Un largo tiempo atrás, en nuestra primera existencia, Valkayri se encuentra en el aire, llevando a su amada Erde a ver el mar una última vez.
En sus manos sostiene a la mujer que se ganó su respeto, su admiracíon, su cariño y su corazón. Sin apartar la mirada de sus queridos ojos, aún llenos de vida pese a las arrugas y la cabellera blanca que ahora los adornan, aterriza y la recuesta sobre una alfombra que había preparado. El murmullo de las olas y el aroma salado del océano envuelven la escena, como si el mundo quisiera rendir homenaje a la gran Emperatriz.
—Gracias, todavía recuerdo como si hubiera sido ayer, nuestra primera vez —expresa Erde mientras acaricia la mejilla de Valkayri con sus dedos—. Tú te ves exactamente igual, mi bella diosa.
—Y tú también, tu corazón no ha cambiado. Siempre serás hermosa en mis ojos, mi orgullosa, valiente y poderosa maga. Te amo —responde Valkayri, acercándose para rozar los labios de Erde en un beso tierno, un beso cargado de recuerdos.
El viento marino sopla con insistencia, aun así no logra borrar las lágrimas que ambas comparten. Al seguir soplando, sus cabellos se enredan como si fueran uno solo.
Cuando se separan, Valkayri extiende la mano, creando un paraguas para proteger a Erde de los rayos del sol. Luego comienza a darle pedazos de frutas, tomándose el tiempo de asegurarse de que cada trozo fuera perfecto. Una vez terminado, se sienta junto a ella, envolviéndola en su brazo para disfrutar juntas de la brisa y la clara escena.
—No tengo miedo —confiesa Erde, recostando su cabeza en el hombro de Valkayri—. Me das la fuerza para enfrentar mi destino.
Valkayri voltea y le agarra de las manos, que una vez fueron capaces de desafiar a los mismos dioses y a las “grandes bestias”.
—No voy a permitir que te vayas sin antes saber la verdad —cuenta Valkayri con una suave voz—. Mi deseo siempre fue llevarte conmigo al mundo de los dioses cuando este día llegara, y estar contigo por toda la eternidad. Quería construir un nuevo reino en los cielos, uno que desafiara las grandes Casas de los Dioses. Juntas íbamos a dominar la existencia con nuestro amor, y nadies nos iba a separar. Ese sueño sigue vivo en mí, y ni siquiera el destino podrá arrebatármelo. Ni tu muerte, ni la mía, ni la destrucción de todas las cosas va a destruir lo que tenemos. Te aseguro que estaremos juntas al final. Te lo prometo.
La expresión de Valkayri, seria y desafiante, llena a Erde de una esperanza que casi parecía tangible. Una chispa de anticipación se enciende en su interior, la posibilidad, aunque pequeña, de que esas palabras se vuelvan realidad.
—Te voy a esperar. No importa si toma toda una eternidad, te voy a esperar —susurra Erde, sus ojos relucientes de amor y una sonrisa cálida que sustituye la del sol.
—Y yo te prometo que te voy a encontrar —responde Valkayri, sellando su promesa con un beso apasionado, poniendo fin a ese momento que quedaría grabado para siempre en la historia.
En los días siguientes, el estado de Erde empeora y su vida llega a su fin en el cuarto día. Termina así la existencia de una de las magas más fuertes que haya existido, aquella que logró derrotar a la diosa Iris y liberar a los demonios. A pesar de haber hecho todo lo posible por salvarla, Valkayri no puede evitar sentirse culpable. El dolor por no haber protegido a la persona que amó con todo su ser la consume, junto con la amargura de una vida compartida que resultó demasiado breve. En otras circunstancias, habrían vivido juntas para siempre, pero el poder de las grandes bestias les arrebató ese final.
Doscientos mil años pasan, y Valkayri no olvida su promesa. Incluso en el momento de su propia muerte, mantiene el recuerdo de Erde vivo en su mente, confiando en que volverán a reencontrarse.
Ya han transcurrido tres días desde la última vez que Fel pudo ver a Sabari. Cuando los guardianes finalmente se retiran, ella aprovecha la oportunidad para entrar en la celda. Cierra la puerta rápidamente y observa a la diosa. A pesar que su rostro se encontraba marcado por moretones y sus labios enrojecidos, los ojos de Sabari solo se fijaban en ella, con una intensidad que ilumina su rostro de un tenue tono azul.
Sin saber lo que iba a suceder esta noche, Fel intenta primero atender sus heridas. Sin embargo, cuando se acerca lo suficiente, Sabari se despoja de las cadenas y avanza hacia ella en silencio. Fel retrocede un paso, tratando de indicarle que se detenga, que hay cosas que deben discutir. Pero, como antes, los labios de Sabari buscan los de Fel. Ella intenta esquivarlos al principio, moviéndose de lado a lado, pero su resistencia no dura mucho. Igual que la vez anterior, Sabari la toma.
Fel lucha inútilmente por contener su voz, pero las sensaciones intensas que recorren su cuerpo la obligan a soltar gemidos. Las emociones no hacen más que crecer, y pronto su corazón queda tan expuesto como los gestos amorosos que acompañan las caricias de Sabari. Ahora, Fel apenas se sostiene con una pierna en el suelo, mientras la otra cuelga en el aire, completamente rendida ante el amor de la diosa.
Al final, las dos permanecen abrazadas en el centro del cuarto, bañadas por las luces de la noche. Fel contempla a Sabari, que luce radiante con el sudor perlado en su rostro. Aunque el viento no podía entrar, el cabello de la diosa se mueve como si tuviera vida propia, envolviendo el cuerpo de su amante, asegurándose de que no pueda apartarse.
—Ni siquiera me dejaste decirte hola —murmura Fel, apoyando su cabeza en el pecho de Sabari.
—Porque no pude aguantar más —responde Sabari, abrazándola con más fuerza—. Te ves hermosa.
En los ojos de Sabari, todavía existe un pedazo de aquella mujer de cabello rojo y pecas, la misma que le robó el corazón a Valkayri. En ambas, ese amor arde como una llama que amenaza con consumirlas.
—¿Quisieras hacerlo otra vez? —pregunta Sabari, besando la cabeza húmeda de Fel.
Para su sorpresa, Fel mueve su rostro de lado a lado.
—¿Por qué no? ¿No te gustó? —insiste Sabari, con un tono de inquietud.
—No estoy hecha como los dioses; tengo un límite —admite Fel, su rostro teñido de un intenso rubor.
Sabari suelta una sonrisa.
—Han pasado solo diez minutos.
—Tal vez eso sea cierto, pero mira cómo terminé. Apenas puedo mantenerme de pie —confiesa Fel, mientras las manos de Sabari comienzan a deslizarse por sus piernas, sus nalgas y su espalda.
—Te puedo curar, y esta vez seré mucho más gentil.
Incluso con esa media coqueta oferta, Fel se niega otra vez. Se separa y comienza a vestirse, mientras una pregunta que ha estado rondando en su mente finalmente encuentra salida.
—Sé que no tienes uno, pero cuando lo hacemos, puedo sentir que me penetras con algo. Incluso siento que... que te vienes adentro —dice Fel, con dificultad para articular las palabras, pero claramente curiosa por la respuesta.
El cuarto se llena de silencio. Fel voltea hacia Sabari, quien la observa con atención, lo que la hace apresurarse a terminar de vestirse.
—Son mis sentimientos, transformados en amor físico. No necesito un órgano sexual como los mortales. Mi amor y mis deseos se manifiestan de esa manera. Lo que sentiste fue mi verdadero amor por ti. Con el tiempo te acostumbrarás, solo necesitamos hacerlo más seguido.
Fel se queda mirando un lado del cuarto, incapaz de enfrentarla directamente. No esperaba esa revelación, y al reflexionar sobre las posibilidades de compartir ese tipo de intimidad más veces, su cuerpo se estremece con anticipación. Incluso ya vestida, siente que Sabari todavía puede verla desnuda, no solo físicamente, sino también en sus emociones y su corazón.
—¿Entonces eso significa que no puedo quedar embarazada? —inquiere Fel, levantando ligeramente los ojos hacia ella.
Los ojos azules de Sabari cambian de pronto a dorados, casi intimidantes.
—Para que eso suceda, tendría que tomar uno de tus óvulos, inseminarlo y luego volver a colocarlo adentro de ti. ¿Me estás diciendo que estás lista?
Fel no comprende todo lo que escucha, pero las últimas palabras son claras, y responde con un rotundo "no". Para desviar la conversación, le pregunta sobre el gran evento de magos. Sabari le explica que es un evento muy misterioso, al que solo las diosas de creación y algunos ángeles pueden asistir sin perder la memoria; todos los demás sufren amnesia al intentar recordarlo.
También le pregunta sobre el destino de su amiga A’iana. Sabari le responde que será muy difícil para ella ganar el evento, sin importar que su poder supere al de las otras magas, ya que eso no tiene relevancia en la prueba. Le asegura que para triunfar, A’iana deberá superar a las magas más especiales de toda la existencia. Esa información logra calmar un poco a Fel, quien no quiere que nada malo le suceda a su amiga.
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