—¡Micaela!
La voz de Gabriela desde el pasillo me hizo volver a la realidad.
Empujé ligeramente a Miguel. Me limpié las lágrimas que habían empañado mi rostro. No quería que nadie viese lo que me estaba ocurriendo.
—Mica, yo... —me indicó mi hermano acercándose de nuevo hacia mí.
Me haló hacia él y me abrazó muy fuerte, enterrando mi rostro en su pecho. Quise separarme de él, pero no pude. El olor de su perfume mezclado con el de su sudor, a la vez que la electricidad que experimentaba al sentir sus manos sobre mí al abrazarme con tanta intensidad, me enloquecían por completo. Yo ya no pensaba, sólo sentía... sólo sentía.
—¡Micaela! ¿En dónde mierda estás?
Era de nuevo Gabriela llamándome. Volví a separarme de Miguel, pero esta vez ya con firmeza.
—¿Ves... ves lo que puede pasar si... si sigues insistiendo? —musité entre lágrimas. La respiración entrecortada me impedía hablar con claridad—. Por favor, ¡para!
Miguel ya no persistió más. Se separó de mí y me observó muy triste. Percibí un brillo muy especial en sus ojos, el cual se lo había visto continuamente en los últimos seis meses cuando era rechazado por mí. Tuve que hacer un enorme esfuerzo por no fundirme en aquél. Busqué un objeto visual en la loseta a medio partir que estaba en el suelo de mi habitación. Esa era una de mis estrategias cuando quería una distracción para evitar caer, por enésima vez, en la tentación prohibida que tenía frente a mí.
‹‹No lo mires a los ojos, no lo mires a los ojos››, repetía a cada rato en mi cerebro mientras retrocedía poco a poco y me separaba de Miguel.
—Micaela, ¿estás en tu habitación? —Gabriela estaba tocando la puerta de mi dormitorio—. Amed ha venido a buscarte. ¡Baja!
¿Amed? ¡Caray!
Ni bien escuché el nombre del motivo de la búsqueda de mi hermana, ¡el mundo se me vino encima! Sabía lo que eso significaría para mí... y para Miguel.
Conociendo la reacción que el nombre de Amed provocaría en él, no dudé ni un momento en enfrentarlo. Tenía tanto miedo que sentí que me temblaban las piernas. No obstante, si no me mantenía firme, esta situación absurda no habría cuando acabase para nosotros.
Como bien lo intuí, al volver mi rostro hacia Miguel para hacerle frente, la rabia que destellaban sus ojos era tal que podría matar a alguien con aquéllos. Los celos debían de estarle carcomiendo por dentro.
—¡Dijiste que no volverías a ver a ese imbécil! —indicó arrastrando las palabras y con una mueca de desprecio en la cara.
—Shhh. —Con un gesto en la mano le pedí que se callara. Él se encogió de hombros.
—¿Ahora me pides que me calle? —Se acercó peligrosamente hacia mí. Pude sentir su respiración en mi oído—. ¿Qué pasa si no lo hago, manzanita?
Cuando se ponía tan desafiante conmigo, era una absurda ironía para mí. Por un lado, la sonrisa cínica que destilaba lo hacía ver más atractivo que de costumbre, que me provocaba comérmelo a besos, si no fuera porque la palabra de ‹‹pecado›› lo tenía tatuado invisiblemente en su angelical rostro. Por otro lado, odiaba que no accediera a mis peticiones, porque el jugar con fuego, como sabía que a él tanto le gustaba, me provocaba mucho estrés.
—¿Quieres esconderte en el armario, por favor? —supliqué susurrándole.
Tenía mi mano en la puerta de mi dormitorio. Le iba a señalar a Gabriela que le dijera a Amed que no tardaría en arreglarme para atenderlo y que por favor me esperara. Pero primero, tenía que asegurarme de que Miguel no fuera visible a los ojos de ella. Si lo veía en mi cuarto y con la puerta previamente cerrada, podría comenzar a especular y atar cabos. Mi hermana de tonta no tenía ni un pelo, y no era la primera vez que me veía en una situación comprometedora de ese tipo.
—Por favor —le insistí con las lágrimas cayendo por mi rostro.
¡Bingo!
Si había algo que podía hacer cambiar la actitud tan arrogante que Miguel mostraba en situaciones así, eran mis lágrimas. Lo sabía de sobra y siempre apelaba a ellas para hacer quebrar su dura coraza de ‹‹chico malo››. Aunque tampoco era que me costase mucho hacerlo. Este tipo de situaciones estaban poniéndome siempre al borde de un ataque de nervios.
Observándome con desdén, mi hermano se escondió en el armario y cerró la puerta delante de él. Ahora sólo quedaba una última actuación de mi parte.
Busqué rápido uno de los libros románticos de mi biblioteca. Ojeando cualquiera de la portada, encontré uno que terminaba en tragedia: ‹‹Love Story››. ¡Perfecto! Lo abrí en la página final y lo puse sobre mi almohada. Finalmente, me dirigí a abrir la puerta de mi cuarto.
—¿Qué tanto te demoras, tonta? Tu galancito está abajo esperándote. ¡Apúrate! —dijo ella de mala gana.