Fel se queda mirando, observando a una mujer que pudiera haber perdido a alguien muy importante. Una parte quería ir a consolarla, pero la otra se resiste; después de todo, la considera una enemiga y no sería justo para después traicionarla. Tampoco se ha olvidado lo que le hizo a Sabari. Finalmente da media vuelta y comienza a alejarse.
Estaba a punto de cruzar la calle cuando decide ver si se encontraba bien. De forma lenta voltea y la ve totalmente paralizada, apretando con fuerza su brazalete. Sin otra opción, se le acerca.
—Vamos —dice Fel, sujetándola del brazo—, te acompaño a tu casa.
Biala mantiene la cabeza baja y, sin decir una palabra, la sigue. No podía dejar de pensar en Polanof. Ninguna habla mientras avanzan hasta llegar a su vivienda. Fel está por despedirse, pero Biala la sujeta, sin intención de dejarla ir, y juntas entran a una de las puertas del vestíbulo, que las lleva al duodécimo piso.
Antes de llegar a la puerta del apartamento, Fel quiere preguntarle si se encuentra bien, pero al ver la expresión ausente de Biala, comprende que no obtendrá respuesta. Decide quedarse a su lado en silencio. Justo antes de que Biala abra la puerta, su voz resuena como las últimas notas de una melodía de piano, a punto de tocar sus últimas letras:
—Quiero que entres. Por favor, no me abandones; no quiero estar sola.
Fel piensa en decirle que no, que tiene a alguien especial esperando por ella, pero al verla al borde de la desolación, siente lástima y acepta. Al entrar, Fel se queda admirando la sala durante un buen rato; los cuadros y muebles son de alta calidad, no lujosos, pero impecablemente mantenidos.
—Puedes sentarte en el sofá. Voy a preparar algo para tomar —avisa Biala con una voz casi sin vida.
Fel se sienta y se hunde en el asiento más cómodo que haya probado. En el silencio, aunque Biala está en la otra habitación, puede escuchar sus gemidos. Por un momento, se pregunta si debería decirle que todo estará bien, pero rápidamente lo descarta. Sabe que no tiene idea de lo que ocurrirá y que cualquier palabra suya probablemente sería inútil. Al menos espera que su mera presencia sea suficiente para brindarle algo de consuelo. Aun así, se promete a sí misma que, si Biala intenta algo inapropiado, no dudará en marcharse de inmediato.
Cuando Biala regresa a la sala, le sirve una taza caliente de té junto con unos dulces.
—Me voy a cambiar, no tardo —dice con una sonrisa forzada.
Cuando se va, Fel aprovecha para examinar los objetos sobre el escritorio y los estantes de libros. Su mirada recorre las fotografías de Biala en su cuerpo femenino y varias en su cuerpo masculino, vestido de elegantes ropas. En muchas de las imágenes, aparece rodeado de amigos y amigas, pero especialmente de Polanof, quien está presente en casi todas. Sin dudas se veía bien guapo con esa permanente y radiante sonrisa. Fel no puede evitar sentirse atraída por él.
Sigue observando hasta que nota una foto al fondo, escondida detrás de otras dos. Con curiosidad, aparta las que están adelante y toma la imagen, preguntándose por qué estaría medio oculta. Esta es distinta a las demás. En lugar de mostrar la alegría y las sonrisas del resto, esta captura una escena mucho más seria: una mujer de cabello extremadamente corto, como si hubiera sido cortado sin cuidado, posando junto a Polanof. Por su parte, Polanof sostiene su casco y lleva una armadura visiblemente bien dañada. Alrededor de ellos, un grupo de hombres y mujeres, todos igualmente ataviados con armaduras desgastadas, los acompañan.
A pesar del corte de cabello, Biala se ve hermosa en la fotografía, con una leve sonrisa. Fel acerca el cuadro para examinarlo, pero su concentración se interrumpe cuando Biala reaparece.
—Él me rescató —informa Biala con la voz quebrada—. Mi guardián.
Fel gira rápidamente, sorprendida. Biala lleva puesto un camisón de dormir, pero antes de que pueda preguntar si va a acostarse, decide instarla a que aclare lo que acaba de decir.
—Fui creada para servir a los Dioses —continúa Biala, con una voz distante y los ojos perdidos en un pasado que parece revivir—. Polanof era el guardián encargado de mantenerme en mi prisión, como lo hacía con muchos otros ángeles. Pero un día, él decidió traicionarlos. Esa foto fue tomada cuando logramos escaparnos, y en caso terminaríamos siendo destruidos. Era nuestra manera de asegurar que al menos algo de nosotros sobreviviera.
Fel vuelve a mirar la foto. Ahora, nota cómo Polanof mira a Biala con una intensidad innegable.
—¿Te ama? —pregunta Fel.
—Creo que sí —responde Biala, soltando una corta risa.
—Esa historia me recuerda a mi hermana —dice Fel tras un momento de reflexión—. Supongo que tú también sientes algo por él… ¿Lo amas?
Biala desvía la mirada, su rostro oscurecido por una mezcla de dolor y resignación.
—No puedo… porque duele cada vez que recuerdo esos días. Por eso tengo que seguir siendo un hombre —responde, con un tono tan firme como frágil.
De repente, Biala da un paso adelante y toma a Fel por la cintura, rompiendo la barrera entre ambas.
Fel deja caer la foto al suelo y trata de zafarse, pero esta la empuja con fuerza hacia el sofá. Los ojos de Fel no pueden evitar fijarse en el rostro de Biala, de una belleza que no es capaz de ocultar su indecisión. Intenta usar su magia para liberarse, sin embargo Biala, anticipándola, le bloquea los poderes. Sin más fuerza que la de una mujer común, Fel queda inmovilizada, atrapada bajo su cuerpo.
—Respóndeme, ¿lo amas? —insiste Fel, jadeando—. ¿Vas a permitir que tu miedo te quite a alguien tan valioso?
Biala se inclina sobre ella, sus labios peligrosamente cerca, pero al mismo tiempo lucha consigo misma, escuchando los gritos de su corazón.
—Él sabe quién soy —responde con la voz temblorosa, casi desesperada—. Me prometió que solo íbamos a ser amigos.
Biala intenta acercarse más, buscando quebrar los brazos de Fel para poder perderse en su decisión. Pero Fel no se rinde, su determinación se mantiene firme.
—Responde de una vez —grita Fel con sus últimas fuerzas—. Él no es otro Dios, ni otro hombre cualquiera. Es tu amigo, el que ha estado contigo todo este tiempo, el que aparece en cada una de esas fotos.
Las palabras de Fel atraviesan las defensas de Biala como una flecha. Su mirada se desvía hacia las fotografías mencionadas. Sus manos, que finalmente tocan el rostro de Fel, comienzan a temblar. Justo cuando está a punto de besarla, sus ojos se fijan en las imágenes del pasado. Imagina un futuro sin Polanof y siente un frío paralizante que la envuelve, el mismo que la congeló el día que decidió dejar de ser una mujer. Cierra los ojos, rendida, y por fin lo admite en un susurro casi inaudible:
—Sí.
Con ese simple reconocimiento, las manos de Biala sueltan a Fel, quien deja ir su aliento con alivio. Biala se levanta lentamente y se dirige hacia la foto en el suelo. Al tomarla entre sus manos, murmura una súplica:
—Perdóname.
Por un instante, Fel cree que esas palabras están dirigidas a ella, pero al observar el rostro de Biala, comprende que se refiere a Polanof.
—Tengo tanto miedo —admite Biala en voz baja mientras avanza hacia la puerta—. Pero al menos voy a decírselo.
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