Pasos hacia el Destino

Capítulo 108, La maga Yudaxi, (6)

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Cálida se queda tan sorprendida como Maní al ver a Yudaxi. Su cuerpo era normal, hasta su cabello rojo había desaparecido para ser reemplazado por uno castaño que se mece de lado a lado, ocultando la entrepierna de las miradas que la observan con desprecio. Sus dos pupilas brillan por el pesar de su remordimiento y, a la vez, agradecimiento por poder sentir otra vez.

Estaba por preguntarle qué ha pasado, pero los brazos de la maga la envuelven; allí, entre sus senos y latidos cálidos, ella ve la imagen de Ámilis ya completa, de los cuatro juntos. Contenta por ella, le devuelve el abrazo. Permanecen así, meciéndose entre sollozos y suspiros, reviviendo el pasado.

Ámilis, en medio de Yudaxi y Cyntia, se inclina para acariciar la cabeza de Cálida.
—Pídeme lo que quieras. ¿Quieres visitar los mundos de los seres acuáticos, o ir al reino del Dios de los Dulces y probar los mejores caramelos? —pregunta listo para cumplir cada uno de sus deseos—. O quizá prefieres ir a la capital para ir a comprar juguetes. ¿Qué te gustaría hacer?

Cálida cierra los ojos, se voltea y lo abraza con fuerza; le dice que cualquier lugar está bien, siempre y cuando ellos estén a su lado. Él y las dos le sonríen, prometiéndole que no la abandonarán.

Cuando esa visión termina, Yudaxi la sostiene por los hombros, la mira fijamente y le revela algo importante:
—Este futuro está por acabar, lo que significa que Ámilis te va a necesitar para que pueda cambiar el destino —dice, mirando su anillo—. Temo que yo sea la que va a intentar detenerlo. No importa si es por amor o porque no puedo controlar el poder de los Sextos: él debe salvarlos a todos. Sé que intentará oponerse a mi destino, pero dile que ya lo hizo. Dile que gracias por no haberme abandonado y que siempre lo amaré, pase lo que pase. Ahora debes regresar.
En cuanto termina de pronunciar sus últimas palabras, Yudaxi cura las heridas de Éfirus y transporta a Maní hacia ellas.
—Tenemos que proteger a Cálida —exclama, volteando a ver a Éfirus, que entiende de inmediato, como a Maní, a quien le toma unos segundos asimilarlo—. Este futuro va a desaparecer, y estoy segura de que los otros Amos se han dado cuenta. Voy a hacer todo lo posible por detenerlos; ustedes dos tienen que seguirla y protegerla.
Maní salta al hombro de Cálida, lista para defenderla con uñas y dientes.
Yudaxi vuelve la mirada hacia las cenizas de Cyntia, que el viento sigue dispersando. Susurra un agradecimiento plegado de tristeza y culpa.
—Lo siento tanto. He cargado dolor por casi toda mi vida que me olvidé de que te tenía a mi lado, mientras que tú no tenías a nadie. Ahora sé lo que has soportado hasta ahora, y aún así no te rendiste. Gracias, con todo mi corazón. Y aunque terminemos amando al mismo hombre, deseo que al final podamos ser buenas amigas otra vez.
Sin perder más tiempo, al ver cómo un enorme aro se abre en el cielo por donde el Amo está por cruzar, Yudaxi se apresura y le entrega algo a Cálida.
—Quiero que lleves esto contigo —dice, tocándole la frente con los dedos. Con ese gesto, le transmite las memorias de su vida—. Es verdad que perdimos, pero en el camino descubrimos formas de combatir contra los Sextos. Estoy segura de que le servirán a Ámilis. Llévate también todo lo que pude aprender sobre ellos.

Al terminar, Yudaxi le da un beso en la frente para despedirse. Cuando se miran, ambas intentan sonreír pese a la tristeza, pero el momento se interrumpe con la llegada de un poderoso Sexto.

Éfirus levanta la cabeza con sus dos grandes ojos y reconoce de inmediato al Amo que desciende. A diferencia de muchos, su primera tarea para aquel Sexto es eliminar a aquellos Amos que desafían su destino. Diez brazos separados de su cuerpo giran lentamente sobre su cabeza en forma de copa. El resto de su figura está compuesto por diferentes criaturas, miles de ellas, sujetas por ramas espinosas que atraviesan sus carnes y huesos en cada extremidad, con el propósito de derramar su sangre y causar gran sufrimiento.
—¿Crees que vas a poder detenerlo? Ya sabes que los Amos no pueden morir —pregunta Éfirus, observando con cautela al Amo que lentamente gira hacia ellos.
—Tú tienes un trabajo: protégelas. El portal que la trajo está por abrirse.
Éfirus no esperaba tener una última oportunidad de proteger a su hija.
—Tal vez nunca fui capaz de sentir como ustedes, pero por Cálida estoy preparado para dar mi vida. Encárgate de ese Amo y deja el resto en mis manos.
Sin voltear, Yudaxi ordena a todos que se preparen. En cuanto Éfirus sostiene a Cálida y a Maní en su mano, los cuatro comienzan a elevarse sin que los otros Sextos los detengan.
Mientras ascienden, una abertura en forma de una Luna creciente se abre en el cielo que lentamente se mueve para convertirse en una luna llena.
—La abertura se va a completar pronto, ustedes deben protegerla hasta que termine de abrirse —informa Yudaxi que con una mirada ordena a los Sextos que se encuentran cerca a que se vayan.
Éfirus y Maní asienten, listos para lo que se avecina.
Están a punto de atravesar el espacio sin que el Amo interfiera, cuando Cálida alza la cabeza y ve cómo la mitad del portal se había completado.
—Buena suerte —dice Yudaxi, deteniendo su avance, dejando que los tres sigan adelante. En el instante siguiente, el Amo aparece frente a ella, extendiendo una palma de sus diez manos—. Yo soy Yudaxi Quinton, la maga más poderosa, esposa del guerrero imbatible Ámilis Condárkelas. El destino no juzga o toma lado, pero destruye a los que…
El cuerpo de Yudaxi se cubre de inmediato con una armadura, y en su mano se materializa su lanza. Sus ojos verdes arden con el resplandor de sus intensos sentimientos y recuerdos de la vida que compartió con Ámilis. Entre ellos laten los instantes hermosos: su primer beso, la propuesta de matrimonio, la boda; y también los amargos, que siempre pudo superar a su lado.




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