Ya han pasado siete días desde que Cálida ha llegado al oasis del santuario y aunque no hay muchas cosas que hacer, Maní y ella se han mantenido ocupadas en descubrir los secretos del lugar. Una de ellas es que este lugar se mantiene iluminado por una rara luz que emana del mismo ambiente. También se encuentran estas veredas de piedras que te pueden guiar a diferentes partes, por ejemplo a la laguna que se ha vuelto uno de sus lugares favoritos; solo el otro día pudo ver un pez tan grande como ella.
No trae las ropas de antes, sino un vestido verde que la Diosa le regaló. También lleva un gorro con pelusa y para sus pies, zapatos blancos fabricados con las cáscaras de frutas.
Maní, por su parte, lleva un pequeño collar con una campana que tintinea solo cuando sacude la cabeza, y cuando lo hace, aves se le acercan para que la ayuden a recoger lo que quiera de los árboles. Pero prefiere hacerlo ella misma.
Lo que le extraña es que la Diosa no haya regresado de su viaje desde hace tres días, y una de las cosas que les advirtió fue que no se acercaran al cuerpo del Sexto.
—¿Qué haces? —pregunta Maní, que de un salto termina en el hombro de Cálida para asomarse y ver lo que estaba haciendo en el suelo.
—Hola. Estoy dibujando a Ámilis. Mira, estos son sus ojos cafés, su cabello de alas y su gran sonrisa.
Maní entrecierra los ojos, ladeando la cabeza como si buscara un ángulo que le permitiera diferenciar la figura en el garabato de tierra.
—¿No crees que sus ojos están demasiado separados? —Maní se toca la mandíbula para recordar la distancia correcta entre los ojos humanos—. Sus orejas se parecen a las de un elefante y su cuello es demasiado delgado. Lo más raro es su cabello, ¿no son esos plumas?
Cálida se detiene y observa el retrato, luego retira el palito con el que ha hecho su obra maestra.
—Para mí se ve perfecto. De todas formas, él es una persona inusual —anuncia sin que las palabras de su amiga la pongan de mal humor.
—Me habías dicho que él te ha llamado en tus sueños. ¿Sabes por qué? —inquiere Maní, saltando al otro hombro.
—Sí —responde Cálida, sacudiéndose el polvo de las manos antes de levantarse—. Me dijo que va a cumplir mi deseo.
—¿Un deseo? ¿Y qué deseas? Podría ser comer el dulce más dulce de todos, o volar, o nadar bajo el agua. ¡O ser la más fuerte, o la más rápida! —Maní enumera los posibles deseos con voz cantarina.
Cálida sonríe porque sabe cuál es su verdadero deseo.
—Lo que más quiero, lo que siempre he deseado es tener una familia. Una verdadera familia.
—¿Una familia? Qué bonito deseo. Si tuviera uno, yo también pediría lo mismo —dice Maní, con un dejo de nostalgia en la voz, pensando en su querido hijo.
Las dos levantan la mirada y ven el claro y despejado cielo, donde revolotean aves de plumas brillantes, azules, rojas y doradas.
—¿Qué te parece si nosotras nos volvemos una familia? Al fin y a cabo, ya somos más que amigas —propone Maní, inclinándose para darle un frote de mejilla a la de Cálida.
—¿En serio? Eso me gustaría bastante. —Suelta una sonrisa e inclina su cabeza para acariciar la cola de Maní.
Aquellas palabras le llenan el corazón de un amor que necesita, aunque sabe que no es lo mismo que su deseo. Luego, vuelve a mirar su dibujo. Bajo la luz del oasis, cada parte de Ámilis parece cobrar vida. En especial sus ojos, cafés y profundos, la miran para avisarle que pronto se encontrarán.
En cuanto pasan los minutos, se pone a pensar en lo que la Diosa les ha contado. Según ella, cuyo nombre es Cyntia Deiozintris, este lugar no es solo un refugio: es un santuario que los Dioses construyeron hace incontables eras para esconderse del horror. Por lástima, ni siquiera aquí lograron huir de su destino, porque cuando los Sextos lo descubrieron, los mataron a todos sin piedad.
Les contó cómo, en ese entonces, los Dioses lucharon al lado de sus ángeles y los demonios, con seres misteriosos llamados las Palabras, con los magos más poderosos, con el Quinto y la guerrera más fuerte de todos, Yudaxi. Juntos resistieron en una batalla que se extendió por 3 años.
Al inicio tenían esperanza: creían que la complejidad, la magia, el amor, la amistad, la compasión y la fuerza de voluntad bastarían para defenderse. Pero aquella ilusión se rompió cuando apareció un Sexto que pudo devastar a muchos de ellos en un solo instante. Fue entonces cuando Yudaxi tomó la decisión más dolorosa: usar el poder de los Sextos. Se transformó en uno de ellos, pero el precio fue demasiado alto, porque además de perder su humanidad, su cuerpo, y soportar un gran dolor que persiste hasta ahora, todo eso no se comparó con la pérdida de sus más preciados sentimientos. Y aun así, luchó por todos.
Cuando finalmente logró ganar, este fue el lugar que quedó.
Con la voz triste tras escuchar la historia, Maní le preguntó a la Diosa si el Quinto también había muerto. La respuesta llegó de forma fatal para alguien que pensaba que era invencible. Al final, ni siquiera uno de los seres más poderosos pudo ser capaz de sobrevivir.
Cyntia les confesó que ella y unos pocos fueron los únicos que sobrevivieron. Con el paso de los eones, los demás Dioses, ángeles y demonios, cansados de la soledad y del dolor, decidieron abandonar la vida hasta dejarla a ella sola para el cuidado del cuerpo de Yudaxi.
Para la Diosa, es un misterio de cómo um Sexto como ella pudo terminar aquí, y esa es la razón por la cual ha decidido viajar a otros santuarios, esperando que uno de los universos restantes al menos, por milagro, alguien más haya aparecido.
Aparte de esa historia, les dijo que el nombre del Sexto es “Yudaxi Quinton”. Que en su niñez llevó una vida de princesa, rodeada de familia y felicidad, hasta que en su cumpleaños número quince los Sextos aparecieron. Toda su familia murió aquella noche, y hubiera muerto también si no fuera por su querido maestro que la guió y le enseñó a dominar el poder del arte del destino, un arma que la ayudó a combatir a los Sextos.
Cálida recuerda cómo un nudo de tristeza le apretó el cuello al escuchar la historia. Le pesa saber que una maga que conoció primero la felicidad fue obligada a recorrer un camino tan largo de sufrimiento. Y que, aun en los momentos más oscuros, cuando parecía a punto de rendirse, Yudaxi siempre encontró la fuerza para levantarse. Esa es la razón por la que Cyntia decidió quedarse a su lado hasta el final, porque desde la primera vez que la vio, reconoció en ella una fortaleza inquebrantable y una valentía que es capaz de soportar cualquier dolor.
Lo que Cálida no se atrevió a mencionar es hasta cuándo va a estar aquí, cuidando de Yudaxi, porque parece que cuando se convirtió en un Sexto, en una princesa, perdió la habilidad de morir.
—¿En qué estás pensando? —Maní lo pregunta con una pequeña fruta entre los dientes.
—No me había dado cuenta de que te habías ido. En lo que la Diosa nos dijo, en la historia de aquel Sexto y también que no sabe nada de Ámilis —responde Cálida, recibiendo la fruta que se la come de un solo mordisco.
—Pero ella dijo que el apellido le sonaba, que recuerda haberlo escuchado en una de las conversaciones de Yudaxi sobre su maestro. ¿Crees que el Sexto se acuerde? —comenta Maní, volteando la cabeza hacia el gran altar.
—¿Tú crees? Pero la Diosa dijo que no nos acercáramos —advierte Cálida, siguiendo la mirada hacia el altar.
—Sí, pero quién sabe cuánto demorará en regresar. Para mí, el Sexto no me asusta —agrega Maní con los brazos cruzados.
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