Pasos hacia el Destino

Capítulo 106, La maga Yudaxi, (4)

·········✦༚༒༚✦·········

Cyntia apenas puede aceptar que su vida esté llegando a su fin y mientras sus ojos se nublan, intenta aferrarse a un instante de felicidad, o al menos a un sentimiento que la pueda ayudar a soportar estos últimos segundos que le quedan. Piensa en sus hermanos, de cuyos varios rasgos faciales ha olvidado; en el reino de su madre, del cual no puede nombrar ninguna de sus ciudades; en todos sus amigos, que ahora parecen a personajes de un cuento olvidado… y por supuesto, en Yudaxi. Pero nada logra borrar, ni siquiera suavizar un poco el sufrimiento que la consume.
Sus párpados se entrecierran cuando es alzada, atrapada del cuello entre los dientes de la nueva Ama. Sus labios intentan suplicar, llamar a su héroe para que recuerde que siempre fueron amigas, que al hacerlo, los colmillos se cierran listos a triturarle los huesos.

Y aun así, al borde de la muerte y desgarrada por la agonía, no siente rencor hacia Yudaxi. Sabe que hizo todo lo que pudo y que, al final, no los abandonó. En un último intento de agradecerle, levanta la mano, buscando acariciarle el rostro. Parecía que lo iba a hacer, hasta que su brazo se cae. Sus recuerdos, sus emociones, su conciencia entera se disuelven, reemplazados por un vacío que la envuelve.

Al haberle arrebatado todo, Yudaxi cierra los dientes y, con un rostro que no refleja emoción alguna por quien la acompañó por tanto tiempo, le destroza el cuello. Termina despojándola de su esencia, de su alma y de cada sentimiento, sin dejar ni un vestigio de su pasado en el momento en que la deja ir.

El cuerpo inerte de la Diosa se precipita desde más de cien metros. Cubierta de sangre, con los ojos abiertos que ya no ven y sin sentir el aire que agita su largo cabello, cae de forma lenta. En medio de la nada, afuera de la luz y la oscuridad, un sonido que la muerte no puede destruir, finalmente la alcanza. Ese murmullo de sentimientos se convierte en una voz que le permite revivir otro pasado.
—Te amo —susurra al hombre que sostiene entre sus brazos—. Siempre he estado enamorada de ti; no digas que quieres morir.
Ámilis no le responde. En vez de eso, se queda temblando, perdido en una agonía que lo ahogaba. Incluso intenta apartarse de su amor, pero ella se aferra a él con todas sus fuerzas. En el forcejeo, acerca su rostro al suyo y, en un movimiento desesperado, alza el brazo para atraerlo más cerca, hasta que, por fin, lo besa.
Sus labios, suaves y dulces, permanecen unidos durante unos segundos que se sienten eternos. Cuando al fin se separan, con el aliento entrecortado, logra apaciguarlo un poco.
—No pude… no pude salvarla —declara Ámilis, con lágrimas que se resbalan por sus mejillas marcadas de cicatrices. Su mirada se desvía y se posa en la olla de mate que Cálida había dejado en la cocina, junto a una nota que le había roto el corazón.— ¿De qué me sirve todo este poder si no puedo salvar a los que amo?
Contagiada por su dolor, se pone a llorar al lado de su héroe.
—Ella te amó. Para ella fuiste un hermano y un padre; fuiste lo que siempre deseó —explica, obligándolo a girar el rostro para que escuche lo siguiente—. Me dijo que va a esperarte, que quiere volver a ver tu sonrisa. No la hemos perdido, ni a ella ni a ninguno de los demás… porque me reveló tu destino.

Ámilis se seca las lágrimas para escuchar cada palabra, y antes de que pueda preguntar a qué se refiere, ella le toma la mano y lo conduce a su recámara.

Mientras sigue cayendo, Cyntia no esperaba encontrarse con aquella memoria al final de su vida, sin embargo, se aferra a los sentimientos que se despiertan con todo lo que aún le queda.

Ella se sienta en la cama y lo invita a acompañarla. Él obedece, y cuando está a punto de pedirle que le explique lo que acaba de decirle, ella posa un dedo sobre su boca para que guarde silencio. Esta vez no se atreve a iniciar lo que está por suceder y, en la espera, piensa en los años que ha estado a su lado: en las batallas, en los sacrificios, en todas las vidas que lograron salvar. Entonces, él se inclina hacia ella para acariciar su mejilla y su cabello.
—Gracias por estar aquí a mi lado. Me siento mejor… ¿estás segura? —pregunta, pero los Iris púrpuras de Cyntia le piden que continúe.

Él comienza a besarle la mejilla y, para seguir, apoya la otra mano en su hombro, deslizándole el vestido hacia abajo. Sus labios recorren la frente de Cyntia, sus ojos cerrados empapados de lágrimas y luego, descienden a su cuello. Con lentitud, baja aún más la prenda, exponiendo un delicado seno que acaricia con la mano antes de envolverlo con su boca.

Ella no se atreve a cuestionar lo que ve y siente, por temor de que esa visión no se vuelva realidad.

Con el cuerpo encendido, Cyntia suelta sus primeros gemidos en el instante en que él le devora su cuello y su pecho a besos. A su vez, ella le acaricia el cabello, observando esos ojos fijos en los suyos. Sin palabras, le suplica que la bese, y cuando él lo hace por unos segundos, se recuesta en la cama para despojarse del resto del vestido.

La última prenda que le queda es la braga, que deja para que él se la quite. Pero antes de verla en sus manos, Ámilis se pone de pie. Por un instante, cree que se ha detenido, que la pasión se ha acabado, y cuando lo ve desnudarse, su boca se curva en alivio.

No sabe cuánto tiempo le queda, pero ruega poder presenciar la conclusión de esa memoria hasta el final.

Totalmente desnudo y listo para tomarla, acaricia sus senos y desliza las manos por sus costados hasta sujetar sus caderas, bajándole la prenda que aún cubre lo último de ella. De ahí, le abre las piernas y también el corazón. De inmediato, sus gemidos se entrelazan, uniendo sus destinos que ambos van a compartir para siempre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.