Poco a poco me fui envolviendo en las caricias de Miguel. Sentí que, al mismo tiempo que me ahogaba entre sus besos, me cogía de la cintura y me acercó más hacia él, como si quisiera que ambos nos fusionáramos en uno solo.
En un primer momento quise separarme de él. ‹‹¡No sigas!››, fueron las palabras que quisieron salir de mi boca, pero fue un pensamiento fugaz que pasó por mi mente y que desapareció en una milésima de segundo. Si había algún atisbo de raciocinio en mi cabeza, aquél desapareció en el enésimo beso que Miguel me daba detrás de mi oreja derecha y en mi cuello, el cual me enviaba cargas de electricidad a todo mi cuerpo, produciéndome sensaciones tan placenteras que pocas veces antes había conocido.
Yo ya no pensaba. Sólo sentía y me dejaba llevar por lo que mi cuerpo experimentaba.
Sin darme cuenta y sin oponer resistencia alguna, Miguel me empujó poco a poco hacia mi cama. La suavidad del fino edredón rosado que estaba encima de ella contuvo mi cuerpo que yacía encima de ésta, a merced de lo que mi hermano quisiese hacer conmigo.
Como en una cámara lenta, fui muda testigo de cómo Miguel desabotonaba mi blusa poco a poco. El pensamiento de ‹‹¡Detente!›› volvió a cruzarse por mi mente, más aún, cuando percibí que sus exploraban por rincones donde hacía años habían estado, haciendo que las hormigas que experimentaba en mi estómago se reprodujeran exponencialmente y, mi cabeza se sintiese mareada y a punto de estallar.
No sé cuánto tiempo pasó, pero esos momentos al lado de Miguel transcurrieron de manera lenta. Cuando tocaba por zonas en donde nadie más había explorado, transmitía cientos de descargas a todo mi ser, que me provocaba que llegase al éxtasis máximo nunca antes experimentado. Cada leve toque de él era como si una dulce miel fuese derramada encima de mi piel. Yo era una abeja que ansiaba más de ese panal, el cual había sido construida por cada milímetro de mi ser para unirme a él...
Cuando menos me di cuenta, mi mano derecha, al estirarse en un acto reflejo, lanzó una fotografía que estaba en mi mesita de noche y aquella cayó a mi costado.
En un principio no le di mucha importancia, ya que yo seguía sumergida en el mar de sensaciones tan placenteras que me producía dejarme llevar por todo lo que Miguel me brindaba. Pero, al toparse mis ojos, durante un breve segundo, con el pequeño marco de fotografía, adornado por dibujos de películas de Disney, en el cual se me veía a mí durante mi fiesta de mi cumpleaños y rodeada por mis padres, quienes lucían felices y radiantes, algo dentro de mí se estrujó y cambió por completo el panorama que ante mí tenía.
En la foto mi padre me tenía cariñosamente abrazada a su lado izquierdo, mientras me daba un beso en la frente. Yo tenía una gran sonrisa y los ojos entrecerrados. A mi otro costado estaba mi madre, quien en aquella foto lucía bastante demacrada, pero aún tenía un brillo amoroso en sus ojos. Ella se mostraba orgullosa de mí, su hija... la cual se veía como una extraña ante mí, porque en esos momentos yo no me percibía como la chica de ese retrato sardónico, porque en esos momentos yo no era merecedora de su amor filial, porque en esos momentos yo estaba cometiendo algo impuro con el también hijo de esas dos personas, mi hermano, con quien estaba a punto de unirme en una conexión prohibida, vetada, impura... con él, quien en la foto estaba a lo lejos, en un segundo plano de esta, observándome de reojo, mientras estaba acompañado de otros invitados durante la fiesta.
No quise seguir viendo lo que mis ojos contemplaban. Los cerré muy fuerte, como si con ello pudiera desaparecer todo el gran sentimiento de culpa que comenzaba a embargarme por dentro, el cual me dolía tan profundamente en mi alma como el dolor físico que comencé a experimentar debido a la unión prohibida que estaba dando comienzo entre Miguel y yo.
Aún con mis ojos cerrados, en mi mente esa fotografía cambió. La imagen amorosa en el rostro de mis padres cambiaba a uno de decepción. Y en aquélla los dos me decían ‹‹¡Nos traicionaste!››, mientras que por el rostro de mi madre caían profundas lágrimas, a la vez que agregaba que Miguel y yo provocaríamos su muerte, lo cual hizo que se me partiese el corazón.
Como un flash, por mi mente comenzaron a desfilar un montón de escenas que habían ocurrido hacía tres años atrás. Ese día de la fiesta por mi cumpleaños había estado a punto de suceder lo que hoy estaba por consumarse. ¡Esto no podía continuar así!
Rápidamente, empujé a Miguel, me aparté de él y me levanté de mi cama. Si esto seguía así, no nos auguraba un buen presagio. Ya antes me había dejado llevar por la tentación, pero nunca había llegado tan lejos. Y no quería pecar en el hogar de mis padres, no quería ver llorar a mi madre, no quería pecar...