Tras terminar diferentes variedades de carnes y una bien larga conversación, Zachin se pasea por la ciudad. A pesar de que su estómago se le ve hinchado, esto no la preocupa demasiado, porque uno de los beneficios de ser un demonio es su buen metabolismo. Aun así, decide caminar un poco más antes de regresar a casa.
Estaba por recordar puntos claves del reporte cuando nota un letrero colgado al lado de una tienda de radios. En él, una pancarta a todo color muestra a una figura con atuendos muy coloridos: capas de telas brillantes, plumas y joyas son solo las primeras que sobresaltan. Sobre la imagen, un título en letras doradas proclama: Vean a la “Canaria del Este”, la gran “Shi’el Lébora”, ganadora de múltiples premios y compositora de canciones sin igual, entre ellas, “Mi querida maga de la maldición”. Véanla en vivo y disfruten de su gloriosa voz este domingo 21 en el “Teatro de Estrellas”. Para más información…
El nombre de la canción le sonaba familiar y si su memoria no le falla, lo había escuchado en Pumas el mes pasado. Junta las piezas y entonces lo recuerda: aquella maga, cuyo nombre tarda unos segundos en aparecer en la punta de su lengua.
—Liyul D’arkan —susurra.
Cuando vuelve la vista hacia la pancarta, una chispa de buena suerte le cruza el pecho. No esperaba tener la oportunidad de ver a semejante cantante. Además de haberle gustado la canción, la ganadora del evento no se fue a una de esas altaneras magas, sino a aquella mujer con la maldición.
Unas horas después, Zachin desciende de la carreta frente a su casa: una elegante construcción de tres pisos, flanqueada por dos árboles altos cuyas ramas dan sombra a la entrada. Arbustos bien cuidados rodean la propiedad, y las flores emiten un tenue aroma dulce bajo el sol de la tarde. Prosigue a entregar unas monedas al cochero, quien se despide antes de partir.
Adentro, las sirvientas dejan de hacer lo que hacían. Todas se apresuran a recibirla, alineándose en la entrada.
Al verlas en fila, Zachin sabe que ha hecho lo correcto, porque no puede evitar sentir desprecio contra los magos y es por eso que cada una de ellas es humana. La más alta de cincuenta y tres años, se llama María, un nombre bastante común entre los humanos. Ella es la única que vive en uno de los cuartos de la casa. La segunda es Juana, de unos treinta y un años; aparte de mantener la casa limpia, es responsable de su maquillaje. Se podría decir que es casi indispensable. La tercera es Yang, una joven que ha viajado desde otro continente. En su tiempo libre, practica lo que llama “el arte del destino”; sin duda, la más curiosa de las tres.
Apenas entra, las tres intentan hablar al mismo tiempo.
—¡Se ve hermosa, como siempre! —Indica María.
—¿Desea algo de comer? —pregunta Yang.
—Buenas tardes —saluda Juana.
Zachin alza una mano para calmarlas.
—Solo prepárenme el baño.
Al instante, las tres salen casi corriendo, apuradas por traer la leña, calentar el agua y colocar las toallas limpias. Estuvo a punto de decirles que no se apuraran tanto, pero ya habían desaparecido por el pasillo.
Sube las escaleras hacia su habitación, deseando remojarse por un buen rato. Una vez adentro, enciende una lámpara de aceite, que baña la habitación en una luz cálida, y se sienta frente al espejo. Con una servilleta, comienza a quitarse el maquillaje.
Cierra los ojos mientras borra el tinte dorado de sus párpados y pestañas, y sus pensamientos regresan a la conversación que tuvo con el agente. No quieren simplemente que asesine a la princesa. Quieren que lo haga en un momento específico: cuando la otra maga, que posee la nueva bendición, haya ascendido en poder. Ese detalle le da vueltas en la mente. Lo que nadie sabe, ni siquiera ella por completo, es que algunos de los funcionarios de aquella maga están colaborando en secreto con Pumas.
Cuando termina con los ojos, limpia su frente con otra servilleta fresca. Otra cosa importante que el agente le reveló fue la pérdida de Quinton y todos sus aliados en esa región. Sin embargo, al menos el conflicto los ha dividido por el momento.
Todo eso significa que van a depender aún más de ella, lo que podría resultar en su muerte si fallara.
Aprieta los puños con fuerza y se recuerda a sí misma el propósito de sus acciones: su gente. Ella es la única que puede ayudarlos. Es por ellos que lucha, por construir un nuevo reino exclusivamente para los demonios. Pero primero necesita el sello; sin embargo, la idea de depender de alguien como Sol’yudax, de ejecutar sus despreciables maquinaciones, le resulta repugnante. Lamentablemente, ella es la única que puede ayudarla y la razón por la que terminó en Pumas.
—Pero si piensas que voy a usar a su hija, te equivocas —murmura, mirándose al espejo—. Nunca.
A pesar de no haber tenido hijos, se convence de que usar a una bebé es lo más bajo que un ser consciente podría hacer. Cada vez que piensa en la imagen de una madre abrazando a su hija, una parte de ella le suplica que renuncie, que se detenga. Entonces, un brillo rojo que primero aparece al borde de sus Iris, termina consumiéndolos, revelando su verdadera emoción. Al verse con esos ojos, no puede seguir mintiéndose.
No importa cuántas veces se diga que lo está haciendo por su gente. La verdad es que lo hace por ella misma, porque sigue deseando lo que perdió. Cierra los labios hasta hacerlos temblar, y sus dientes chirrían con la tensión. No puede olvidar la traición que recibió.
De pronto, suena la puerta.
—¿Quién es? —pregunta, apresurándose a borrar el brillo de sus ojos y devolverlos a su tono café habitual.
—Señorita “Yíduit”, su baño está preparado. ¿Desea algo de tomar? —avisa María desde el otro lado de la puerta.
—Una bebida ligera de granadía con alcohol.
—Claro que sí.
Zachin escucha los pasos alejándose por el pasillo. Suspira con suavidad y se deja llevar por otros pensamientos mientras se pone su traje de baño. La tela, al contacto con la luz de la lámpara, revela más de lo que cubre. Otra cosa que había tratado de reprimir durante mucho tiempo ha comenzado a resurgir estos últimos días. En términos de demonios, sigue siendo una joven, de apenas sesenta años, y si nada grave le ocurriera, podría vivir entre trescientos y quinientos años más.
Pasa la mano lentamente sobre su seno, bajándolo hasta su vientre. Su cuerpo ha comenzado a exigirle que comience a pensar en una familia. La pregunta es si llegará a conocer a alguien con quien compartir esa etapa de su vida.
No necesita que sea un rey, ni alguien de renombre. Lo que desea es que sea fuerte e inteligente. No hace falta que sea el más apuesto, aunque no estaría nada mal. Musculoso, para que pueda sostenerla sin esfuerzo. Tal vez con un cabello tan hermoso como el suyo, de ojos intensos… negros o quizás claros, como el hielo derritiéndose. En cuanto dibuja en su mente la silueta de ese compañero ideal, una imagen se le viene: la de aquel hombre que vio hace unos meses.
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