Sin saber que su vida corre peligro, sostenida en las manos ensangrentadas de Éfirus, un futuro se manifiesta en el corazón de Cálida, uno donde cada uno de nuestros guerreros fueron derrotados. Las tinieblas de la desgracia y el horror se disipan para revelar la consecuencia de haber querido desafiar al Destino.
El pequeño cuerpo de Cálida, desnudo y frágil, yace sobre los huesos y los restos de incontables guerreros que se extienden hacia un horizonte infinito que solo puede contar de una guerra que no es posible ganar.
Aunque ha vivido por más de un billón de años en el cuerpo de una niña, atrapada en los sueños dulces de amigos, de familias, de personas que nunca existieron, una voz ha comenzado a llamarla. Pensando en su nombre, comienza a abrir los ojos.
Lo primero que ve es un cielo sin color y sin vida. Las espesas nieblas que se mueven a gran lentitud lo cubren todo, impidiendo que cualquier tipo de luz las atraviese. Cuando se incorpora y gira para observar su entorno, descubre que todo está tan desolado como el cielo, y al sentir algo frío bajo la mano, baja la mirada.
Sus ojos se posan en el objeto que levanta con las manos, y al acercarlo poco a poco, lo suelta de inmediato al ver que es el cráneo de una persona. El pecho se le agita por el horror que empieza a atraparla por dentro, porque se da cuenta de que a todos lados el suelo estaba cubierto de huesos, de guerreros que parecen haber luchado una gran batalla.
Se pone de pie con torpeza y retrocede, observando cómo las cabezas parecen mirarla, como si intentaran decirle algo.
—Dejen de mirarme —suplica Cálida justo antes de tropezar con algo.
Frente a ella se encuentra el cuerpo de un hombre. Su torso había sido partido en dos, con manos que intentaron sostener las entrañas que de seguro le dieron un horrible final. Ella se arrastra para salir de allí, pero al retirar su mano, la del guerrero se enreda con la suya, produciendo crujidos de huesos.
—Suéltame, déjame ir —grita.
La mano no la suelta, por el contrario, se aferra con más fuerza alrededor de su muñeca. Cálida forcejea, luchando con todas sus fuerzas hasta que, con otro grito, logra liberarse arrancando el brazo entero del cadáver. De inmediato lo tira y, sobándose la mano, se pone de pie.
Con tristes ojos, intenta decidir hacia dónde ir, pero todo parecía ser igual. Los campos de cuerpos no tenían fin, hasta que ve algo diferente: una pequeña luz, que parecía ser su imaginación cuando se desvanece. Se queda quieta sin moverse, esperando con los labios que se esconden en su boca, hasta que otra vez la vuelve a ver.
Algo contenta, mueve sus piernas en dirección a ese lugar, porque tal vez esa luz sea lo único vivo en todo este mundo. Lo malo es que está tan lejos que no sabe cuánto tiempo le tomará alcanzarla.
Antes de continuar, se inclina junto al cuerpo de un niño tendido al lado de alguien que quizás fue su madre o su padre. Con cuidado, toma sus prendas: un pantalón azul, una camisa blanca, un gorro de lana deshilachado y unos zapatos gastados. También agarra el abrigo que fue usado para protegerlo del frío, que lo sacude y se lo pone encima.
Una vez vestida, se pone a caminar, tratando de no mirar demasiado a los cadáveres. Aun así, siente las miradas que parecen seguirla.
Avanza durante un buen rato con la idea, cada vez más firme, de que tal vez es la única que queda, cuando de pronto, algo se mueve a la distancia. Una figura bien pequeña se escurre entre los cuerpos y se lanza adentro de su escondite. Apenas lo había visto y su reacción es inmediata: echa a correr, sosteniéndose la ropa que amenaza con resbalarse de su cuerpo.
Estaba segura de haber visto algo. Frente al hueco, se agacha con cuidado y mira la abertura, pero solo consigue ver la oscuridad. Piensa por un momento, y aguanta la respiración para acercar su oído, esperando algún sonido, algún indicio de vida, pero no escucha nada. Con el corazón exaltado, se remanga y mete la mano en el agujero. Sus dedos tantean la tierra suelta, chocan con huesos, buscando cualquier cosa.
Los minutos pasan hasta que la decepción empieza a ahogarla otra vez. Se dice que tal vez fue su mente, que tal vez el silencio está empezando a jugarle trucos. Suspira, resignada, y al levantar los ojos con la cara sucia y cansada, lo ve.
Una criatura peluda la observa desde unos metros. Tiene dos bolas negras por ojos en lo alto de la cabeza y una nariz pequeña que le resulta tan simpática que le provoca atraparla.
Se queda quieta. Lo observa, intentando no asustarlo, después comienza a gatear lentamente. «No te vayas, soy una amiga», trata de decirle con la mirada, esbozando una sonrisa de alivio por no estar completamente sola. Ya cerca, lo ve mover los labios y los bigotes, lo que hace que Cálida se apresure. A solo unos pasos, ambos se detienen. Se miran. Uno parece listo para correr; la otra, lista para saltar.
—¿Qué haces? —pregunta la criatura.
Los ojos de Cálida se abren junto con su boca. No puede creer lo que ha escuchado.
—¿No me vas a responder? ¿Quién eres? ¿De dónde has venido? —insiste la criatura, mientras se limpia una oreja con su brazo.
—Puedes hablar… —comenta Cálida mientras se sienta lentamente—. Yo soy Cálida. ¿Es esto un sueño?
—Gusto en conocerte. Mi nombre es Maní, y no, esto no es un sueño. Esto es real.
—¿Qué es este lugar? —pregunta Cálida, acercándose a Maní para que le acaricie la cabeza.
—Este es un santuario —responde Maní, apartando la mano de Cálida de su cabeza.
Cálida desvía la mirada hacia la pequeña luz en el horizonte, luego, vuelve a acariciar la cabeza de Maní.
—Santuario… —repite Cálida, arrugando el rostro de confusión.
—Sí. Una Diosa lo creó hace mucho tiempo para alguien muy especial.
—¿Una Diosa? ¿Y quiénes son todos estos cuerpos?
Maní guarda silencio por un momento. Mira hacia el cielo opaco y, con voz triste, responde:
—Son todos los que lucharon al lado de un gran guerrero —responde Maní, que une sus manos para dar su gratitud.
—¿Y tú? ¿Qué haces aquí? —inquiere Cálida, mientras su mente empieza a divagar en la necesidad urgente de encontrar algo de comer.
—El Quinto nos trajo aquí —responde, bajando la voz—. No hay otro lugar seguro. Al final, nuestros guerreros no pudieron ganar. Y los monstruos... no van a detenerse hasta destruirlo todo.
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