Mientras cae, las voces de su hijo, su familia, sus amigos y su gente se desvanecen, volviéndose más y más distantes. En los pocos momentos que le quedan, los recuerdos de su pasado la envuelven, llevándola de regreso al instante en que abrió los ojos por primera vez.
Aquel día, antes de que se pudiera dar cuenta, A’iana ya se encontraba respirando un aroma dulce y fresco que su mente rápidamente reconoce como el de distintas frutas. A su alrededor, los sonidos de aves y pequeños animales se mezclan con el ruido de aguas rápidas corriendo a la distancia.
En que mueve una mano, siente la textura de hojas y pequeñas ramas entre sus dedos. Al mover la otra, experimenta la misma sensación. Luego, al acercar las manos a su cuerpo, los recorre sobre su piel, su estómago, sus senos y su rostro, dándose cuenta de que es una mujer.
El viento sacude las copas de los árboles y, cuando las ramas se apartan, el sol la envuelve con su luz, obligándola a entreabrir los ojos. Un estallido de colores intensos la recibe, producto de un jardín exuberante, rebosante de plantas y flores.
stallido de colores intensos la recibe, producto de un jardín exuberante, rebosante de plantas y flores.
Se inclina ligeramente, observando la densa vegetación a su alrededor. Luego alza la cabeza hacia el cielo, donde las nubes y el sol resplandeciente parecen llamarla a moverse. Con algo de esfuerzo, apoya primero un pie y luego el otro, sintiendo el suelo húmedo mientras avanza con cautela entre los matorrales.
Al encontrar la salida, se encuentra en el borde de un acantilado. Frente a ella, el río se extiende en un abismo de aguas turbulentas. Más allá, el mundo se despliega ante sus ojos: docenas de montañas recortan el horizonte, y varias lunas flotan detrás de las nubes, iluminando el paisaje con su pálida luz.
Busca con la mirada alguna forma de cruzar la brecha, pero no halla ni puentes ni senderos que puedan ayudarla. Paso a paso, se acerca al borde hasta que no puede avanzar más. Con el cuerpo desnudo y el cabello castaño humedeciéndose por las gotas que salpican desde el río, se lleva una mano al pecho al sentir su corazón latiendo con fuerza. Sabe que aquello es temor… y, sin embargo, también sabe que adentro de ella existe el poder de cruzar.
Se adelanta un poco más, hasta que las puntas de sus pies dejan de sentir el suelo. Solo unos centímetros más y caerá irremediablemente al vacío. Pero no se detiene. En cambio, extiende su pie derecho hacia el aire, desafiando el abismo. Parte de ella espera caer y morir. Aun así, algo adentro de sí la impulsa hacia adelante. Su pie se eleva sobre la nada y, al hacerlo, el otro lo sigue. Su cuerpo termina flotando en el aire, y en ese instante, comprende su verdadera naturaleza.
Un nuevo mundo se abre ante ella. Figuras que hasta ese momento habían permanecido invisibles emergen de la nada y se acercan, listos para llevarla con ellos.
Así es como nació. Un día simplemente apareció en medio de un bosque que con el tiempo se convirtió en la ama de una prestigiosa Casa. Pero ahora, todo eso está por terminar. Por más que desee seguir existiendo, sabe que la muerte la va a tomar.
Entre todas las visiones que se despliegan ante sus ojos, una le resulta extraña: la imagen de alguien a quien no puede reconocer. Era el de un hombre, cuya presencia se hace cada vez más nítida en su mente.
—¿Quién eres? —pregunta en silencio—. Al menos dímelo antes que me vaya.
Esa única pregunta abre una grieta en su percepción y, en el reflejo de sus pupilas, con las últimas fuerzas de su complejidad, comienza a presenciar la vida de aquel hombre.
Un grupo de niños se agrupan alrededor de un anciano que narraba historias. Sentado en el suelo, relata hazañas de guerreros con poderes extraordinarios, hombres y mujeres que, aunque parecen comunes, son capaces de enfrentarse a los más fuertes… e incluso, hasta contra los dioses mismos.
Los niños, fascinados, lo interrumpen con preguntas, queriendo saber si realmente eran humanos, y si uno de ellos pudiera convertirse tan poderosos como los héroes de los cuentos. El anciano sonríe y les responde que sí, que cualquiera de ellos puede lograrlo y no importaba si eran hombres o mujeres, provenientes de la suerte o la desgracia.
La respuesta los confunde. Algunos se ríen cuando dicen que es imposible derrotar a un dios. Pero entre todos ellos, uno permanece en silencio.
El más pequeño del grupo, el más frágil y delgado, con unas muletas sosteniéndolo en pie, finalmente se atreve a hablar.
—¿Y un inválido? —pregunta—. ¿Podría alguien como yo convertirse en un guerrero?
El anciano gira la cabeza hacia él. Lo observa durante un instante que parece eterno y, con voz franca le responde:
—Sí. Y lo único que necesitas es creer que es posible.
Las risas de los otros niños estallan a su alrededor, burlándose de ambos.
A’iana nota el cambio adentro del niño en el instante en que su cuerpo se llena de un nuevo sentimiento: el anhelo de un futuro distinto, la determinación de alcanzar lo imposible.
—Aquellos que no se rinden, los que siguen adelante sin importar los obstáculos, tienen el privilegio de convertirse en los guerreros capaces de usar “el poder del destino” —interrumpe el anciano, acallando el bullicio de los niños. De inmediato, todos guardan silencio para escuchar sus palabras—. No importa cuán poderosos sean sus oponentes, siempre van a encontrar una forma de salir victoriosos. Pero la verdadera pregunta es… ¿están listos para enfrentar a sus verdaderos enemigos?
El anciano gira la cabeza y la mira directamente. A’iana siente su mirada atravesarla como una revelación de un filo capaz de cortar cualquier cosa. El pequeño niño, siguiéndolo, también voltea hacia ella.
—El destino no juzga o toma lados, sino destruye… —dice el anciano.
El niño comienza a repetir la frase en voz baja. A’iana, casi sin darse cuenta, mueve su boca con ellos.
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