Las horas transcurren tranquilamente en el Valle de las Fresas. Como en los últimos días, Liyul permanece despierta sin ganas de poder cerrar los ojos por más de un minuto. Acostada, observa la otra cama vacía y una leve tristeza se pinta en su rostro. Piensa en él, en cuánto ha trabajado últimamente. Ha intentado convencerlo varias veces de que descanse, de que tanto esfuerzo le hará daño, pero Eali siempre le responde con una sonrisa, asegurándole que todo valdrá la pena cuando tengan suficiente dinero. Aun así, no puede ignorar el peso de la carga que se impuso.
Cuando escucha el crujido de las rejas, se asoma por la ventana y lo ve. De inmediato brinca afuera de la cobijas para bajar las escaleras y en vez de escuchar palabras cariñosas cuando le dice hola al verlo, recibe un regaño, diciéndole que debería estar descansando. Ella está a punto de responderle lo mismo, pero él la toma por la cintura y, sin dejarla hablar, la lleva hacia el dormitorio.
Con las palabras aún en su garganta, Liyul se siente atrapada en sus brazos. Ahí, contra el pecho de Eali, se da cuenta que el semblante de Eali ha cambiado totalmente: la barba le cubre gran parte de la cara, su piel luce más áspera y su vista refleja sabiduría. Es un poco melancólico que ya no es aquel joven que vio por primera vez esa noche, sino un hombre fuerte que ha tomado su lugar.
Al llegar al cuarto, con una mano Eali abre la puerta y con la otra la sostiene sin esfuerzo. Liyul quiere hablar, decirle cuánto le preocupa, hacerle entender que su trabajo lo está consumiendo. Pero él se adelanta.
—Por favor, descansa —le pide mientras la acomoda con cuidado sobre el colchón.
—¿Y tú? No tienes... —Intenta explicar.
Eali la interrumpe acariciándole la mejilla, con una ternura que contrasta con su voz.
—Me alegra que te preocupes por mí —dice—, pero puedo soportarlo. Lo único que necesito es que te cuides y dejes que yo me encargue del resto.
Las manos de Eali están a punto de abandonar su piel que deseaban mas y, por instinto, lo detiene con la esperanza de tenerlo a su lado. Lo mira profundamente, ver más allá de sus ojos cansados y decirle que no necesita dormir en la otra cama esta noche. Lo jala hacia ella con un aroma que la envuelve, la de un hombre que ha trabajado todo el día. Antes ese olor no le gustaba, pero se ha acostumbrado, y esta noche, le resulta irresistible.
—¿Liyul? —murmura Eali, viendo como ella le rodea el cuello con las manos para acercarlo aún más.
Ella lo besa, sintiendo el sabor salado y dulce de sus labios. Eali responde acariciándole el cabello, dejándose llevar por el momento. La pasión se enciende entre ambos, y cuando sus manos comienzan a desabotonar la blusa de Liyul, se detiene.
—Falta un mes más —dice, dejando ir su cálido seno entre los dedos—. Quiero que esa noche sea perfecta, una que recordemos toda la vida.
Esas palabras siembran en Liyul la esperanza de que su sueño no terminará tan pronto.
—Sí, un mes más —repite, sonriendo. Lo observa levantarse para ir a darse una ducha antes de acostarse.
Adentro del baño, el agua fría se resbala por el cuerpo de Eali, despertando su mente agotada. En cuanto las gotas se rompen al chocar contra el suelo, siente el deseo de Liyul como un eco que se mueve en su corazón, pidiendo seguir viviendo y continuar el amor que tienen.
Está exhausto, es cierto. A veces el dolor en la espalda lo obliga a detenerse, y el calor del día lo deja esperando el siguiente. Pero si eso es el precio, lo pagaría un millón de veces más por ella.
Ha contratado a un mago para que lo ayude a transportar los pasteles, y gracias a su popularidad, ha podido incrementar su negocio de importación de frutas. Tiene que ir a diferentes sitios cada día para asegurarse de su compra y venta, su calidad, y de la logística necesaria para transportarlos a diferentes partes del país. Ahora, al menos, ha conseguido otro caballo; algo que a Melenas no le gustó mucho al principio, pero sabe que él también es su responsabilidad.
En que las gotas siguen cayendo, Eli cierra las pupilas, pensando que todo ese sacrificio vale la pena si al final la va a ayudar. Alza el rostro y abre ligeramente la boca, dejando que el líquido refresque sus labios, su lengua y su garganta. Una parte de él se lamenta por no haberla tomado en ese momento; habría querido despojarla de su ropa, sentir la suavidad de su piel bajo sus manos, el calor de su alma fundiéndose con su cuerpo. Respira hondo, con los dientes apretados, imaginando el instante en que podrá entrar en ella, tenerla entre sus brazos y no soltarla jamás.
Solo necesita resistir, de no perder la fe, de que el amor que los une puede superar cualquier cosa. Sin embargo, no logra evitar el frío que se acumula en un rincón de su cabeza, de un tono agudo que le dice que la va a perder.
—Nunca, no lo voy a permitir —insiste, mientras el agua resbala por su cabello y su barba—. ¿Me oyes? No lo voy a permitir.
Por alguna razón, lo dice como si alguien pudiera escucharlo. Su expresión se enciende de determinación antes de mover su cabeza al lado, desafiando a lo invisible para demostrarle que está dispuesto a todo por Liyul, incluso a entregar su vida. Gira su cuerpo. Aparte de unos pocos objetos de baño y el espejo, no hay nada más.
Lo extraño es esa sensación que acaba de sentir es familiar y en cuanto más lo piensa, más se convence de que quizá está trabajando demasiado, que su mente empieza a jugarle malas pasadas.
—Parece que voy a tener que reducir mis horas —lo dice seguido por un suspiro—. Hubiera querido conseguir el dinero mas rápido y llevarte a la capital, pero será mejor tomar las cosas con más calma.
Con esa decisión, gira de nuevo hacia el agua y deja que le caiga por unos segundos más hasta que cierra la llave. Prende una vela y apaga la lámpara de aceite. Mientras camina por el pasillo rumbo a la recámara, el fuego comienza a agitarse. Se detiene y lo observa, sabiendo muy bien que no había ventanas cerca. La llama titila con violencia, casi al borde de extinguirse, y él la cubre con la mano para protegerla, sin lograr calmar su movimiento.
—¿Qué es esto? —murmura.
Cuando la llama está a punto de apagarse, levanta un dedo y la toca con cautela. En ese instante, el fuego se inmoviliza por completo. El silencio se rompe con un sonido leve de un gemido que se cuela por sus oídos. Siente su advertencia, de que lo que está por enfrentar está más allá de toda su comprensión.
Entonces el gemido se convierte en una voz clara.
—Mi pequeña ardilla, ¿crees que será fácil romper el destino de alguien que está atada a toda una existencia? Inténtalo, y descubrirás que sería más sencillo sostener las llamas del sol en tus manos que detener la historia escrita para los seres condenados a su propia destrucción.
Eali da un paso atrás, mirando hacia la sombra que se extiende frente a él. No era una oscuridad común, esta tenía una textura opaca, densa, como si no perteneciera a este mundo. Quiere responder, desafiarla, pero antes de hacerlo, la sombra desaparece, dejando la vela en paz.
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