Passione

Nicolás

Sentado desde su trono, observaba el descuartizamiento del traidor, mientras bebía una copa de vino; seguía vivo, cunado, empezaron, ahora, yacía en un charco de sangre. Odiaba a los tipos como él, incapaces de seguir dos simples reglas, dos que ni siquiera él se negaba a quebrantar, las reglas más importantes, claro está porque, si de reglas se trataba, la mafia tenía algunas, muchas que le ayudaban a saber que tan confiable era.

—Señor, su padre lo llama —Él miró a los otros y asintió

El mayor de los hermanos Caruso considerado un prodigio dentro de la mafia, era de temer, considerado un monstruo aunque la palabra le quedaba pequeña; impasible en todos sus asesinatos, nuca, sentía remordimiento con los que mataba y no debía hacerlo todos eran chicos malos o eso es lo que repetía siempre. Fue educado para ascender al trono después de la muerte de su padre, no había quien le temiera, hasta su madre y sus hermanos le tenían mucho respeto; el único que le hacía frente era su padre, capas de enfrentarlo, nunca seria capas de matarlo, ¿o si? 

No, él lo entendía de cierta forma, lo que era ser él y ser un Caruso, en todo el tiempo que llevaba ahí nunca demostró ser diferente de lo que decían, además para que molestarse en convencerlos de lo contrario, no quería cumplir con las expectativas de nadie, no hasta que la conoció.

—Hay que mantener una fachada Nicolás —Le dijo su padre —Por eso iras a la muestra de mañana y por favor procura no matar a nadie, hay gente que no está dentro de este mundo

—No prometo nada —dijo

—Por cierto, tu hermano está aquí, que tu madre no lo vea —Él solo lo miro, su medio hermano o su hermano completo era un desastre

—No tengo tiempo para controlar lo que hace tu mujer —dijo, levantándose —¿Algo más?

—Es de disfraces —dijo

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Estaba aburrido, quería irse, su padre no le dijo que tenía que inaugurar el yate que le regalo, mierda, porque debía verse como una persona normal, se habían ocultado para poder vivir en paz, pero era difícil, prefería vivir en una guerra y poder demostrar quien era en realidad, aunque todos en la isla lo sabían. El mundo no y es que el puto mundo siempre odia lo diferente. Miro el lugar y comenzó a caminar a una de las muestras cuando se chocó contar alguien, mierda que no tenían ojos, porque podía conseguirles unos; cuando miro contra quien se había chocado, se quedó estático, era una mujer, una muy hermosa, ella lo miro, esta tenía puesto un atuendo de egipcia, el atuendo le quedaba muy bien con su belleza.

—Discúlpeme, venía distraído —dijo él

—No al contrario, señor, he sido yo la que se distrajo

¿Señor? Aquella palabra que salió de sus labios hizo que la sangre se le helara, esos labios carnosos y esos ojos, nuca había visto ojos tan oscuros como los de ella, podían ser negros, si maldición, eso debía ser imposible o solo era un marón muy oscuro.

—Mi nombre es Marco Antonio, déjame adivinar el tuyo —Ella solo sonrió, lo que hizo que se desarmara más —Linda Cleopatra

—¿Qué le hace pensar que soy Cleopatra?

—Aparte de tu belleza y de que intuyo que eres muy inteligente —Ella se rio

—Bueno, señor —Él la miro con una media sonrisa —Persona, Marco Antonio, fue un placer —Extendió su mano, él la miro, no quería despedirse

—No cree que nuestro encuentro ha sido muy breve —Ella negó

—Creo que fue lo suficiente para ser la primera vez —dijo —Un gusto —Comenzó a caminar entre la gente

—No la pierdan de vista —Les dijo a sus guardias, él la siguió hasta uno de los puestos donde estuvo atenta a la prueba de vinos, algunos se le acercaban, pero como hizo con él los mandaba a volar —¿Sabes quien es?

—No, señor —Le dijo su sirviente

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La siguió toda la noche, hasta que se volvió a topar con ella.

—Creo que la nos volvemos a encontrar ¿Qué coincidencia? —dijo él sonriéndole

—No lo es cuando te siguen toda la noche —Lo miro

—No sabes quién soy, ¿verdad?

—Debería saberlo, acaso es de la realeza, para que deba saberlo 

Lo era, pero no del tipo bueno, su cara era tan angelical, que le quedaría mejor un disfraz de ángel, pero ese disfraz le quedaba como un guante, era algo delga hasta sus caderas, eran pequeñas pero perfectas, tan delicada.

—No lo soy —dijo él —Pero soy tan importante que su puse que todos me conocían

—el mundo es grande, para que todos nos conozcan — dijo ella, aquel chico le había seguido, le recordaba tanto a alguien, alguien que quería olvidar, sacar de su mente y de su corazón, posiblemente para siempre —¿No lo cree usted?

—Ahora me siento insignificante, pero me reconforta que usted lo sepa —dijo él acercándose más —Déjeme invitarla a recorrer los puestos de afuera y llevarla a un recorrido pequeño en mi bote, mis invitados llegaran muy pronto




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