Pecado de Ángeles

Capítulo 6

Micaela

Después de sentir el leve toque de Miguel sobre mis labios, de inmediato recuperé la cordura. ¿Qué...? ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué...? ¡¿QUÉ ESTÁBAMOS HACIENDO?!

—¿Qué te pasa? —dije apartándome, de inmediato, de su lado—. ¿Qué estás tratando de hacer?

¿De verdad me había besado? ¿Cómo? ¿Por qué? ¡¿POR QUÉ?!

Di unos pasos hacia atrás, hasta sentir la pared del baño sobre mi espalda. Quería alejarme lo más posible de él y de lo que estuviera pasando por su retorcida mente.

—Miguel, ¡contéstame! —alegué, pero él no me miraba.

Estaba cabizbajo. Se estrujaba las manos muy nervioso. Vi que se retiró una pequeña uña de uno de sus dedos provocando que este sangrara. Aunque lo más probable fuera que le doliera, él no evocó gesto alguno... ni de dolor... ni de culpa... ni de arrepentimiento alguno. Su cabeza seguía gacha, como buscando algo en medio de la nada del vacío de aquel ambiente, aunque no sabía a ciencia cierta qué. Solo quería que respondiera a mis reclamos y que me brindara las disculpas del caso.

—¿Es que acaso no me escuchas? —hablé con desesperación. Me dolía que me ignorara de esa manera—. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué?

Él ladeó la cabeza hacia la derecha. Pensé que me iba a contestar, pero nada. Siguió estrujándose las manos para luego alzar uno de los dedos de su mano izquierda y mordérselo con sus dientes, provocándose otra herida.

—¿Me vas a responder, sí o no?

Nada. Seguía ignorándome.

—¿POR QUÉ ME BESASTE, MIGUEL?

Tuve que alzar la voz para, por fin, poder captar su atención.

Alzó su rostro. En él podía verse que seguía derramando algunas pequeñas lágrimas. Sus ojos me observaban con tal pena, culpa, pero sobre todo, intensidad, que provocaron que mis mejillas se encendieran de la pena. Tuve que agachar mi cabeza por el pequeño escozor que sentí en mi interior.

—¿Es que acaso no es obvio? —respondió.

—¿Eh?

Alcé mi vista. Sus ojos seguían tan clavados sobre mí, produciendo que tuviera que pasar saliva para cobrar las fuerzas necesarias para encarar esta difícil situación.

—No comprendo. ¿Qué...? —Volví a pasar saliva—. ¿Qué es lo obvio? —dije bastante confundida.

—Me gustas —afirmó sin titubeo alguno.

‹‹¡¿QUÉ?!››

—¿Có...? ¿Cómo? —pregunté al tiempo que sentí que varias gotas de sudor bajaban por mis sienes—. No... no entiendo... Tú... —Alcé mi dedo índice en dirección a él—. ¿Yo...? —Lo dirigí hacia mí.

Él asintió con la cabeza.

—No te veo como a mi hermana —dijo frunciendo el ceño mientras avanzaba un par de pasos hacia mí—. ¡Me gustas mucho, Micaela!

Quise retroceder para alejarme de él. Pero, al chocar de nuevo contra la pared del baño, recordé en dónde me encontraba.

Cada paso que Miguel daba hacia mí, retumbaba de forma imaginaria en mi interior, como si fuera una pesada campana de una iglesia. Mis manos comenzaron a sudar mucho. Mis piernas temblaban y casi ni me respondían,  sentí que me iba a desmayar en ese instante. Las mariposas que alguna vez hubiera experimentado en mi estómago ante alguna situación vergonzosa, no se comparaban a la tormenta en mi interior que aquellas provocaban. La intensidad con la que su presencia se acentuaba cada vez más en ese ambiente, provocando que la incertidumbre inicial diera paso a una confusión, luego miedo para, finalmente, convertirse en pánico.

De inmediato, apelando a las pocas fuerzas que me quedaban, traté de salir de ahí despavorida. Pero, cuando pasé por su lado, él me retuvo con su mano derecha.

—¿A dónde vas? —dijo clavándome de nuevo esa mirada tan penetrante.

—Yo... —Desvié mi vista de la suya. Me sentía tan intimidada que me era imposible contemplarlo como antes—. Olvidé que... que tenía algo que hacer —dije mientras me acomodaba un pelo encima de la oreja derecha.

—¿Qué cosa?



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En el texto hay: amorprohibido, incesto, drama

Editado: 06.11.2018

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