenzado a movilizar sus ejércitos, preparándose para unirse al suyo. Entre esos reportes destaca que la “Casa Som” logró derrotar a las fuerzas de los Planos en las montañas de “Sagh’ais”.
Al final de los documentos se encuentra con la carta de Balerio, dirigida a “su amada novia”. Con torpes manos rompe su sello y comienza a leerla. Esta inicia con un breve relato de sus vidas pasadas, seguido por una descripción de sus sentimientos, aquellos que siempre ha albergado. Cada palabra le quiebra el corazón, hasta que ya no puede contener sus lágrimas. En los últimos párrafos, él le entrega oficialmente sus tierras, con los certificados de propiedad ya firmados.
Incapaz de contenerse, Mia deja caer los papeles y entierra el rostro entre sus brazos. Apretando las manos contra sí misma, intenta recordar la última vez que lo vio, donde le prometió que, al regresar, le pediría su mano. Ahora, mientras las palabras de la carta resuenan en su mente, se pregunta si esto es todo lo que ha quedado de él.
Los aros rojos de sus ojos se vuelven dorados, y en que levanta la mirada, voltea hacia la ventana. Las lágrimas forman ríos cristalinos que descienden por sus mejillas. Allí, con un susurro apenas audible, dice que sí, y como si quisiera que la escuche de algún modo, confirma en voz alta su decisión: se casará con él.
Entonces, un golpe en la puerta interrumpe su decisión. Consciente de que el día apenas ha comenzado y que hay muchas responsabilidades que cumplir, se seca el rostro y se arregla un poco antes de abrir la puerta. Cuando lo hace, el aire huye de sus pulmones. Frente a ella está alguien que creía haber perdido. Su boca se queda entreabierta, y al inclinarse para tocarlo, se asegura de que no es un sueño.
Por su parte, él intenta saludarla, pero no llega a terminar sus primeras palabras. Ella se lanza hacia él, rodeándolo con sus brazos y cubriéndolo de besos. Las manos de Mia recorren su cuello, aferrándose a él como si fuera a desaparecer. En medio de la emoción, pierden el equilibrio, y ambos caen juntos sobre la alfombra del camarote.
Balerio iba a pedirle que se calmara, pero al verla con lágrimas en los ojos y sintiendo sus labios, se deja llevar por la pasión. Con un rápido movimiento del pie, cierra la puerta.
Antes de que se den cuenta, los senos de Mia ya estaban expuestos. Los rayos del sol que entran por la ventana resaltan el tono suave de su piel y sus tiernos pezones. A Balerio no le alcanzaban las manos para recorrer cada centímetro de su cuerpo, como si las dos no fueran suficientes para abarcar la delicada figura de su querida. Sin despegar sus labios de los de ella, acaricia la piel de su espalda, dirigiendo una mano hacia su nalga y con la otra, la desliza debajo de su vestido, sobre la tela de sus bragas para comenzar a estimularla con movimientos lentos.
El cuerpo de Mia se calienta con cada acaricia, tanto que se despoja del resto de su vestido para ofrecerse a él por completo. No hace falta que le diga una palabra; sus gemidos lo guían, invitándolo a continuar. Balerio toma sus pechos entre sus manos y coloca sus labios alrededor de su pezón, y satisfaciendo sus fantasías, lo chupa como si estuviese lleno de un néctar exquisito. Mia se arquea, sintiendo que su cuerpo se derrite bajo sus atenciones. Cuando los labios de él descienden hacia su vientre, ella abre las piernas instintivamente...
Pero antes de que pudieran llegar más lejos, un golpe en la puerta interrumpe el momento.
Ambos hacen lo posible por calmarse. Mia, con el vestido en la mano, corre hacia el vestidor. Mientras se escapa, Balerio no puede evitar fijarse en el movimiento de su cuerpo: sus nalgas y sus senos rebotaban con cada paso. Esa escena no le hacen ningún favor, por que encienden aún más sus deseos.
—¿Quién es? —pregunta Balerio, tratando de acomodar su pantalón con un cierre empeñado en no cooperar.
—Soy Gabriel. ¿Está allí la emperatriz? Tengo algo urgente que comunicarle —responde desde el otro lado.
En cualquier otro día, Balerio habría pedido que regresara más tarde o al menos les diera unos minutos, pero si Gabriel insistía en que era algo urgente, no podía ignorarlo.
—Adelante —dice finalmente.
Gabriel entra, y con una sola mirada entiende lo que había estado ocurriendo. La escena era fácil de descifrar: el cabello despeinado de Balerio, su camisa medio desabotonada, las marcas en su cuello y el evidente bulto en sus pantalones, que incluso al sentarse no lograba ocultar del todo.
—Ya va a salir —anuncia Balerio, sonrojado pero incapaz de esconder la alegría que lo inundaba.
En cuanto esperan, Mia se mira en el espejo, incapaz de creer lo que estuvo a punto de hacer. Todavía siente el calor de sus labios en los suyos, en su piel, en sus senos y más abajo, en su vientre. Si hubiesen tenido unos segundos más, quizás los habría sentido en...
Respirando profundamente, cierra los ojos y trata de calmar su mente. En la reflexión del espejo ve a una mujer distinta, una que ha encontrado el amor verdadero. Sus dedos rozan sus labios mientras limpia con cuidado el exceso de pintalabios. El recuerdo de la carta vuelve a su mente, especialmente aquella parte donde él describía su deseo de formar una familia con ella. También hablaba de mudarse a los “Valles de Aria”, un lugar que jamás ha visitado pero que muchos describen como de una belleza incomparable. Cierra los ojos otra vez, y al abrirlos, sale.
Gabriel la recibe con noticias que la estremecen. Cada palabra es un golpe que apenas puede soportar, y lo único que le da fuerza es aferrarse a la mano de Balerio. Le dice que Eucalis fue capturado y aunque aquello era parte de su plan, no merece el fin que le viene.
—Se lo han llevado al centro de la armada de los Planos —agrega Gabriel—. Si decidimos rescatarlo, va a ser demasiado difícil.
Mia siente un frío que recorre su cuerpo. Su corazón pierde su ritmo, y la desesperanza amenaza con hundirla.
—Tiene que haber algo que podamos hacer —pregunta Balerio, volteándose hacia Gabriel.
—Él nos pidió que no lo intentáramos —responde Gabriel con un tono rendido—. Dijo que sería demasiado costoso.
Ambos bajan la cabeza al escuchar aquello, pero Gabriel continúa hablando, su mirada más seria que nunca.
—Aun así, nuestro imperio lo necesita. Eucalis es demasiado valioso.
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