Maní sigue mirando el cielo, atrapada en su intenso azul y en las nubes blancas que dominan el firmamento, iluminadas por un sol tibio que le calienta la espalda. Entonces, los hilos del Destino comienzan a manifestarse. Los mismos que vio antes, rojos, ahora se muestran distintos; parecen tristes, cargando el dolor de alguien muy querido.
En sus ojos se deslizan las imágenes de alguien llamado el Guerrero Imbatible. No sabe quién es, pero esa persona le recuerda mucho a los Maestros. Luego contempla cómo el resto de los hilos, los de otros guerreros e incontables personas, se congregan en él para impulsarlo a ascender más alto que los demás, aferrados a la esperanza de que pueda cambiar el destino.
Las visiones siguen la vida de un niño que crece rodeado del amor que sus padres siempre le brindan, hasta que un día debe hacer lo imposible para sobrevivir la destrucción de su país. Finalmente, en la cumbre de la muerte, lo ve con el brazo destrozado, el rostro desfigurado, la mandíbula colgando y muchos de sus huesos quebrados. Aun así, no se rinde. Aun así, avanza.
De las cenizas de la miseria, de un cuerpo mutilado y de sueños convertidos en pesadilla, surge el más fuerte, el ser más importante: el Maestro Condarkelas, el Quinto.
—¿Quién es ese chico? —pregunta Maní, viendo cómo su destino está cargado de sufrimiento.
—Él es mi hermano —responde la mujer que aparece a su lado—. La persona que va a cambiar el destino de todos.
Maní gira de inmediato hacia la mujer que decide sentarse a su lado para acariciar su cabeza.
—Hola, nos volvemos a encontrar —continúa ella, frotándole la espalda con la punta de los dedos—. Aunque no lo creas, ya nos hemos visto antes, y fuimos las mejores amigas.
—¿Amigas? —repite Maní, tocándose los bigotes mientras intenta recordar.
—Así es, amigas para siempre. Y no, no soy un Maestro… todavía. Lo que vine a decirte es que tu papel ya se ha cumplido.
—Es cierto entonces… No voy a poder verlos…
—No. Los Maestros te están esperando, y juntos podrán ir más allá de esta existencia, porque tu hijo abrirá una puerta en el pasado, presente y futuro para dar un paso hacia el Destino. Yo no podré ir contigo, pero quiero que sepas que has cambiado la vida de muchas personas. Y ese hombre… es tu nieto.
Al escuchar eso, Maní vuelve a mirar al hombre que se eleva hacia lo más alto del cielo para luchar contra los monstruos que lo esperan.
—Dime cómo te llamas —pregunta sin apartar la vista de aquel guerrero que acaba de descubrir que es su nieto.
—Me llamo Cálida… Cálida Condarkelas; tu nieta.
Los ojos de Maní se abren aún más al oír la declaración. Con la boca entreabierta, gira para observar cada curva y cada ángulo de la mujer que acaba de revelar su identidad. Tiene un cabello tan largo que debe rozar el suelo y, negro como su propio pelo, con un cuerpo tan delgado que no debe pesar más de cien bellotas. Los iris de sus ojos son similares a los de una ardilla.
—¿De verdad?
—Sí —responde Cálida con alegría—. Quise decirte esto desde hace mucho tiempo. Estoy feliz de haberte conocido y de ser parte de tu familia.
Ambas vuelven la mirada hacia la imagen del Guerrero Imbatible, envuelto en una armadura negra. Frente a él, esperan tres mujeres. Una, de cabello negro, que lo observa con determinación antes de transformarse en su escudo. La segunda, de cabello dorado, le dedica una sonrisa tan anhelada que parece contener todo el cariño y amor que siente por él; luego se convierte en un casco que él coloca sobre su cabeza. La tercera, de cabello rojo, lo abraza, rogándole que siempre permanezcan juntos, y después adopta la forma de una espada roja, larga, de un filo capaz de cortar cualquier cosa.
—Hermano… —murmura Cálida, poniéndose de pie—. ¡Hermano! ¡Te amo!
Maní no sabe qué decir, pero al contemplar a su nieta alentando al hombre que asegura ser su nieto, siente cómo algo se enciende en su pecho. Entonces grita junto a ella, le pide que no se rinda, que use el poder de todos los Maestros cuales fuerzas aún viven. De pronto, el hombre parece escuchar sus voces y gira hacia ellas. La sorpresa la sacude, pero se alegra al ver su sonrisa y sentir, aunque sea a la distancia, el corazón cálido de un guerrero que pelea por todos.
—¿No le podemos ayudar? —pregunta Maní, con la esperanza de oír un “sí”.
—No. Cuando eso suceda, ninguna de las dos estará con él. Tenemos que confiar en las personas que lo van a ayudar.
—Dime qué le va a pasar a mi hijo cuando yo… —Maní baja la cabeza, temiendo la respuesta.
—Él también tiene un papel muy importante, y el Destino ha puesto un gran interés en su vida. Sé que es difícil escucharlo, pero tú ya no formas parte de su futuro. Lo que debes saber es que tu espíritu y tus sentimientos perdurarán para siempre; nunca desaparecerán. Te deseo lo mejor en tu viaje, mi amada abuela.
Cálida se arrodilla, toma a Maní con delicadeza y la ayuda a levantarse para darle un beso en la cabeza.
—Guarda esto en tu corazón: tu hijo se va a llamar Eali.
Al oír ese nombre, Maní abre los ojos al despertarse junto a su cría, que sigue profundamente dormida. Incapaz de retener lo que escuchó y vio, las memorias de aquella mujer y de su conversación se desvanecen en cuestión de segundos. Solo queda ese nombre: Eali. O al menos, eso es lo que su corazón insiste en decirle.
Se incorpora y un dolor agudo atraviesa su costado. Aun así, al observar que el día está por comenzar, decide salir a buscar algo de comida antes de que su querido hijo se despierte. Está a punto de saltar afuera, pero se vuelve una vez más hacia él.
—Ya regreso. No me voy a tardar.
Adentro del bosque, un hombre se prepara para volver a ver a una ardilla inusual. No es una exageración decir que se trata de una criatura especial; ha presenciado cosas en ella que desafían por completo las leyes físicas del mundo… a menos que sea capaz de usar magia, cosa que él duda profundamente.
Él es un practicante de artes marciales y, como muchos otros, decidió viajar a un país lejano para aprender nuevas técnicas. Pudo haber escogido alguno dentro de su propio continente, Nushén (Diosa), pero por alguna razón sintió el impulso de venir aquí: el territorio de Apas, donde habitan las magas más poderosas.
Después de dos años sin hallar nada que pudiera elevar sus estudios, escuchó rumores sobre un animal capaz de saltar tan alto como un árbol. Incluso decían que podía volar. Preguntó dónde podría encontrar semejante criatura, o de qué especie se trataba, pero todos coincidieron en que debía ser algo pequeño. Le contaron que varios cazadores lo habían visto en los bosques de Laod y le advirtieron que por esas zonas rondan bestias peligrosos, especialmente osos y uno que otro gato montés.
Ignorando las advertencias, se adentró en lo más profundo de la foresta. Pasó varios días buscando por todos lados cualquier indicio de algo fuera de lo común, pero no encontró nada. Hasta que una mañana vio a una ardilla que lo dejó tan pasmado que apenas pudo creer lo que sus ojos contemplaban. La pequeña criatura, de algún modo, saltó desde un árbol y corrió sobre la superficie del río.
Tan pronto como apareció, la ardilla desapareció. Debía asegurarse de que no había sido un truco de su imaginación. Consideró la posibilidad de que hubiese saltado sobre rocas ocultas o troncos sumergidos, pero al acercarse comprobó que el agua no escondía nada capaz de sostenerla; no había forma de que hubiera cruzado sin hundirse.
Esto ocurrió hace tres días, y durante tres largos días la ha esperado en el mismo lugar. Sin embargo, ella no ha regresado.
No está seguro de si volverá a verla, ni siquiera de si pasará nuevamente por ese mismo lugar. Lo peor es que sus provisiones se están acabando; peor aún, solo tiene suficiente dinero para regresar a su tierra. Ha calculado que le quedan dos días antes de verse obligado a volver a casa.
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