Pasos hacia el Destino

Capítulo 100, La usurpadora

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A solo unos pasos de entrar al gran salón, los demás se quedan en silencio, dejando que los guerreros de la usurpadora entren, llenando el lugar de sonidos metálicos hechos por sus pesadas armaduras y armas. Los magistrados, adornados con sus insignias de mérito, las docenas de amos vestidos con sus extravagantes trajes de príncipes y princesas, los once generales que portan los once escudos de la emperatriz y los cuatro guerreros más poderosos leales a la corte de Olyudax fijan sus ojos en Ríos. Algunos se inclinan hacia los oídos de sus vecinos, susurrando sobre las posibles consecuencias de la presencia de aquella hija del universo.
Ríos sabe muy bien que su presencia en este lugar es peligrosa por la simple razón de que está a punto de desafiar a una de las emperatrices más temidas del continente, pero también sabe que tiene que hacer esto. Sus aliados no la van a seguir si no demuestra que es una mujer dispuesta a pelear, tanto en el campo de batalla como aquí en el castillo de Olyudax en frente de su corte.
Al llegar al centro del salón, protegida por sus propios guerreros, consejeros y Prorian, se detiene sin pronunciar una palabra. Permanece ahí haciendo lo posible por mantener su agalla y su mirada en Olyudax, que por su parte tenía unos ojos que le pertenecían más a un animal depredador, como si en cualquier momento fuera a lanzarse contra ella.
Pasan los segundos y el murmullo incrementa entre los presentes, hasta que uno de los magistrados de la emperatriz rompe el silencio:
—¡Deberían postrarse y mostrar respeto ante la Emperatriz de Xhaln!
Olyudax que no dejaba de agitar su pecho con los fuertes respiros que suelta, casi no podía creerlo. Jamás imaginó que Ríos tuviera la osadía de semejante desafío. No solo se ha proclamado una emperatriz: ha declarado abiertamente su intención de fundar un imperio en las tierras de Xhaln. Hasta ahora tenía la esperanza de poder controlarla; convertirla en una ama más bajo su dominio, pero esa ilusión se ha desvanecido. Esta noche es la última oportunidad que le va a dar a esa usurpadora, porque después de hoy, no se va a detener hasta destruir a todos los traidores que se unan con ella.
—Yo no vine a postrarme ante nadie —declara Ríos, haciendo que resuene su voz en los muros decorados de vibrantes colores de leones matando su presa. Para continuar, se quita su casco y lo sostiene a un lado—. Vine aquí para obtener las tierras que se me deben. Exijo que se me entreguen las zonas de “Kanaán, Pekash, Romodo y Tukia”. Tierras que durante años han sido olvidadas por la corte y sus amos.
Ríos da otro paso hacia el trono con el rostro que deja de pestañear y un cabello castaño que se levanta desde su espalda por el aura de su poder.
—No solo voy a ser la más fuerte de todas las emperatrices. Voy a fundar una nación que se convertirá en una de las más prósperas y ricas del continente —proclama Ríos volteando hacia todos.
—¿Cómo te atreves a hablar de esa manera? —protesta uno de los amos, estirando la mano hacia Olyudax—. No eres nadie para exigirle a la Emperatriz ni a su gente. No eres más que una forastera usurpadora.
Ríos gira lentamente hacia el hombre y sus ojos verdes encendidos por el poder del universo se encuentran con los de él, que de inmediato se calla, tragándose cualquier crítica que quedara en su lengua.
—Ten mucho cuidado con tus siguientes palabras —advierte Ríos con voz de gruño.— No voy a permitir que alguien me insulte dos veces.
—Por favor —interviene Prorian que se mueve al lado de Ríos, vistiendo una armadura con los colores de la naciente emperatriz: verde oscuro y negro—. Tenemos que hablar con calma. No hay necesidad de comenzar estas conversaciones con insultos o amenazas. Estoy seguro de que podemos resolver esto como personas dispuestas a llegar a un acuerdo, por el bien del pueblo y el futuro de nuestras naciones.
—Este imperio no necesita otra emperatriz —comenta una ama del sur, cruzando los brazos sobre su pecho—. Mucho menos que sea dividido. Solo el acto de reunir un ejército contra la corte es una declaración de guerra contra toda la nación.
Antes de que Ríos pueda responder, Prorian coloca una mano sobre su hombro, que la invita a mantener la calma.
—Tal vez eso haya sido cierto durante un largo tiempo —responde él quitándose su casco—. Pero una maga con la bendición ha aparecido afuera de la casa de la familia Okena y todos aquí sabemos lo que eso significa. Ella tiene el derecho de reclamar tierras y gobernar como una emperatriz. Lo único que pedimos son territorios que le permitan prosperar. No buscamos ser los enemigos de Xhaln, en vez queremos fundar una nación hermana…
Pero sus palabras se cortan ante el sonido de una pesada armadura que se pone de pie.
—¡En ninguna circunstancia voy a permitir que mi nación pierda ni un centímetro de su territorio! —ruge Olyudax, cubierta por su armadura que, con sus seis pies y ocho pulgadas de altura, parece tan radiante como su propio cabello dorado. Escucha bien: estás en tu derecho de intentar tomar la nación por la fuerza. Pero si lo haces, te enfrentarás a mí, y no me detendré hasta acabar contigo con mis propias manos. Eso va para todos los que elijan luchar a tu lado.
Apenas pronuncia esas palabras, el cuerpo de Olyudax se envuelve en un aura dorada que ilumina el salón entero. El resplandor rebota en los muros y las columnas adornadas de plata, hasta ilumina los rostros de las personas que lentamente retroceden por lo que pudiera ocurrir. Pero entre todos ellos, solo Ríos se mantiene en su lugar.
—Si así es, no hay más que decir —dice Ríos mientras su mano se cierra alrededor del pomo de su espada—. Veo que las dos estamos destinadas a enfrentarnos.

Al desenvainar su arma, la sala entera tiembla. Las paredes vibran, el techo cruje con los cimientos haciendo lo posible por mantenerlo arriba y los guardianes de Olyudax reaccionan, materializando sus armas. Y en un parpadeo, Ríos y sus guerreros desaparecen cuando ella clava su espada en el suelo.

Lejos de la capital imperial de Xhaln, “Axialas”, el aire se distorsiona por un instante antes de que Ríos, Prorian y el resto de sus guerreros aparezcan en una colina bajo la luz de las estrellas y un impresionante barco que se mantenía en el aire cargando la nueva bandera de “Deiris”.
—Eso sí que no duró mucho —comenta Prorian, girándose para verificar si han sido seguidos—. De todas formas, hiciste un buen trabajo, mi emperatriz. Muy pronto todos se darán cuenta de que nuestras fuerzas serán más que suficientes para tomar los territorios que deseas.
Tres de los siete generales leales a Ríos se aproximan desde el aire. Uno de ellos, el genio humano “Lonka Phong”, aterriza con su dragón y, al reunirse con su ama, le informa lo siguiente:
—Varios de los amos han traído a sus tropas y sus barcos. Solo falta implementar el arma y vamos a poder cortar las fuerzas de Olyudax.
Ríos asiente, sin apartar la vista del horizonte. A lo lejos, la capital imperial se alza, envuelta por un enjambre de luces y miles de inmensos barcos voladores.
—¿Cuánto tiempo tomará desplegar el arma? —pregunta, sin girarse.
—Por lo menos una semana —responde Prorian—. Suficiente para que todos nuestros aliados se reúnan con nosotros. Pero antes de eso… tendremos que escoger los lugares adecuados para probar el arma y su potencial.
Su voz se corta al notar algo en el rostro de Ríos. Ella no responde de inmediato, como si su mente estuviera en otra parte.
—¿Nos podrían dar un momento? —pide finalmente Ríos.
Los generales y guardianes obedecen, dejando a su emperatriz y a Prorian.
Una vez que el resto se aleja, los dos se despojan de sus armaduras. Estas se evaporan en el aire, dejando sus ropas simples: la túnica de un fiel consejero y un vestido de color blanco que llegaba hasta los tobillos.
—Tú me has seguido desde el principio, incluso cuando parecía que mi bendición no iba a llegar —avisa Ríos, girándose para mirarlo directamente. Sus ojos verdes claros se clavan en los de él, de color azul, que apenas se distinguen por la tenue luz de su barco volador, “Angloria”.— Lo que quiero saber es si estás de mi lado… o del lado de Pumas.
El viento sopla más fuerte entre los árboles, levantando los mechones de ambos.
—Por supuesto que estoy de tu lado —responde—. Siempre he estado de…
—Dime la verdad —interrumpe Ríos, tratando de ver si le estaba mintiendo.
Prorian se pone a pensar por unos segundos hasta que decide congelar el mundo. Para él sería muy difícil explicarle la razón de su existencia, de las emperatrices, de las magas o incluso la de todos los mortales. Pero los ojos de Rios le demandaban la verdad.
—¿Te acuerdas de la historia de los primeros? —pregunta Prorian, que se le acerca un poco más.
Un poco confundida, responde que sí, que los primeros, de acuerdo con las historias que le contó de pequeña, eran los Dioses de la primera época.
—Para no ir en muchos detalles, la Diosa Iris es una Diosa de creación y la más fuerte entre todas ellas. Y su deseo es convertir a las magas en las nuevas herederas del poder de la complejidad. Lo que tú y Sol están por hacer, es su voluntad.
Ríos se asusta cuando se da cuenta de que las hojas y las ramas de los árboles habían dejado de agitarse, incluso sus guerreros parecían estar congelados en el aire.
—¿Qué eres? —pregunta con el aliento agitado, mientras sus ojos recorren el paisaje antes de voltear hacia él.
Ante ella, Prorian cambia. Sus ojos se tornan dorados, hasta su piel parecía estar cubierta de un polvo de hielo. Desde que tenía nueve años, él ha estado junto a ella. Fue su guardián y su guía, prometiéndole que algún día se convertiría en emperatriz. Le ofreció algo más que protección: le dio el consuelo de alguien que de verdad se preocupaba por ella.
—Tu leal sirviente —responde, recordando los días en que ha estado al lado de ella—. Soy un ángel… tu ángel.
Sus ojos dorados la atraviesan de tal forma que ella no podía negar la veracidad de sus palabras.
—¿Mi ángel? —repite, intentando recordar el primer día que se vieron.
Da un paso hacia él. Sus dedos tiemblan mientras alza la mano para tocar su rostro, queriendo asegurarse de que es uno de verdad.
—Como hija del universo, tienes el poder de cambiar el destino de todos —informa Prorian—. Y porque estás cumpliendo el deseo de Iris, mi vida te pertenece.
Ríos baja la mirada. Hay muchas preguntas ardiendo en su mente, pero lo que su corazón necesita saber se escapa de sus labios antes de poder contenerlo.
—¿De qué lado estás?
Su corazón se paraliza en cuanto espera la respuesta. Por un momento, el silencio se vuelve absoluto.
—Del tuyo y nadie más. Y te puedo asegurar otra cosa: siempre vamos a estar juntos, si eso es tu deseo.




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