Pasos hacia el Destino

Capítulo 99, La tormenta se acerca

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En cuanto cruza las piernas, con la mirada perdida en dirección al imponente palacio de la familia Pacifi, Zachin lleva la taza a los labios y bebe un poco de su té caliente. El aroma le trae a la mente el recuerdo de la princesa. Ya ha pasado una semana desde que se conocieron, y podría decirse que están empezando a hacerse amigas, porque a solo dos días del concierto, ella le envió una invitación para visitarla, extendida también a Juana.
Sienta la taza para acomodarse su sombrero.
Sabe que la han estado investigando. El otro día, mientras compraba un par de trajes de baño, dos personas la siguieron por la ciudad. No fueron simples agentes de Encan; está segura de que debieron ser los guardianes imperiales de Xhaln. Admite que fueron muy buenos, hasta lograron burlar sus defensas por al menos cinco minutos, pero al final, sus instintos los revelaron. No debería sentirse mal, sin embargo, esos cinco minutos pudieron costarle la vida si hubieran sido asesinos.
A este momento, ya deben saber todo acerca de su pasado o mejor dicho la de Yíduit. Suelta una risa al pensar en los documentos que debieron haber escarbado para encontrar alguna irregularidad. Pero al igual que ellos, los agentes de Pumas son expertos, hasta se diría que son incomparables en falsificar y producir cualquier tipo de papeles necesarios para crear una identidad de la nada.
Ante los ojos de esta ciudad, ella no es más que una mujer bella y amable, proveniente de una familia privilegiada, en busca de su independencia. Por eso ha pasado la mayor parte del tiempo en las calles, asegurándose de que todos conozcan bien a Yíduit Vianlinet. Así, si alguien los interroga, podrán decir que la han visto, y que no es más que una mujer generosa.
—Yíduit Vianlinet —dice Zachin, observando el cielo despejado desde la mesa de su balcón.
Cada vez que repite ese nombre, una pequeña parte de ella hubiera querido ser como esa mujer, sin preocupaciones o deberes. Lo curioso es que podría hacerlo si realmente lo quisiera. Yíduit no es solo una maga de la familia Vianlinet, con raíces en el continente de “Roshan”. También lleva consigo los deseos de su madre, quien sueña con verla convertirse en alguien influyente adentro de la corte. Su padre, siendo un buen mago, le enseñó el arte de la espada de fuego, no solo para que pudiera protegerse, sino también para que protegiera a quienes ella ama.
Zachin suelta otra risa al pensar en lo meticulosos que son los agentes de Pumas.
Ayer recibió noticias: la nueva maga con la bendición de Xhaln está por proclamarse como una nueva Emperatriz y partir un gran pedazo del imperio para independizar su nación llamada “Deiris”, que no solo lleva su nombre, sino que aspira a convertirla en la más importante de todo el continente. Si los informes están correctos, el próximo mes va a comenzar la tan anticipada guerra civil, y así paralizar todos los tratados existentes de esa nación.
Eso no significa que va a tener que eliminar a la princesa en el instante en que todo estalle, sino cuando la emperatriz de Xhaln esté totalmente absorbida por la lucha de su imperio. Ese será el punto exacto para asestar un golpe definitivo y destruir su casa por completo. Después de que eso suceda, finalmente Pumas va a poder conquistar a todas las naciones que no doblen las rodillas.
En que se pone a agarrar la taza, el viento juega con sus mechones y contempla la forma en que va a acabar con Isabel. Una de ellas es traspasarle el corazón, rápido y limpio, para no hacerla sufrir demasiado.
—¿Mi señorita? ¿Desea otra taza de té? —pregunta María, asomando la cabeza por la ventana.
—Gracias, pero ya he terminado —responde Yíduit, poniéndose de pie mientras estira los brazos—. Voy a caminar por un rato. Prepárame una camisa y bermudas.

—Sí, por supuesto, señorita —exclama María cerrando la ventana.

Una vez lista, sale por la puerta trasera de su casa y se encuentra con Yang practicando lo que llama el arte del destino. La joven lanzaba puñetazos firmes al aire, rápidos y precisos, pero nada fuera de lo común.
—Hola, ¿qué estás practicando hoy? —pregunta Yíduit, deteniéndose a observar, esperando que Yang termina su serie de golpes.
—Hola, señorita Vianlinet —responde Yang entre respiraciones profundas—. Esta es una técnica llamada “Doble Puño”, creada recientemente por nuestro gran maestro.
—¿Doble puño? —repite Yíduit.
—Sí, esta técnica te permite usar un solo ataque para romper la defensa y golpear tu objetivo, en este caso los puntos más débiles del cuerpo —explica Yang, lanzando otro puñetazo más lento para que vea cómo su brazo baja la velocidad para que la suba después.
—Lo veo; el ataque en sí consiste en empujar a un lado la defensa y usando lo que queda del impulso, golpeas a tu oponente. En concepto es interesante, pero en práctica es muy difícil de usar. El problema son las muchas variables que pudieran salir mal, en especial por el limitado tiempo que puedas tener durante el combate, a menos que puedas adivinar lo que el oponente va a hacer.
—Precisamente; debes ser bien fuerte. Nuestro maestro de Astra mencionó algo parecido, que no es un ataque que lo puedas usar al principio de una pelea, pero uno que puedes usar en un momento clave.
En cuanto escucha el complemento, Zachin finge bochorno y para cambiar la conversación le pregunta otra cosa.
—¿Gran maestro de Astra? Pensé que la escuela del... arte del destino provenía de tu tierra.
—Allá aprendí la base de su teoría —explica Yang, acomodándose la cola de su cabello—, pero fue en este continente donde nació “el arte de la perfección”, gracias al maestro “Pharas Lutao”.
—Ah, ya veo. Dices que aprendiste el arte de la perfección. ¿Podrías explicármelo? —pregunta Yíduit, acercándose más, con honesta curiosidad.
—Sí, por supuesto —dice Yang con una sonrisa, invitándola a que siga sus movimientos bajo el calor del sol.
Yang respira profundamente, y cuando Yíduit la imita, ambas llenan sus pulmones con aire fresco antes de soltarlo lentamente. Comienzan a mover los brazos, estirando cada fibra de sus músculos.
—Me tomó mucho tiempo entender el significado del “arte del destino” o lo que otros llaman “el arte de la perfección” —explica Yang mientras estira el torso hacia un lado—, pero básicamente se trata de encontrar un momento… uno perfecto, que pueda ayudarte a usar un poder que todos tenemos. Se dice que con ese poder, puedes crear ataques que no pueden ser detenidos. Cuando era niña, escuché a una mujer hablar sobre un poder imposible de alcanzar, pero que aun así, nos llama a intentarlo.
—No es la perfección… una ilusión —comenta Yíduit, siguiendo sus movimientos de pies.
—Mis padres piensan lo mismo. Mejor dicho, todos los que conozco dicen: que la perfección no existe, porque hasta los Dioses cometen errores. Anduve muchos años con el mismo pensamiento, hasta que un día, mis amigos y yo vimos a un hombre demostrar que la perfección sí existe y que vive en todas partes en forma de un sentimiento. Lo que hizo ese hombre ese día superó todas nuestras expectativas —revela Yang, deteniéndose. Luego, da un paso hacia Yíduit y baja la voz—. Por favor, cierra los ojos. Quiero que visualices algo que te costó mucho conseguir. Algo que tomó tiempo, dedicación y mucho esfuerzo. Manténlo ahí, en el centro de tu mente.
Lo primero que aparece en la mente de Yíduit es lo que representan las incontables horas de práctica, el dolor en los dedos, las heridas y las derrotas, al igual que las victorias. Ve su espada y sosteniéndola en sus manos.
—Haz que esa imagen represente todas tus emociones —continúa Yang con voz media pausada—. Siente el agotamiento, el dolor en tus músculos y el sudor en tus ojos. Recuerda los momentos en que pensaste rendirte… pero no lo hiciste. No sueltes esa imagen. Ahora, imagina a otro haciendo lo mismo, repitiendo tu esfuerzo, sudando, luchando sin rendirse. Ahora imagina a dos personas haciendo lo mismo… a cuatro… a diez… a cien. A tantas que es imposible contarlas. Siente el calor de todos ellos, siente el poder que los rodea; sé parte de ese esfuerzo que no puede ser destruido.
Zachin no esperaba sentir nada en particular, pero lo inesperado ocurre: por un instante, bien breve, lo siente. Cuando abre los ojos, se pregunta si solo fue su imaginación.
—¿Pudiste sentirlo? —pregunta Yang, observándola con atención.
—No lo sé... pero creo que sentí algo —responde un poco agitada.
—De acuerdo con nuestro maestro, todos formamos parte de un mismo destino. Y el esfuerzo, sin importar cuán pequeño o grande que sea, puede ser compartido. Lo importante es aprender a comprenderlo… y ayudar a quienes lo necesitan. Porque el mejor esfuerzo, el que más te acerca al arte de la perfección, es el sacrificio por los demás.
—Eso es… bello —dice Yíduit, descansando los brazos—. ¿Y tú lo crees? ¿Crees que somos parte de un destino?
—Para mí es más que posible —responde Yang con una leve sonrisa—. Incluso he oído que estamos hechos de cosas tan pequeñas, que ni siquiera podemos verlas.
Zachin no solo puede ver, también puede sentir su convicción.
—Tienes un buen maestro —comenta.




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