Pasos hacia el Destino

Capítulo 80, El fin de una era, (4)

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Ninguno de los diez dioses se ha enfrentado a un mortal con el poder de la perfección, pero han escuchado las cosas que pueden hacer, hasta de aquella advertencia, de que de alguna manera pueden desafiar a los Dioses. Su capitán les ordena a todos a que se separen.
De entre ellos, la diosa más pequeña, que lleva la armadura mas decorada, les da la señal a que desenvainen sus espadas y se preparen para el combate.
Lorenia no esperaba que uno de esos mortales llegara a tiempo, a solo segundos de la destrucción del planeta y mucho menos que su flecha pudiera ser detenida tan fácilmente. Antes de idear una estrategia, se pone a pensar de que debe tener vulnerabilidades, algún punto débil. No puede concebir que un ser con tan pocos sentidos sea capaz de alcanzar a los dioses. Después de todo, solo posee cinco, mientras que cada uno de sus guerreros, incluyéndola, tienen más de mil.
Cuando la mortal aumenta su velocidad hacia ellos, da la orden de hacerse invisibles. Los diez dan un paso atrás y sus cuerpos desaparecen por completo. Esperan unos segundos y, cuando la ven detenerse y girar en todas direcciones con la espada en mano, tratando de hallarlos, Lorenia les indica que se acerquen con cuidado.
Poco a poco avanzan hacia la humana, que sigue sin poder verlos. Lorenia intenta leer su mente, pero aquella mujer posee una disciplina mental demasiado férrea. Lo único que logra percibir en su cabeza es su absoluta certeza de que vencerá a toda costa. Nada en ella delata nerviosismo: su corazón late estable, sus pulmones trabajan con precisión, sus músculos están relajados y, a la vez, listos para el combate.
Los dioses continúan acercándose hasta rodearla a pocos metros de distancia. Lorenia, respirando tan leve que parecía estar inmóvil, saca su arco y lo apunta hacia la mujer, preguntándose si el poder de la perfección no será más que una exageración, un mito con el que los mortales se engañan a sí mismos. Con los ojos encendidos una vez más, tensa la cuerda con la flecha hasta el límite.
—Prepárense en caso de que pueda evadir la flecha —ordena Lorenia. La orden resuena en la mente de todos.
Sujeta su arco unos segundos más, esperando el momento exacto. Cuando la humana finalmente gira y le da la espalda, suelta la flecha.
La punta viaja directo al lado de su corazón, lista para perforarlo y acabar con su misión de una vez por todas. Lorenia observa con la certeza de que ya es demasiado tarde para la mujer. Pero entonces lo ve. Su boca se abre en asombro ante lo imposible: en un solo movimiento, la humana se gira y, con un golpe preciso de su arma, desvía la flecha justo a tiempo.
Lorenia se queda inmóvil, incapaz de aceptarlo, y los otros dioses que debieron atacarla, no son capaces de reaccionar ante lo que debió haber sido el final del combate. Pero cuando por fin lo hacen, ya era tarde. De alguna manera, la mujer parece haber adquirido la capacidad de verlos.
Está segura de que eso no debería ser posible. Se dice que no puede verlos… ¿o será que sí? Entonces, ¿cómo lo está haciendo?
Quiere encontrar una respuesta, pero lo que sucede después la arranca de sus pensamientos. Uno de sus guerreros se lanza al ataque y, en forma increíble, su arma es esquivada. Antes de que pueda apartarse, la espada de la humana casi le atraviesa el estómago, obligándolo a saltar con todas sus fuerzas. Allí es donde Lorenia decide usar su poder para desentrañar sus secretos. No solo le lee la mente, sino que extrae su historia completa, junto con sus recuerdos más ocultos.
Con cada ataque que la humana ejecuta, con cada uso de su poder, Lorenia aprovecha para arrebatarle fragmentos de su pasado. Y en cuestión de segundos, obtiene lo que busca. De acuerdo con lo que ha encontrado, aquellos que nacen con una habilidad específica pueden usar el poder de la “perfección”. En el caso de la mujer, cuyo nombre es Yudhian’ya, su don es un sentimiento inquebrantable: el amor por la luz y su calor.
Cuanto más profundiza, más clara se vuelve la conexión entre ese sentimiento y el poder de la perfección. Están entrelazados, inseparables. Esa emoción por la luz y el calor de todas las cosas es la base misma de su fuerza. Cuando Lorenia la mira directamente a los ojos, lo nota: las llamas de un poder que no deja de crecer.
Había otra cosa en su mente, una pregunta. Aquel poder no podía provenir solo de ella, tenía que venir de otra parte. Lorenia aún no logra conectar toda la información que ha reunido, entonces comienza a buscar la razón por qué la llaman “maestra”.
Ser un candidato era una cosa; obtener el poder de la perfección y usarlo era algo completamente distinto. La maestra Yudhi, como todos la conocen, había ganado su título con sacrificio, tras incontables noches y días sin descanso, perfeccionando su don, transformando ese sentimiento especial en algo tan real que se ha convertido en su arma y armadura.

Y entonces lo ve, aquel sentimiento. Es diferente a todos los demás que ha visto en otros humanos. No se puede comparar con los suyos ni con los de ningún otro dios, porque ese sentimiento es… “perfecto”.

Sus ojos permanecen fijos en la guerrera, en esa mirada mientras lucha contra los nueve dioses que aún permanecen invisibles, haciendo todo lo posible por derrotarla. Cada segundo que pasa, ese sentimiento voraz, se llenaba más y más de una fuerza indescriptible, algo que Lorenia solo puede definir como el “esfuerzo que existe en la existencia misma”.
Siendo una diosa, le resulta inconcebible no poder percibirlo, mucho menos verlo. Sin otra opción, lo acepta. Ella no tenía lo que la humana había conseguido: un sentimiento perfecto. Pero aun así, eso no explica cómo puede verlos. La mortal sigue teniendo solo cinco sentidos y no debería ser capaz de detectarlos. Y es entonces cuando Lorenia lo descubre. Lo ve en el reflejo de los ojos de Yudhi.
Parecía que no importaba que la luz del sol no fuera capaz de tocar sus cuerpos para hacerlos visibles. No importaba que sus moléculas estuvieran afuera del alcance de cualquier percepción sensorial. Nada de eso importaba, porque al final, la maestra puede verlos con la misma claridad con la que ve su propia sombra.




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