P.D. No me odies.

Llegada al Internado Hernández-Ferré.

Una semana después...

Miré las hermosas calles de Madrid a través de la ventanilla del vehículo que me llevaría a mi destino: El Internado Hernández-Ferré.

La semana anterior había pasado volando y apenas me alcanzó el tiempo para despedirme de mis hermanos y amigos, y de hecho, creo que nunca voy a poder despedirme por completo de mis personas favoritas. Mis amigos son como familia, literalmente, siempre han estado ahí para mí en las buenas y en las malas, y yo para ellos. No tenemos secretos y confiamos plenamente entre nosotros. Espero que la distancia no cambie eso.

Miré la bolsa de regalo, de papel pardo con un enorme lazo verde, colocada sobre mis piernas. Ángela me la entregó en el aeropuerto antes de embarcar:

-Ten. -Dijo con una sonrisa triste. -Es un regalo para que te acuerdes todos los días de tu hermana mayor. -Lo tomé y le di un gran abrazo. -Se que el estudio, los chicos y las actividades de la escuela no nos van a dejar mucho tiempo libre, así que pensé en este presente para que no te olvides ningún detalle cuando venga visitarte.-Quise abrirlo pero me detuvo. -Ábrelo cuando llegues.

Esperé más tiempo del debido por mis padres. Nunca llegaron para despedirse de nosotras, ni siquiera con un mensaje de texto. Pero en realidad no hizo falta, mis personas favoritas si estuvieron presentes. Aunque, si fueron así con Ángela y conmigo, espero que sean más considerados con Diego y los mellizos.

Los pobres, están tristes porque saben que van a estar solos. Incluso Diego, que intenta aparentar ser un chico duro, se le veía un poco lánguido en los últimos días. Gracias a Dios, Jared convenció a Haston de enviar a Diego, Arlet y Ariel al mismo internado, en Londres. Sé que no es suficiente pero por lo menos no estarán solos y nuestro hermano mayor se comprometió a visitarlos cada tres semanas como mínimo.

Con un suspiro abrí lentamente la bolsa y saqué un objeto envuelto en más papel, del cual cayó una nota.

Para mi pequeña soñadora:

Recuerda escribir todo porque soy muy curiosa y no soportaría perderme algún detalle importante. Y no importa lo que pase debes saber que nunca estarás sola. Estoy a una llamada de distancia.

Te ama y adora,

Tú ángel.

Me alegré al ver lo que era. Un grueso bloc de papel forrado con piel sintética color beige. Un diario. Abrí el pasador de seguridad y observé con devoción la primera página. Había incrustado en esta una hermosa frase dorada en cursiva: Secrets and Magic Dreams. Leí la pequeña y sencilla dedicatoria escrita debajo:

Un regalo especial para alguien especial.

Aproximé el cuaderno a mi rostro y lo olí con fascinación. Adoro como huele un libro nuevo, aunque este daba la impresión de ser un modelo antiguo. Ángela sabe muy bien cuanto venero lo vintage. Suspiré.

La bolsa de papel calló de mis piernas accidentalmente dejando al descubierto otro presente, una caja larga y estrecha de terciopelo negro con orillas doradas. La recogí y abrí con cuidado. Dentro se hallaba una pluma fuente, como esas que usa mi padre para firmar documentos, pero mucho más hermosa, en color celeste y con mi nombre grabado en un costado.

En la tapa del cofre había pegada una nota:

No quiero escusas, debes contármelo todo. Y no te olvides de llamarme. Te quiero.

Alegre, tomé mi mochilita color lila para guardar mis obsequios y saqué del primer bolsillo mi nuevo teléfono. Busqué el contacto de mi hermana e intenté llamarla, tres veces, pero no contestó. De seguro aún no ha llegado o estaría muy ocupada con algo. Fui al chat grupal que creé con mis hermanos: Diablitos Minaeva (Que es como solía llamarnos mi madre cuando aún se preocupaba por nosotros) y le dejé tres mensajes:

Gracias

Me encantó tu regalo Ángy.

¡Llámame!

-Llegamos. -Anunció el chofer.

Abandoné mi teléfono a un lado y centré toda mi curiosidad en los tres edificios que se iban mostrando frente a mí después de cruzar el moderno portón de seguridad. Eran enormes, todos teñidos de un elegante y claro gris. Dos de ellos, los más altos, se hallaban a ambos lados de uno más ancho e imponente, con amplias ventanas de cristal.

Más autos, refinados y ostentosos como el lugar al que ingresaban, pasaban junto al mío hasta llegar a un estacionamiento al aire libre mientras otros seguían hacia un subterráneo. Frente al inmueble más ancho se encontraba una especie de plaza con suelo de grava pálida y una gran fuente de mármol, sencilla, sin adornos. Allí se hallaban varias personas, en su mayoría adolescentes.

En los folletos que Haston me proporcionó mencionaban la matrícula de la institución educativa, no recuerdo el número exacto, pero estoy segura de que era una cifra impresionante.

Sentí algo vibrar, miré mi teléfono, el identificador de llamadas mostraba "Maya". No dudé al responder:

-¡Hola!

-¿Llegaste?

-Sí, acabo de llegar...

-¿En dónde estás?

-En el estacionamiento.

-¡Voy hacia allá!

-Pero si no sabes dónde estoy. -Miré nuevamente mi teléfono al no escuchar ningún sonido de su parte. -Me colgó. -Dije atónita y a la vez feliz de poder ver a mi amiga de nuevo.

Amaya Montero, o como yo le llamo: Maya. Es hija de uno de los socios y amigos más antiguos de Haston, los Montero, a los cuales pertenece una asombrosa cadena hotelera.

La conocí de niña, en uno de los tantos viajes de mi papá. En esa ocasión solo viajamos: mis padres, mi hermano mayor y yo. Mi hermano, que en aquel entonces era un adolescente, prometió pasar tiempo conmigo pero, para desgracia de ambos, mi padre lo obligó a estar al pendiente de todos los negocios que realizaba, dejándome completamente abandonada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.