Pecado de Ángeles

Capítulo 5

Micaela

Luego de abrazarnos y de desahogarnos, mientras me limpiaba la cara con uno de los pañuelos que él me había dado, le pregunté si tenía los ojos hinchados. Él no me respondió, solo ladeó su cara para contemplarme muy serio, intimidándome con ello. Sentí que sus ojos atravesaban mi alma y algo dentro de mí se encendió.

—¡Deja de mirarme así! —dije al tiempo que sentía mis mejillas rojas y le daba la espalda.

—¿Eh?

—¡Que dejes de mirarme así! —repetí, recordando lo que Ana me había dicho hace pocos días atrás:

‹‹¡A mí no me engañas! Lo he visto con mis propios ojos, cómo él te mira como nunca me ha mirado a mí, que lo conozco de años, ¡de años! Y luego vienes tú y... y... ¡Qué asco!››

Él caminó pocos pasos para colocarse en frente de mí, provocándome un estrujón en mi interior.

—No te entiendo.

Tragué saliva.

—No... —dije cabizbaja, incapaz de poder contemplarlo a la cara—. No me gusta que me mires así, ¿ok?

—No sé a qué te refieres, Mica —dijo muy tranquilo, a diferencia de mí.

—Siempre... ¿siempre miras a Gabriela como lo haces conmigo? —le pregunté al tiempo que alzaba el rostro, poco a poco, para poder contemplarlo.

La luz del sol que se colaba por la pequeña ventana del baño, se iluminaba sobre su rostro, provocando que sus ojos café cambiaran a una tonalidad parda poco común. Me le quedé contemplando extasiada, y cuando me di cuenta, algo dentro de mí se rompió.

—¿Ah? —arrugó la frente—. ¿Gabriela? —Yo asentí—. ¿Por qué la traes a colación?

Volví a pasar saliva.

Tenía miedo de hacerle la pregunta que me había estado atormentando desde hacía un par de días atrás. Pero, como no tenía mayor referencia de comparación, debía intentar sacarme de dudas de una vez por todas:

—¿A...? ¿A Gabriela la tratas como a mí?

Hizo una mueca de asombro.

—¡No! Es decir, sabes que me llevo fatal con ella, ¿sí?

—Bueno, sí, yo también...

—¡Es insoportable! —Hizo un gesto de fastidio—. Siempre queriendo hacer sentirnos mal al resto, no solo a ti, sino a Rafael y a mí.

—¿A Rafael y a ti también?

Miguel asintió.

—Pero con nosotros es distinto. Es como si fuera una competencia de hombres, ¿sabes?

Suspiré con resignación.

Me di una cuenta de a qué se refería. Y era que, por su peculiar manera de ser de mi hermana, no solo era tan autosuficiente en lo que a cualquier cosa se refería; sino que, parecía tener una competencia "masculina" con mis hermanos en cualquier cosa: desde querer reparar cualquier artefacto que se malograra, arreglar el motor del carro de mi padre, hasta ridiculizarlos de que no podían levantar las pesas o hacer los ejercicios de brazos en las barras del pequeño gimnasio que tenía en el garaje de mi casa.

—Y no es solo porque parece un "pata" más, porque si quiere ser "machona", es su problema, mientras no se meta conmigo. Yo no soy como mamá que se espanta y le prende velitas a sus santos en el altar de su cuarto, para que vuelva al "buen camino". —Hizo un gesto de falso rezo tratando de imitar a mi madre y con cara de sufrido. Yo me reí con eso—. Nunca le voy a perdonar lo que te... —Hizo una pausa y bajó la mirada. Parecía que recordaba aquel hecho sombrío que tanto daño nos había hecho—. Lo que nos hizo.

—¿Nos? —dije frunciendo el ceño.

—Creo que no te han contado todo lo que pasó ese día.

Seguía cabizbajo. Pero, en su mirada se podía observar una profunda tristeza.

—Uhm... —Fue lo único que pude decir. No sabía a dónde quería llegar.

—¿Nunca te han contado toda la verdad, no?

—Bueno...

Hice una pausa mientras trataba de hacer memoria. Levanté mi vista al techo para ver si así podía recordar con detalles. Sin embargo, era en vano. Todo me era tan confuso y gris.

—Ese día ella debía cuidarte, yo no, ¿sabes?

Arrugué mis cejas.

—Ella era la mayor, era su responsabilidad —prosiguió—. Rafael no podía porque creo que tenía una actuación o un paseo con su sección del colegio, ya ni me acuerdo. Así que mamá nos dejó a cargo de Gabriela. Pero ella se largó con sus amigos, le importó un comino todo, como siempre.

—¿Ella? ¿Ella debía hacerlo? —dije sintiendo que la garganta me quemaba.

Sabía que Gabriela nunca me había aceptado, pero no a tal grado de exponerme de tal manera. ¿Lo habría hecho a propósito?

—O en tal caso mamá o papá, ¡cualquiera! Menos yo, menos yo... —dijo mientras alzaba su mano sobre mi rostro y acomodaba un mechón de mi pelo en mi oreja izquierda—. Ella debía cuidarte, ¡no yo! ¡No yo! —Sus pupilas se dilataron. Luego, sus ojos comenzaron a brillar. Volví sentir un apretón en mi interior. Algo me decía que dentro de él su corazón se había partido tanto como el mío—. Así... así... no cargaría con esta culpa que hasta ahora carcome mis entrañas... —dijo para luego alzar sus brazos y acunarme muy fuerte en ellos.



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En el texto hay: amorprohibido, incesto, drama

Editado: 06.11.2018

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