En medio del coliseo, sobre miles de magas, se alza la más importante, la más poderosa, la más sabia, aquella a la que muchos aspiran alcanzar: la gran diosa Iris Yudax.
Se la puede ver con su largo y suave vestido, cuyas telas envuelven sus piernas y a la vez se esparcen para mecerse con el viento, desplegándose como un lienzo viviente que se funde con el cielo. A pesar de estar rodeada de dioses, su presencia eclipsa la de todos ellos. No solo eso, su cuerpo irradia una intensa aura dorada, que cuando alza las manos, estas resplandecen con llamas, invitando a todos los presentes a escuchar sus palabras.
—Desde el comienzo de la Tercera Era, muchos de nosotros hemos trabajado para aumentar la complejidad de nuestra existencia y, con ello, crear los universos más complejos. Ustedes, nuestras preciadas magas, son el resultado de millones de años de dedicación. Quiero que comprendan que lo que nosotros, los dioses de la creación, anhelamos es el inicio de una nueva etapa en nuestra historia —declara Iris, bajo la atenta mirada de sus seguidores y la escrutadora vigilancia de sus críticos, entre ellos los dioses del Poder y los de los Sentimientos—. Por ahora, la magia depende de la complejidad de los universos. Pero para que realmente sean libres, es necesario que forjen un nuevo poder. Para lograrlo, para avanzar en su evolución, deben alcanzar lo que nosotros conseguimos hace eones de años atrás. Recuerden esto: no teman a los malos sentimientos, enfréntenlos. Solo así podrán trascenderlos.
Sus palabras continúan, explicando por qué las magas deben alcanzar nuevos sentimientos. Sin embargo, la razón primordial es que desean que la existencia les conceda algo especial. Pero no va a ser un regalo. Para obtenerlo, deberán someterse a un sacrificio inmenso, uno que las empujará a un nivel de conciencia donde ningún otro mago o mortal ha alcanzado.
La pregunta sigue, una que nos hacemos cuando ocurre un gran cambio es si llegó por fortuna o mala suerte, por coincidencia, por la determinación y el amor, o simplemente por destino. No muchos lo desean, pero cuando el cambio llega de todas formas, unas puertas se abren y otras se cierran. Entonces, uno debe decidir: ¿atravesarlas o dejarlas pasar?
Por ejemplo, una mujer que ha elegido quedarse al lado de quien la necesitará.
Aunque no tomará parte en la gran prueba, ella está marcada para sufrir sus consecuencias. En este momento, se encuentra junto con la persona que ama, caminando a su lado.
Se pone a sonreír mientras le ofrece pedazos de fruta a uno de sus mejores amigos, quien los toma de su mano con los dientes. Ella continúa cortando más, y su amigo, encantado, saca la lengua para lamerse los labios, impaciente por otro bocado. Cuando casi ha repartido todos los pedazos, se vuelve hacia su prometido y le ofrece el último.
—Qué bonito día —dice, entregándole la fruta.
—Lo es. Sí que lo es —responde él con una sonrisa, observando la frágil figura de su querida, que ha empezado a mostrar síntomas de su enfermedad.
—Espero que este día dure —comenta ella, refiriéndose a sí misma, deseando que el tiempo le permita compartir un largo futuro a su lado.
Él la atrae suavemente, rodeándola con un brazo, y ella se da cuenta de cuánto ha cambiado ante sus ojos. Cada vez que lo ve, lo encuentra más fuerte, más musculoso, más determinado. En su mirada percibe el amor que él siente por ella… y algo más. Un calor, una voz silenciosa que la llama, que la atrae aún más hacia él. En ese momento, contemplando sus tiernos ojos marrones, no puede evitar preguntarse si se merecía a un hombre como él.
—Para mí, siempre y cuando estés a mi lado, incluso si llueve o si una tormenta de truenos cae sobre nosotros, siempre seré feliz —le dice, tomándola entre sus fuertes brazos antes de besarla, deseando recordarle otra vez cuánto la ama, porque ha comenzado a percibir los hilos de sus sentimientos.
Ella, por su parte, deja ir todas sus dudas. Cierra los ojos y acepta lo feliz que es.
Iris está por terminar su discurso, dejando en claro que todo depende de cada una de ellas: alcanzar el final de la prueba. Les concede su bendición y pronuncia sus últimas palabras:
—Es cierto que muchas lo han intentado y que unas cuantas se han acercado, pero hasta ahora, ninguna lo ha logrado. Demuestren que esta vez es diferente. Que la nueva era comienza hoy.
Diez mil magas siguen mirando a la diosa. Varias están ansiosas, otras listas. Y unas pocas, como Eimi y A’iana, solo desean regresar a sus propios mundos. Entonces, el cielo se abre detrás de Iris.
La luz es tan intensa que casi todas apartan la mirada. Pero aquellas que logran mantener los ojos fijos, ven cómo todas son alzadas en el aire y absorbidas por la abertura.
Los dioses se levantan de sus asientos, en especial aquellos que han dedicado siglos a producir una maga lo suficientemente excepcional como para ser digna de la prueba. En que las observan ascender, les desean suerte, anhelando un buen resultado.
Entre ellos está Petra. Sus ojos siguen a Eimi mientras esta se deja llevar hacia el cielo. Su cuerpo parece descansar sobre una cama invisible, flotando hacia la abertura con los ojos abiertos, fijos en la luz que está a punto de consumirla. El mundo que la espera se va a volver frío y cruel.
A’iana, algo nerviosa, intenta mantenerse tranquila, por que aparentemente su cuerpo está afuera de su control. Sin comprender lo que ocurre, abre un ojo y ve la gran luz donde las otras magas desaparecen una tras otra. No sabe qué les sucederá. Cuando una mujer se acerca, trata de tomarle la mano y antes que pueda, la mujer desaparece.
Ya es su turno. En lugar de seguir mirando, cierra los ojos e intenta aferrarse a un recuerdo, a la persona que cambió su vida: su querido maestro.
Pero entonces, lo siente. Algo extraño recorre su cuerpo, algo que la consume. No se parece a nada que haya experimentado antes, ni siquiera cuando utilizó el poder del destino. Por primera vez en su vida, está aterrada.
Aquel miedo la obliga a abrir los ojos.
Al ver lo que le ocurre a su cuerpo, sus ojos no pueden contener el horror. Está presenciando su propio fin. Todo su ser se está desprendiendo, desintegrándose como si fueran las semillas de los dientes de León. Poco a poco deja de sentir sus piernas, devoradas por la nada que prosigue hacia su estómago. Luego, su pecho comienza a disolverse con ellos.
Suelta un último y desesperado respiro antes de que el “abismo” alcance su cuello. Cierra la boca, pero sus ojos siguen abiertos, observando cada instante del proceso. Hasta que ve cómo su nariz se desvanece.
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