Paternidad inesperada

Capítulo 3: Brooklyn

Miro a través de la ventana como cae la lluvia. Siento que no puedo sonreír porque se me hace imposible imaginar que mi hermana y mi cuñado ya no están con vida.

Me siento en un mundo paralelo, como en una pesadilla donde pronto voy a despertar y encontraré a mi hermana diciéndome que debo pensar antes de hablar y regañándome por terminar su pasta de maní cuando voy de visitas. Todavía siento que encontraré a mi cuñado intentando arreglar algo que se rompió y maldiciendo por no poder hacerlo.

Los dos eran felices, tenían una vida por delante. Buenos trabajos y el bebé que tanto esperaron. ¿Por qué les tocó a ellos? No lo comprendo.

—Brooklyn.

Seco una lágrima y volteo a mirar al abogado.

—¿Sí?

—Vamos a comenzar.

Asiento y camino con pasos seguros hasta la oficina del abogado. Duele imaginar que Carlos formaba parte de esta firma de abogados luchando por convertirse en socio y ahora ya no está. Su oficina será ocupada por otro abogado.

Cuando llegamos a la sala de reuniones, diviso a Jesse que está hablando con una mujer rubia y guapa, a quien imagino que es su novia. Alta, exitosa y elegante. Su tipo de mujer.

Él, al verme, asiente con la cabeza y entra detrás de mí. Su novia no nos acompañará porque no es abogada de Carlos y pidieron que esto fuera muy privado entre los involucrados y yo.

El único familiar que Bonnie tenía, además de mí, es nuestra madre, a quien intenté avisarle de lo sucedido sin suerte. Ella vive en su propio mundo y cree que la tecnología es mala para la salud mental y es utilizada para espiarnos y controlarnos.

Carlos no tiene más familia. Él se fue de Argentina con su mamá cuando era muy niño y esta murió de cáncer cuando él estaba en la Universidad.

No me sorprende que solo Jesse y yo estemos aquí.

—¿Y Elena? —pregunto—. No nos han dejado verla.

Al menos Elena no iba con ellos en el auto. La habían dejado en casa de una amiga de mi hermana un momento para ir a comprar unas cosas y al regreso pasarían por ella. No les gusta hacer compras con Elena porque es inquieta y a ellos les gusta hacer la compra juntos, siempre que puedan dejar a Elena con la niñera.

—La verán después de que terminemos aquí. La niña ha estado bien cuidada bajo la asistente social.

—¿Qué pasará con ella? —pregunta Jesse.

Yo me he hecho la misma pregunta.

El abogado no responde, sino que se pone a leer la última voluntad de mi hermana y de Carlos, donde dice que dejan un fideicomiso para Elena.

—¿Y quién se hará cargo de Elena? —pregunto yo.

—¿No se los dijeron?

Jesse se inclina hacia delante.

—¿Decirnos qué?

El abogado relame los labios y lee el resto del testamento, dejándonos en shock.

—Ustedes son los padrinos de Elena y sus padres decidieron que ambos se convirtieran en sus tutores. Aquí especifica que el señor Jesse Foster se hará cargo del fideicomiso de Elena hasta que ella asista a la Universidad o, en caso de que no asista, tenga veinticuatro años o se case. La casa queda para ustedes, al igual que los demás bienes, y ambos pueden decidir que hacer con ellos mientras sea de conveniencia mutua. Carlos y Bonnie tenían un seguro de vida que pueden cobrar, será lo suficiente para que paguen la hipoteca completa de la casa y el mantenimiento de Elena sin que ustedes deban poner de su bolsillo. Está en ustedes usar el dinero del seguro para hacer esto o guardarlo para Elena.

—Debe haber un error. No puedo ser tutora de mi sobrina. Apenas puedo lidiar conmigo misma. Ni siquiera le he cambiado un pañal.

—Yo tampoco puedo con un bebé. Trabajo mucho y las pocas veces que vi a la bebé, lloró apenas la toqué. Un minuto más y lloraba yo con ella.

—Ustedes accedieron a ser sus padrinos y esta es la voluntad de Bonnie y Carlos.

Niego con la cabeza, me levanto y camino de un lado al otro.

—Acepté ser la madrina porque no pude decirle que no. No esperé que ellos murieran y dejaran a su hija como herencia. Yo lo único que le pedí a mi hermana de herencia fue su armario y un par de zapatos que me encantan—suspiro—. Se suponía que sería la tía genial que le iba a hablar de sexo seguro, darle consejos de maquillaje, cubrirla en su primera escapada con el novio que sus padres no aceptan. Jamás imaginé convirtiéndome en su tutora. Nunca. ¿Me oye?

—Bueno, si no se siente capaz y no desea aceptar la responsabilidad, puede renunciar.

—¿Yo también? —pregunta Jesse.

—Por supuesto. No están obligados.

—¿Y qué pasará con ella? —vuelve a preguntar Jesse.

—Quedará a cargo de servicios sociales y se le buscará una casa de acogida hasta que sea adoptada. A menos que su madre quiera hacerse cargo… —me dice a mí.

—¿Mi madre? —me río—. No, se le chifló el cerebro después de la muerte de papá. Siempre lo tuvo chiflado, pero con la muerte de papá fue peor. Se mudó a una granja a criar vegetales, se hizo vegana y anda paseando semidesnuda por su jardín hablando de la paz y la libertad. Las veces que he ido a verla, ha intentado romper mi celular porque dice que la CIA nos espía y espera el momento correcto para apoderarse de la humanidad y convertirnos en esclavos. No creo que quiera que una niña sea criada en un ambiente así.




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