Pasos hacia el Destino

Capítulo 69, Alguien inesperado Ver.1

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Ya han pasado 6 días desde que A’iana vino al universo de Petra, y ha comenzado a dominar cada vez más el uso del "arte del destino". Hoy se encuentra en las afueras de la capital, entre las majestuosas montañas del oeste. Casi en la sima, donde no habían muchos árboles, ella se prepara.
Inspirada por su amiga y la elegancia de su danza sobre el hielo, empieza a imitar su postura con precisión. Con la espada en mano, su cuerpo se mueve en giros fluidos, como si sus pies no caminaran sobre el pasto, sino que lo acariciaran con delicadeza en cada paso. En un salto, sus piernas se deslizan por el aire, emulando la ligereza y el ritmo del baile de Liyul.
Pero no solo replicaba los movimientos; también intentaba recrear los sentimientos que los acompañaban. En su mente y rostro buscaba reflejar la misma serenidad que Liyul mostró durante su espléndido patinaje. Con los ojos cerrados, gira una y otra vez, dejando que sus músculos se relajen por completo, utilizando solo el esfuerzo mínimo necesario. Sabía que estaba cerca de alcanzarlo, que pronto su cuerpo y su pasión se convergieran hacia la elusiva perfección.
Podía sentir cada latido de su corazón, la expansión y contracción de sus pulmones, y hasta el oxígeno fluyendo por sus venas. El aire a su alrededor cobraba vida, envolviéndola, invitándola a ser parte de la naturaleza. Es entonces cuando permite que el poder del destino tome el control. Cada paso se vuelve más preciso, cada movimiento de sus brazos y de su espada se cargan de una fuerza inmensa, y lo lograba sin siquiera forzar sus músculos.
De repente, siente cómo una hoja aparece y se mueve a su lado, atrapada en su danza. Pronto, más hojas se unen al armonioso espectáculo. Cuando ya había dos docenas girando a su alrededor, A’iana realiza un único y certero movimiento con la espada. En un instante, todas las hojas se parten por la mitad, cayendo suavemente al suelo, como si obedecieran su voluntad.

El viento, ahora cargado con nuevas hojas, arremete contra ella en un intento de envolver su figura. Sin abrir los ojos, confiando plenamente en el poder que siente, continua girando, cortando cada hoja con movimientos precisos y elegantes.

A lo lejos, Fel la observa. Una sombra de culpa nubla su rostro en cuanto contempla lo que pronto su amiga va a tener que hacer. La posibilidad de que A’iana cayera en manos de Iris le carcomía la mente. En silencio, pide que Sabari tenga la razón y que A’iana no logre convertirse en una de las ganadoras. Pero, aunque no deseaba ese destino, sabía que estaba dispuesta a sacrificarla. No podía cambiar lo que sentía por Sabari.
Intentando alejar el remordimiento, desvía sus pensamientos hacia otro tema. Nadie afuera de los dioses participantes y los ángeles sabía lo que implica la prueba, sin embargo lo que realmente le parecía fascinante era la razón detrás de ella. Sabari le había explicado que Iris buscaba crear una nueva clase de maga: alguien capaz de controlar la complejidad. Hasta el momento, solo los dioses eran capaces de dominarla en su totalidad, mientras que los ángeles solo podían manipularla en cierta medida.
También le preguntó si eso era similar a la bendición que las magas recibían, si acaso eso era una forma de complejidad. Sabari lo confirmó, pero explicó que era una fuente artificial, limitada únicamente al universo de origen. Por ejemplo, en este mundo, esa bendición no le sirve, y su propio poder mágico estaba considerablemente reducido debido a las leyes diferentes que regían la creación de este lugar.
Cuando estaba por reflexionar más sobre los objetivos de Iris con la prueba de magos, sus pensamientos se interrumpen al notar que la Maestra estaba a punto de hacer algo extraordinario.
Sus ojos casi no podían creer lo que veían. Si no fuera por las hojas que giraban a su alrededor, le habría resultado imposible apreciar lo que A’iana estaba haciendo. Sabía que no estaba utilizando magia, sino únicamente su cuerpo y su espada. En un movimiento que parecía desafiar las leyes físicas, las hojas circulaban a su alrededor como si estuvieran atrapadas en un remolino que ella misma había creado.
En cuestión de segundos, las hojas comienzan a ser cortadas en diminutos pedazos que vuelan hacia el cielo. Todas las hojas, cientas de ellas, acaban de la misma forma, ni una logra escaparse. Era difícil calcular cuántas hojas había destruido, pero debieron ser miles. Sus movimientos fueron tan elegantes que no parecían una práctica de espada, sino un baile perfectamente coreografiado.

Fel piensa en felicitarla, pero se detiene al notar que A’iana aún no había terminado.

—El destino no juzga o toma lados, pero destruye a los que se atreven a detenerlo. Yo soy… parte de los pasos que nos guían hacia nuestro destino. Mi cuerpo es mi arma, mis sentimientos son parte de mi armadura, y mi fuerza de voluntad es el combustible que es infinito e inquebrantable.
Al abrir los ojos, A’iana fija la vista en la otra montaña, ubicada a media milla de distancia. En completo silencio, prepara su espada al lado de su cintura. No era cualquier ataque, sino uno que buscaba ser el más preciso, el más enfocado, un movimiento que superaba todo lo que había aprendido. Concentra en el ataque no solo su experiencia, sino la esencia de las enseñanzas de todos sus maestros y sus esfuerzos, con el objetivo de convertirlo en la manifestación de la perfección.

El ataque invisible, como el brillo de un espejo, se desprende de su arma. El tajo parecía esquivar las mismas leyes del universo, moviéndose con precisión hasta alcanzar su objetivo al otro lado de la montaña: el tallo de una manzana.

Por un instante, Fel pensó que no había pasado nada, pero pronto escucha un eco que resonaba entre las rocas. Usando un poco de su poder, enfoca su visión para descubrir qué era. Una pequeña manzana caía rodando entre las piedras. Se queda paralizada, tratando de comprender cómo había logrado semejante hazaña desde esa distancia. Si no estaba equivocada, solo había usado su espada. Aparte de la fruta, nada más había sido dañado.




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