Pasos hacia el Destino

Capítulo 102, Las amigas

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Después de la explosión de luz, algunos guerreros se encontraban en el suelo, con la mayoría preguntándose qué había ocurrido tanto con preguntas como con expresiones de miedo que buscaban respuestas. Incluso la emperatriz, sentada, se aferra la cabeza con ambas manos sin ser capaz de aliviar su dolor. Entonces, un grito los hace voltear en dirección hacia Isabel.
Ella se hallaba en el suelo, sosteniendo el cuerpo de Juana y los que se mueven para ayudar rápidamente se dan cuenta de que algo raro le había ocurrido a sus poderes.
—¡Ayúdenme! —clama Isabel con sus dedos temblorosos—. ¡Aguanta, Juana, aguanta!
Una daga hecha de piedra en forma de colmillo y una empuñadura de cristal se había clavado en el pecho de Juana, que para el terror de Isabel, no dejaba de pintar el vestido de su amiga de rojo. Los magos guardianes que intentan usar sus poderes son derribados de inmediato. Parecía que la luz que los asesinos usaron era capaz de cancelar la magia.
Por suerte, Eucalis pudo despachar a la pareja antes de que pudieran causar más daño. Para ayudar, se arranca un trozo de tela del traje y se lo entrega a Isabel.
—Escucha, voy a necesitar que pongas bastante presión cuando saque la daga —ordena con unos ojos que le asegura que esto va a funcionar.
Los dedos de Eucalis se cierran sobre el pomo y de un tirón retira el arma, lo que hace que Juana pegue un grito que una mujer no debiera producir. Solo por un momento Isabel se congela, pero mordiendo sus dientes procede a poner presión en la herida con todas sus fuerzas.
—Háblale y no dejes que se duerma —le indica Eucalis antes de levantarse.

Él se dirige hacia la puerta, y Riyi lo sigue. Al salir, se topan con un pasillo cubierto de cuerpos inconscientes y otros tambaleantes que intentan mantenerse en pie.

Mientras tanto, Yíduit permanece inmóvil, clavada en su lugar. Sus ojos abiertos reflejan su total incredulidad, pues en su mente, la escena se repite.
Después de la explosión de luz, observa cómo el hombre y la mujer avanzan hacia Isabel; ambos portan dagas. En ese momento, no esperaba sentir un gran alivio. Aunque eso significara el fracaso de su misión, la verdad es que era preferible que Isabel muriera a manos de otros y no de las suyas. Por lo tanto, decide dejar que suceda lo que tenga que suceder.
A solo unos pasos de que Isabel pierda la vida, ella se percata de que el resto de los magos no pueden intervenir. Sin embargo, el hombre que creía que se había lanzado por ella termina matando a uno de los asesinos. En la siguiente fracción de segundo, la asesina restante parecía que iba a lograrlo.
En su interior, le pide perdón. No esperaba sentir una extraña punzada de culpa por alguien que se había convertido en la amiga de su disfraz, de la mentira que ella había tejido. Se fuerza a recordar que las magas odian a los demonios y que, si Isabel supiera su verdadera identidad, la despreciaría como todos en este mundo.
En sus pupilas, aquella arma descendía directo al corazón de la princesa. Y, a solo unas pulgadas de alcanzarla, alguien que no creía que tuviera las agallas de impedirlo, interviene. Usando todas las fuerzas de sus brazos, Juana termina empujándola al suelo para tomar su lugar.

Todo eso ocurre en un par de segundos donde el misterioso hombre termina con la asesina también. Pero lo que más la impacta es el sacrificio de una humana que había decidido entregar la vida por alguien que apenas conoce. Se pregunta si realmente una amistad tan breve puede convertirse en algo real.

Luchando con lo que le queda, Juana escucha cómo Isabel gritaba por ella.
Ella siempre ha sido una mujer trabajadora. Tiene una familia: un hijo de doce años y un esposo que trabaja en las granjas. Aunque su vida es tranquila sin necesidades, algo en su interior la ha impulsado a soñar. Durante un tiempo intentó ser costurera de vestidos, pero la verdad es que ninguna humana puede competir con magas que crean telas perfectas en cuestión de minutos. También probó con la escritura, pero su imaginación limitada y su educación básica de apenas cinco años —lo normal entre humanos— le dejaron claro que personas como ella difícilmente llegarían lejos.
Así ha vivido durante años, abandonando uno por uno los sueños que alguna vez tuvo, hasta que un día, por casualidad, encontró un libro de maquillaje tirado en la basura. Eso ocurrió hace dos años, y desde entonces ha practicado casi a diario.
Entonces, su primera oportunidad llega en forma de una bella mujer que la invita a su casa para probar sus habilidades. Ese primer día, con los nervios de punta, en frente de su cliente con los ojos cerrados se prepara. No es exageración decir que su pecho no dejaba de saltarse durante todo el proceso. Aunque había practicado con varias de sus amigas, no era lo mismo maquillar a alguien que podría destruir sus sueños con una sola palabra. Con las manos manchadas de colores y aferradas a su corazón, termina el trabajo. La mujer prosigue a mirarse en el espejo por lo que parecían ser los más largos segundos de su vida, y en que esperaba lo peor, su sonrisa le da lo que siempre había buscado; satisfacción de haber logrado algo con mucho esfuerzo.

Pensando en su familia, al borde de la muerte, un pensamiento la atraviesa: Si tan solo hubiera durado más tiempo…

Isabel grita otra vez al sentir que su amiga se le va, al verla cerrar los ojos en sus brazos.

—¡No! ¡Lucha! ¡No cierres los ojos! —suplica, mientras su cuerpo entero tiembla y las lágrimas le nublan la vista—. Por favor… lucha…

En medio de la conmoción, Eucalis regresa con una máquina que permite a los magos recuperar sus poderes gradualmente. Lo que pocos sabían en ese momento era que la daga contenía veneno, y que Riyi, al cruzar la entrada, ya había elaborado un antídoto. Los dos, junto con los magos, se ponen a trabajar.

Tras unos cuantos y tensos minutos, Isabel ve a su amiga abrir los ojos de forma lenta, que contienen el brillo de alguien que ha regresado de la muerte.
—¿Qué… ha pasado? —susurra Juana, mientras lágrimas descienden sobre su rostro.
—Qué bueno que todavía estés con nosotros —responde Isabel, abrazándola con fuerza.




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