En varios universos, la batalla contra los dioses ya ha comenzado. Con un total de mil pirámides, los maestros han lanzado un contraataque sin precedentes en la historia de la humanidad. Entre todas las pirámides, la más grande, encargada de destruir a la Diosa Eimi, pertenece al maestro Omyahd. Él se dirige personalmente hacia su universo para hacerla pagar.
Después de lo que pareció unos largos minutos, el Dios del poder abre la entrada del túnel hacia el universo “Gran Árbol”.
—Hermanos, prepárense —avisa el Dios mientras se acercan.
Omyahd prosigue a decirles que no permitan que nadie se escape una vez que lleguen al mundo-corazón. Todos se ponen sus armaduras, alistan sus armas y, con un grito de guerra, se preparan.
Una de las que tiene que asegurarse de que lleguen hasta el planeta es Yudhi, quien, ya lista, se coloca en el centro del salón, sobre un círculo que indica ser una plataforma. Pero antes de que se vaya, Magak se le acerca.
—Tenía tantos lugares que quería enseñarte, sitios hermosos que estoy seguro de que te habrían encantado. Tal vez pronto podamos ir a verlos —dice con una sonrisa melancólica.
—Sí, me gustaría. Pronto nos vemos, en nuestro hogar —responde Yudhi, que saca un maní para dárselo a su pequeña amiga—. Nos vemos, tú también.
Incapaz de contenerse más, Magak la abraza, sorprendiéndola. Ella simplemente inclina la cabeza sobre su hombro y le devuelve el abrazo. Mientras permanecen así por un momento, ella siente la tristeza en su corazón y el dolor cuando su cuerpo tiembla, anticipando lo que está por ocurrir.
Al dejarla ir, el resto le desea suerte con fuertes vítores, gritando su nombre una y otra vez. De repente, el sonido del techo anuncia el momento. Las rocas se mueven, estremeciendo el suelo y las paredes, soltando polvo mientras dan paso a la plataforma que la elevará hacia arriba.
Durante su ascenso, Yudhi se pone a pensar en su vida, en todas las cosas que pudo ver a través del poder de su sentimiento. De haber podido sentir el amor de la vida y el amor de la existencia. Lo que le trae más tristeza no es que su vida está por terminar, sino que no pudo compartir con su querido sentimiento el amor que tenía planeado tener con su mejor amigo. En su corazón se disculpa tanto con Magak y con su sentimiento, que la toma para llenarla de amor, envolviéndola de un calor como un abrazo interno de alguien que va a estar con ella hasta el final, que no importa si algún día se tropieza o se caiga, su compañero nunca la va a abandonar.
Su perfecto sentimiento no se puede comunicar con palabras, pero las dos saben lo que sienten, porque han compartido una vida de arduo trabajo.
—¿Estás lista? —pregunta Yudhi con una sonrisa, a la que su sentimiento responde con la sensación de una cálida brisa—. Hagámoslo entonces.
Conteniendo la respiración, Yudhi cierra su visera y, cuando las últimas rocas se abren, finalmente emerge al exterior. Se encuentra con una inusual y vasta oscuridad mezclada de sombras de personas y animales. Más adelante, se puede ver la entrada al universo de los Dioses, y detrás de ella, una armada de máquinas voladoras los siguen de cerca. Casi todas brillaban como luciérnagas en la oscuridad, pero tres de ellas, por su volumen y forma esférica, parecían más a lunas.
A la entrada hacia el universo Gran Árbol, el Dios del Poder los espera para cerrarla una vez que todos hayan cruzado.
En el momento en que salen, Yudhi se coloca al frente de toda la armada, que también tiene la responsabilidad de proteger la pirámide a toda costa. Una vez listos, avanzan, justo cuando la entrada se cierra con el Dios del Poder deseándoles suerte. Todas las naves y la pirámide aumentan el poder de sus turbinas y comienzan a ganar velocidad, guiadas por “la maestra de los cielos”.
Rápidamente son detectados, y en respuesta los Dioses de la Creación mandan a unos cien guerreros para detenerlos.
El capitán de la pirámide, junto con las demás naves, emite la orden de activar las defensas contra lo que parecía una tarea imposible. Adentro de cada nave, la tripulación ocupa diligentemente sus respectivas estaciones.
Dos “naves-titanes” se posicionan a ambos lados de la armada, mientras que la tercera se coloca en la parte trasera. El resto de la flota rodea la pirámide para ser la última línea de defensa. Esta formidable fuerza, compuesta por mil naves y una tripulación de más de cien mil, está encargada de proteger a los maestros. Sin embargo, el éxito de su misión depende de la maestra Yudhi.
Al ver que solo eran mortales, los Dioses lanzan una lluvia de rayos contra ellos. Estaban seguros de que no iban a poder aguantar, pero de inmediato los rayos son detenidos, cortados en pedazos. Los cien Dioses creen que un Dios desconocido los está protegiendo, pero al observar con más atención, descubren que es un humano con el poder de la perfección. Nunca imaginaron que se enfrentarían contra uno de ellos, y mucho menos adentro de uno de sus propios universos.
Uno de los Dioses comienza a manipular la gravedad de la zona, deteniendo a casi todos. Sin embargo, logran reanudar su movimiento rápidamente. Descubren que las tres enormes máquinas, del tamaño de lunas, tienen la capacidad de influir en la gravedad, lo que permite al resto avanzar. Otro Dios lanza una lluvia de meteoritos contra ellos, pero con la ayuda de las naves y la maestra, los humanos consiguen protegerse.
En el interior de la pirámide, Magak y Maní, a pesar de no poder observar lo que sucede en el exterior, perciben las explosiones de luz que ni siquiera las grandes rocas logran ocultar, pues se filtran a través de los más pequeños agujeros, una señal de que una gran batalla ha comenzado. Esta situación se prolonga durante unos segundos, momento en el que las piedras comienzan a vibrar y posteriormente a rugir debido al estruendo de los ataques. Aunque algunas de las rocas superan las doscientas toneladas de peso, los cimientos tiemblan ante el poder de los ataques.
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