Micaela
Dicen que cuando una persona del sexo opuesto te atrae sientes cosquillas en tu corazón, tus manos te sudan y tus mejillas se enrojecen. Eso me pasó a mí, por supuesto. Pero antes de darme cuenta de que estaba enamorada de la persona equivocada...
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Tengo diecinueve años, hace tres meses que los cumplí. Aunque esta historia no comienza ahora.
Mi vida era sencilla. Una casa de clase media, una educación en un buen colegio y en una de las mejores universidades del país. Pertenezco a una familia típica, de papá, mamá y cuatro hermanos.
Mi hermano Rafael, de veintiséis años, quien gusta de juntarse con sus amigos y beber siempre que puede. Según él, ya sabe fumar porros y tomar cerveza desde los doce, habiendo sido retado por mis padres en más de una oportunidad, y expulsado de dos colegios debido a su mal comportamiento. Él se ha negado rotundamente a seguir estudios universitarios y trabaja vendiendo artesanías; aunque, según mi padre, lo más probable es que venda drogas y se junte con gente de mal vivir.
Su hermana melliza, Gabriela, quien desde muy joven ha sido lo que muchos catalogan de marimacha. No me ha querido confesar que sea lesbiana ni yo tampoco he querido indagar en ello. Nuestra relación siempre ha sido algo tirante, ya que ella me considera "una niña rosa y boba" y yo a ella una "estúpida rebelde sin causa". Por estos motivos ni yo no me meto en sus asuntos ni ella en los míos. Estudia en una universidad estatal Sociología y su vida está encaminada hacia la política. Siempre que puede sale a protestar a las calles con su grupo estudiantil, contra las medidas del gobierno de turno. Una vez fue arrestada por la policía y papá tuvo que sacarla pagando una fianza, prohibiéndole que se vuelva meter en estos asuntos, habiendo sido, por supuesto, ignorado por ella.
Mi hermano Ángel, de veinte años, a quien no le gusta su primer nombre y prefiere desde la adolescencia que le digan Miguel. El cerebrito de la familia, quien siempre obtiene buenas calificaciones en la universidad, perteneciente desde pequeño a los Boy Scouts y voluntario en una ONG. Gusta de la literatura, la historia y la lengua, estudiando la profesión de Docencia en la misma universidad a la que yo asisto.
Y, finalmente, yo, que si bien no soy la típica nerd que saca los primeros lugares en la escuela y en la universidad como Miguel, tampoco se me puede considerar una "rebelde o mala hija". En la universidad obtengo unas notas aceptables, ya que pongo mi mejor esfuerzo posible en mis estudios para ello, al no dárseme muy bien estudiar con facilidad como a mi hermano mayor.
Siempre he tenido un talento natural para los números. Gusto de la economía y de la administración de empresas, habiéndome decantado por la primera para seguir mis estudios universitarios. Me considero bastante ahorrativa, a tal punto de ser objeto de bromas por parte de mi hermano mayor Miguel. Y era que, debido al ambiente en el que crecí durante gran parte de mi niñez y en mi adolescencia, aquél influyó bastante en este aspecto de mi personalidad...
¿Se preguntarán por qué tenemos estos nombres tan peculiares, Rafael, Gabriela, Miguel y Micaela? Mi madre es muy devota de la religión católica. En la casa tiene un pequeño altar con pequeñas estatuillas y velas, que nada tiene que envidiar al de una iglesia. Papá, quien si bien no es tan devoto como ella, le permitió nombrarnos a cada uno con los nombres que mamá escogió. Y fue así que se decidió que cada uno llevase los de conocidos arcángeles de la mitología cristiana.
Podría sonar muy irónico, ya que mis hermanos mayores de ángeles no tienen nada. Como ya les expliqué, Rafael y Gabriela son bastante rebeldes a su manera y sacan más de un dolor de cabeza a mis padres por su comportamiento "antisocial", como mi mamá lo llama. De este modo, pues Miguel y yo vendríamos a ser el orgullo de nuestros padres y el ejemplo de nuestros hermanos mayores. Qué irónico, ¿no creen? Los hermanos menores ejemplos para los mayores. Si ellos supieran nuestra verdad...
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—Mica, ¿vamos a comprar? —Oí una voz masculina al otro lado de la habitación, luego de que tocase insistentemente durante un buen rato y sin obtener respuesta alguna de mi parte.
Era Miguel.
No quise abrirle la puerta. Desde hace tiempo nuestra relación era bastante tirante, a pesar de llevarnos solamente un año. Y es que, por más que lo intento, siento que nunca encajaré en esta familia. Nunca lo haré.
—Mica, mamá dice que te apures. Necesita que compremos la lista de ingredientes para preparar la cena.
—Ya voy.
Pasado un momento de tensión y de espera que se me hizo interminable, pensé que Miguel ya se había ido. Por fin.