Gracias al acuerdo que hicieron con Biala y Polanof, la armada de “La Leona” logra ingresar al planeta sin que las fuerzas de Petra puedan impedirlo.
Con un número de mil guerreros, Roza desciende en medio del atardecer ante la sorpresa de los habitantes que solo pueden señalarlos sin saber de lo que está sucediendo. Los guardianes de Petra tratan de activar las torres que se encuentran por toda la superficie del mundo-corazón y transportar a los refuerzos. Estas se prenden desde sus fundaciones y lanzan rayos hacia el cielo, pero esto solo dura unos cuantos segundos hasta que terminan apagándose, exponiendo lo que temían: alguien los había traicionado.
Petra apenas tiene cuatrocientos guerreros para defender el evento y su reino, y en cuanto dirige el combate en el cielo, La Leona se tira sobre sus fuerzas como un meteorito de furia y acero que derriba su línea defensiva. Rócemi hace lo mismo, y juntos, logran la victoria.
Solo habían pasado unos cuantos minutos, y sobre el coliseo, con un arma apuntándole el pecho, Petra no puede hacer otra cosa que rendirse.
Mientras tanto, los guerreros de Iris observan la escena. “El Cazador” le pregunta si deben intervenir. Ella, con los ojos fijos en el evento, responde:
—Esto no nos incumbe.
Aun así, sin que lo diga, toma nota de los involucrados. Se hace solo una pregunta: ¿qué tienen que ver ellos con su maga?
Tras tomar a Petra como rehén, la obligan a regresar a su castillo donde la esperan Polanof y Biala. Al verlos, sus ojos se llenan de ira. Su traición es tan profunda que la deja sin palabras por un momento. Nunca imaginó que serían capaces de tal acto.
Está a punto de escupirles un insulto cuando La Leona la empuja con brusquedad, obligándola a avanzar. Los atendientes del palacio protestan, pero sus voces se pierden en el estruendo de las armaduras y armas que los invasores hacen al cruzar cada pasadillo.
Sin perder tiempo, los guerreros de Roza se dispersan para asegurar la torre principal, el estadio y el castillo. En el instante en que terminan, como se esperaba, los refuerzos de Petra finalmente llegan, casi cien mil guerreros, pero ya era demasiado tarde.
—¿Qué quieren? —gruñe Petra, sin detener su andar en dirección hacia el cuarto principal, su trono.
Polanof está por contestarle, abriendo la boca, y en medio de la primera sílaba que suelta, Biala lo interrumpe con el veneno de su voz.
—No te va a costar mucho… solo la mitad de tu reino —dice con una sonrisa que logra cortar la ira de Petra con el filo de un cuchillo.
Petra se detiene en seco.
—¿De qué estás hablando? ¿Qué disparates es eso? ¡Nunca voy a permitirlo! —responde con la voz totalmente ronca, pero antes de poder pronunciar el insulto que le quema en la lengua, siente un otro empujón.
La Leona la obliga a avanzar.
—No dejes de caminar —ordena Roza, sujetándola por la espalda.
Biala se acomoda el cabello con elegancia, disfrutando cada segundo de su humillación.
—La mitad del reino es la garantía que vas a poner para nombrar a alguien como tu embajador más alto.
Al terminar la voz, Petra baja la vista y se queda congelada. A su lado, envuelta en una armadura, se encuentra a alguien a quien jamás esperó volver a ver: Sabari, la nieta de Yusen. También se da cuenta de la presencia de una mortal.
No alcanza a entender qué papel juega aquella mujer cuando esta comienza a presentarse:
—Me hubiera gustado conocerte en otras circunstancias. De todas formas, me llamo Ansaidifel Yudax’yian Quinton —dice Fel, vestida con un sencillo vestido gris y el cabello rubio.
—¿La hija de Iris? ¿Qué significa esto?
Al llegar, todo parecía estar preparado. Varios delegados se acercan, pergaminos y sellos en mano, listos para oficializar la transferencia de los territorios hacia una nueva Diosa. En ese instante, Sabari se coloca frente a Petra, sus ojos encendidos por un fuego frío.
—¿Te recuerdas de mí? —pregunta sin cambiar su estatura de seis pies.
—Así que eres tú la que hizo todo esto. Maldita...
—Veo que sí. Esto es lo que va a suceder. Vas a sellar todos estos documentos y vas a ceder la mitad de tu reino —declara Sabari, indicando con un gesto hacia la mesa. La invita a sentarse.
Petra se mantiene en pie, los puños apretados. Desafiante.
—Si no lo haces en los próximos treinta segundos, destruiré el coliseo con la ayuda de las torres.
Con esas palabras, los labios de Petra se crispan. Sus dientes se aprietan, cada músculo en su cuerpo tenso ante las posibles consecuencias.
—Sabes lo que te pasaría, ¿no es así? Tu ruina total. Veinte segundos.
Los segundos caen al suelo con el peso de enormes rocas. Petra se debate entre su orgullo y la realidad. ¿Se atreverían realmente? El evento de la “Prueba de Sentimientos” es el más sagrado entre todas los Dioses de creación. Si algo le sucediera… ¿qué pasaría con ella?
—Diez segundos…
Un dolor punzante le recorre el cuello como si una sombra invisible le acariciara la nuca con algo helado. Cuando vuelve a tomar consciencia, su mano ya está sobre el respaldo de la silla. Se sienta y agarra la pluma.
—Bien hecho —murmura Sabari.
La Leona se posiciona al otro extremo de la mesa, siempre vigilantea.
Petra continúa firmando, una tras otra, cada página. Trata de leer lo que puede. Todas las cláusulas dicen lo mismo: ella le está entregando sus territorios a la diosa Yusen, la abuela de Sabari.
Al terminar de firmar, Petra permanece en silencio, la mirada clavada en la nada de la mesa, sin ganas de ver a nadie.
—No te preocupes —afirma Fel, la única en el cuarto que le dirige la palabra con algo de amabilidad—. No vamos a tomar tus territorios, a menos que rompas el acuerdo. Sabari de hoy en adelante será tu delegada más alta en los territorios de Iris.
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