Pasos hacia el Destino

Capítulo 72, Los Primeros

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Iris se encuentra meditando en silencio, buscando formas para poder impulsar la evolución de sus hijas. De lo contrario, pueda que la desolación vuelva a regresar.
La razón principal es que los mortales han llegado a su límite desde hace tiempo, y parece que ninguno de los nuevos universos son capaces de empujarlos a encontrar nuevos sentimientos. Varios Dioses, como ella, se oponen a la destrucción de sus universos para dar paso a otros nuevos. Incluso hay quienes sugieren crear unos dedicados exclusivamente a la maldad, sin ninguna restricción, con la esperanza de que estas puedan revitalizar la existencia.
Sin embargo, lo que Iris realmente desea es algo distinto: elevar a los mortales, en especial a sus magas, y llevarlas a alcanzar un nivel superior de existencia.
A su lado está Lucero. Ambas flotan fuera del planeta-corazón, casi tocando el límite del espacio.
—Quisiera preguntarte algo —interrumpe Lucero, quebrando la meditación de Iris.
—Mi amor es para ti, dime hija —contesta Iris, sentada con las piernas cruzadas en el vacío de la exosfera, manteniendo los ojos cerrados.
—¿Cuál es el verdadero propósito del evento?
—Primero respóndeme esto: ¿cual es el precio de la vida?
Lucero desvía la mirada hacia la distancia, reflexionando sobre la pregunta.
—La vida está llena de contradicciones. Por ejemplo, para que algo sobreviva, necesita consumir otras formas de vida. En ese sentido, diría que la vida tiene un gran precio que pagar, y es precisamente por eso que es valiosa —responde Lucero, su voz teñida de reflexión mientras sus ojos recorren las galaxias, escrutando cada rincón—. ¿Su propósito? Eso no lo sé.
—Su propósito es dar vida a la existencia, porque la existencia misma está viva —afirma Iris, abriendo sus ojos dorados, inmóviles e imperturbables, como si miraran más allá del tiempo y el espacio—. Para que lo entiendas, déjame contarte la historia de los “Primeros”. Hace mucho tiempo, los Dioses descubrimos algo crucial: la existencia necesita emociones para seguir viviendo.
Lucero gira hacia ella, mientras que Iris continúa con su relato.
—“Los primeros” no eran diferentes de los mortales. Durante mucho tiempo vivieron entre ellos en universos creados por la existencia, dotados con la esencia de la “complejidad”. A ese periodo lo conocemos como “el paraíso de los primeros”. En aquel entonces, el término “Dios” no existía, y aunque los “primeros” vivían y morían como cualquier otro ser, había una gran diferencia: sus memorias y sus personalidades continuaban. Con el tiempo, gracias a su sabiduría y al dominio de la “complejidad”, lograron elevarse, transformándose en nuevos seres, capaces de crear universos.
Iris hace una pausa, se pone de pie y extiende su mano hacia Lucero. Frente a ella aparece una visión de aquella historia: imágenes de los primeros. En su mayoría, eran hombres.
—En el momento en que el primer Dios creó un universo, la existencia dejó de generar nuevos universos de forma espontánea, dando paso a una nueva era conocida como “la Era de la Creación”. Fue entonces cuando los mortales comenzaron a llamar a “los primeros” creadores, y más tarde, Dioses. Sin embargo, lo que pocos saben es que en esos tiempos los mortales también podían usar un poder diferente, aunque con el tiempo ese poder comenzó a disminuir hasta desaparecer por completo.
Iris toma otra pausa, observando cómo las palabras se reflejan en la mirada inquisitiva de Lucero.
—Aparte de la muerte, todo parecía perfecto. Los nuevos Dioses crearon universos llenos de belleza y paraísos en los que nadie sufría ni moría. Todo vivía en armonía, paz y felicidad... hasta que la existencia decidió castigarlos.
Lucero observa cómo Iris la mira directamente.
—Así es, mi querida hija —dice Iris, comenzando a acariciar el rostro de Lucero—. La existencia necesitaba algo diferente, algo que los Dioses no estaban dispuestos a aceptar al principio. Necesitaba la maldad.
—¿Qué es la existencia? —pregunta Lucero, deseosa de comprender mejor la naturaleza de la vida.
—No lo sabemos con certeza, y es probable que existan otras afuera de la nuestra. Pero lo que sí sabemos es esto: a la existencia no le importa lo bueno, la moralidad o siquiera el equilibrio de la naturaleza. Solo busca nuevos sentimientos, a cualquier costo. Y es por eso que, con el tiempo, los Dioses tuvieron que aceptarlo a la fuerza, especialmente cuando “la complejidad” nos abandonó. La Tercera Era comenzó con la destrucción del noventa por ciento de todo lo existente, incluidos muchos de los Dioses.
Los ojos de Lucero se agrandan al ver, a través de la proyección de Iris, un fragmento de ese devastador evento: incontables vidas desvaneciéndose en un instante.
—Después de esa tragedia, todos los Dioses cambiaron. Ya no eran los perfectos, bondadosos y compasivos seres llenos de misericordia. “La complejidad” había introducido algo nuevo: la maldad, para dar lugar a universos más complejos y crueles. Para habitar estos nuevos universos, los Dioses crearon una nueva clase de seres, llamados “ángeles”, porque los mortales simplemente no podían soportar el nivel de agonía de estos lugares.
Iris baja la mirada por un instante, como si pudiera ver un futuro diferente.
—De la misma forma, esos universos dieron paso a una nueva fase en la existencia. Con el tiempo, los ángeles fieles se transformaron en ángeles rebeldes, aquellos que eligieron vivir como algo completamente nuevo. A estos los conocemos como demonios.
Iris endereza su postura.
—Ahora, aquí tienes la respuesta a tu pregunta. El propósito del evento de los magos es este: si la existencia decide cambiar nuevamente la “complejidad”, el noventa por ciento de todo lo que conocemos será destruido otra vez.
Un frío mucho más gélido que el vacío del espacio envuelve el cuerpo de Lucero, dejándola incapaz de pronunciar una palabra.
— Pero, si logramos crear una nueva clase de mortales, al menos podríamos retrasar ese evento por mucho tiempo. Esa tragedia no tiene por qué suceder —dice Iris, su voz tratando de dar esperanza a su fiel maga—. Ustedes, mis hijas, tienen la posibilidad de alcanzar un nuevo poder, uno que no necesite “complejidad”, un poder que incluso podría igualar al de los Dioses. Eso es lo que realmente deseo: una nueva era, la Era de las Magas.
Lucero asiente conmovida, pero antes de que pueda responder, ambas giran sus miradas hacia alguien que se les aparece.
—He hallado a la maga Eishmiv —anuncia el ángel, inclinando la cabeza—. Parece estar con una de las hijas del universo.
La expresión serena y pragmática de Iris se transforma en un atisbo de curiosidad.
—Les he leído la mente y descubrí que vienen del universo “Esjailla”. La hija del universo se llama Ansaidifel Yudax’yian.
Al escuchar ese nombre, Lucero se sorprende y comienza a buscar en su mente una razón por la cual su Emperatriz habría decidido venir aquí. “¿Será posible que desee participar en la prueba?”, se pregunta.
—Ella y sus acompañantes están intentando rescatar a alguien llamada Sabari, la nieta de la Diosa “Yusen”.
Iris dirige su atención hacia el planeta y, con un simple pensamiento, localiza a Eishmiv junto al grupo: una maga, un mago y alguien más, una figura que inmediatamente capta su interés. Sus ojos se posan en Uchanta A’iana, y en cuestión de segundos, descifra todo sobre ella: su historia, su maestro y su habilidad para utilizar un poder peculiar llamado “el arte del destino”.
—¿Quién es ella? —pregunta Iris, girándose hacia Lucero—. ¿Quién es Uchanta A’iana? ¿Y quién es ese humano llamado Pharas Lutao?
Lucero contiene la respiración al darse cuenta de que Iris conoce a todas las personas que ha visto en los últimos días que estuvo en su mundo. Sin titubear, comienza a contarle todo lo que sabe: cómo Pharas Lutao se convirtió en un mago, cómo A’iana, conocida como “la Maestra”, aprendió a usar el poder del destino.
—Ya veo —dice Iris, recuperando su expresión pragmática—. El poder del destino… ¿Así lo llama ese humano? Pero ese poder proviene de la “Primera Era”.
—¿La Primera Era? —repite Lucero, sorprendida.
—Así es, de la era en la que los humanos lograron acercarse a “los primeros”. En ese entonces, existía un poder llamado “perfección”.
Iris empieza a narrar un fragmento de esa época: cómo los humanos, mediante el poder de la perfección, crearon grandes maravillas capaces de rivalizar incluso con el poder de “la complejidad”. Pero con el paso del tiempo, ese conocimiento se perdió, y con él, la capacidad de los mortales para volver a usarlo.
—Lo extraño es que fue la existencia misma quien les robó ese poder —explica Iris, con un tono reflexivo—. Ese grupo está lleno de personajes curiosos. Incluso tú, Lucero, provienes de ese universo. Voy a tener que visitarlo personalmente para entender lo que está ocurriendo.
—¿Quieres que intervenga? —pregunta el ángel, sin levantar la mirada hacia Iris.
—No, no quiero que interrumpas su destino. De cualquier forma, las dos participantes no podrán ir a ningún lado. Si su poder es real, lo demostrarán en la prueba.
—¿Y la Diosa? —insiste el ángel.
—Lo mismo, no interfieras, pero asegúrate de que no le ocurra nada a la Emperatriz.
El ángel asiente y se marcha. Una vez solas, Iris le dice a Lucero que, por el momento, permitirá que ellos hagan lo que quieran.
—¿No sería más seguro capturar a Eishmiv? Su poder es inmenso —propone Lucero.
—No es necesario. Ella no puede escapar. No importa a dónde vaya, está marcada para participar en la prueba, al igual que las otras miles de magas. Incluso tú no podrás evitarlo. Es mejor dejarlas en paz.
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