Zachin, sin poder evitarlo, sostiene el espejo con ambas manos. Observa a la mujer levantarse de la silla, caminar hacia la ventana y abrirla para que la brisa mueva las cortinas de ambos mundos. Luego la ve agacharse, recoger algo del suelo y llevárselo a la boca. Su cuerpo, su cabello y la forma en que se mueve son, literalmente, los de ella.
Antes de que pueda pensar que se está volviendo loca, suelta el espejo y retrocede. Con apenas un paso hacia atrás, el cuarto se llena de una oscuridad densa, casi líquida, de una sombra que parece tener conciencia.
—¿Quién eres? —pregunta con los ojos girando en todas direcciones y viendo cómo manos formadas de esa oscuridad la rodean—. No…
—Tus memorias, tu conciencia y tus sentidos no me conocen —dice la sombra, su voz vibrando dentro de su pecho—, pero tus emociones saben quién soy. Dilo.
En un último intento de defenderse, Zachin arranca el alfiler de su cabello.
—No lo sé, ¡déjame en paz!
De pronto, sus ojos, sus oídos y cada uno de sus sentidos se apagan. El alfiler se resbala de su mano y cae al piso sin que nadie pueda escucharlo.
—Dilo… tus sentimientos y emociones saben quién soy.
—¿Yo?
La manera en que responde la altera. No lo había dicho con su boca ni con pensamiento alguno; simplemente lo siente, y desde ese sentir, las palabras emergen. Es un tipo de comunicación que jamás ha experimentado de algo interno e intimo.
—¿Revela quien eres?
Zachin comienza a hablar. Su vida se deshila sin que pueda evitarlo. Libera cada verdad: de dónde viene, lo que es, lo que ha hecho. Sus sentimientos la arrastran a esos momentos, obligándola a revivir esas emociones. Siente el cuerpo que tuvo de niña, luego de joven; después entre los miembros de su clan y, más tarde, junto a su “Zulier” que terminó traicionándola. Cuando todo termina, pregunta qué quiere de ella.
—Alguien muy importante esta por dar un paso —responde la voz—. Lo que quiero de ti es que cumplas tu destino y mates a la ardilla de cola blanca.
—¿Una ardilla?
—Sí.
—¿Y por qué no lo haces tú? ¿No tienes el poder de hacerlo?
—No lo vas a entender ahora, pero esa ardilla es muy importante. La vida, la muerte y los sentimientos nos unen a todos. Haz esto, y podrás salvar tu propia existencia, Belanir.
Aunque no entiende las palabras, por dentro sabe que esto es parte de lo que tiene que hacer. Entonces sus sentimientos que la unen al pasado y al futuro la transportan a otro lugar.
—¿Sucede algo? —inquiere Eucalis, notando que Zachin se veía distraída.
Ella sonríe con sorpresa al ver que su ángel la tenía en sus manos, sosteniendo el peso de su vientre con una ternura que le suaviza su corazón.
—No lo sé… por un momento pensé que estaba en otro sitio.
—¿Otro sitio? —Eucalis pregunta antes de besarle el cuello—. Tal vez sea porque estás por dar a luz. Tienes que descansar. No hay razón para que despiertes tan temprano. Cuando regrese, te voy a traer esos pasteles que tanto te encantan. Nos vemos pronto, cariño.
Zachin lo observa volar desde el balcón hacia el cielo. Desde allí ve la capital de Quinton extendiéndose en terrazas, con sus monumentos brillando bajo la luz de la mañana y la gente moviéndose entre las calles como ríos. Se ha acostumbrado a todo: a sus costumbres, a sus risas, a las voces de quienes ahora considera familia. No puede imaginar vivir en otro sitio. Después de todo lo que ha sufrido, su vida es perfecta.
Baja la mirada hacia su vientre, que está a punto de darle aún más felicidad. Una sonrisa amplia le ilumina el rostro.
Ha vivido en la capital por unos años, pero ha logrado formar amistades, crear un hogar y ganarse un puesto en la corte, ascendiendo a una de las capitanas con la promesa de un rango aún mayor, quizá a teniente. Por ahora ha detenido su carrera, pero está segura de que, una vez que dé a luz, recuperará su ritmo. Se lo promete golpeando suavemente el riel del balcón, como si sellara un pacto consigo misma y lo va a lograr sin descuidar a su familia.
Ya sabe que tendrá mellizos. Al principio la noticia la asustó, pero ahora se siente preparada. No sabe si serán niños, niñas o uno de cada uno, pero sí sabe que los va a amar.
Mientras el viento le mece el cabello, piensa en cuándo podrá visitar a Isabel y a Juana. Después de todo lo que pasó entre ellas, lograron hacer las paces. Incluso planean asistir juntas al próximo concierto de Shi’el, lo que la hace recordar el último al que fueron.
La única persona que falta es el anciano.
—¿A dónde te fuiste? —susurra—. Hubiera querido ayudarte.
Alza su rostro hacia el cielo, dejando que el calor del día le acaricie el rostro junto al murmullo de la ciudad que la rodea. Desea que este momento dure para siempre.
—¿Estás lista? —interrumpe una voz.
—¿Qué? —dice, girándose para ver quién ha hablado.
En un parpadeo, la capital que estaba llena de vida, de gente sonriente, de niños corriendo por las calles, se transforma en un paisaje en llamas. Columnas de humo sin fin ascienden hacia un cielo desgarrado. Sus ojos se vuelven rojos, revelándole el horror: criaturas monstruosas descienden desde las nubes, listos para arrebatarle lo que ama en este mundo.
—Belanir, ¿estás lista para cumplir tu destino?
—Belanir… —repite, llevándose las manos al vientre, buscando desesperadamente hacia dónde correr para salvar a sus hijos que aún no nacen.
Mira en todas direcciones. Pero lo único que puede ver son edificios derrumbándose, gritos que se mezclan con el rugido de las bestias, guerreros luchando por sobrevivir. Entre la destrucción, distingue una luz: la figura de un hombre que corre sin detenerse. Lo observa avanzar con desesperación, como si un milagro fuera posible, como si él pudiera dar un paso hacia el Destino.
—¿Estás lista?
Ella no puede responder, demasiado absorta en el hombre que corre en el lodo, sobre la sangre de sus amigos, lo ve ascender, elevándose hacia el cielo. No entiende por qué, pero una calma la atraviesa. Saber que existe alguien como él, alguien que no se detiene, capaz de cambiarlo todo, le da un extraño consuelo en medio del fin.
Sin más dudas y sin esperar un segundo más, deja ir sus manos de su vientre y responde que está lista.
Muchas almas desfilan frente a ella, miles que compartieron pedazos de sus sentimientos. También los rostros de otras personas pasan por su lado, que le dan a saber que ellos cambiaron sus vidas. Una tras otra, como sombras, aparecen y desaparecen, hasta que una figura se detiene: una mujer, la de una reina.
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